Vitoria. Alex Mumbrú forma parte de ese reducido ramillete de deportistas que no dejan indiferente a nadie. Su vehemencia a la hora de desenvolverse sobre la pista, el carácter irascible en el trato con el par de turno, su provocador carrusel de gestos en cada partido o sus continuas protestas al trío arbitral le convierten en un icono de los aficionados a los que representa, en este caso el Bilbao Basket, pero al mismo tiempo un tipo de lo más antipático para jugadores, conjuntos y seguidores rivales. Una merecida fama de polémico con la que el personaje en cuestión convive a gusto y sin mayores problemas a la vista de los nulos cambios que ha experimentado su personalidad durante los últimos años.
Su barriobajera trifulca del pasado miércoles con Matt Walsh (Charleroi) una vez concluido el reciente encuentro de la Eurocup, que ha dado la vuelta en todos los telediarios y por la que tuvo que pedir perdón a las pocas horas debido al sonrojo que produjeron la cascada de golpes y puñetazos entre los protagonistas, constituye el último ejemplo de una peculiar forma de ser que ha generado una cierta animadversión.
En el Buesa Arena, feudo que visita hoy, Mumbrú es uno de los jugadores que más repulsa despierta junto a Felipe Reyes, Rudy Fernández o su compañero Alex Hervelle. No le han ayudado ni su absurdo repertorio de gestos del pasado, como aquella desagradable dedicatoria de hace dos temporadas a un recién iniciado como Dejan Musli tras la típica canasta in your face, ni el hecho de que haya vestido la camiseta de algunos de los oponentes más ácidos del baskonismo. En el curso 2007-08, cuando vestía los colores del Real Madrid, también estuvo involucrado en aquella célebre tangana en el túnel de los vestuarios junto a Papadopoulos, McDonald, Mickeal o el citado Hervelle, otro al que casi siempre le va la gresca.
Lo chocante del asunto es que este alero barcelonés, que totaliza la friolera de 484 partidos y 16 temporadas en la ACB, será más recordado en el futuro por sus agrias polémicas que por sus numerosos éxitos, especialmente con la selección. A sus 33 años, puede presumir de ser uno de los contados treses altos de calidad -una especie en extinción hoy en día- con que cuenta un torneo doméstico venido a menos. El paulatino paso de los años, lejos de traducirse en una merma del rendimiento, no ha hecho sino fortalecer su consistencia como jugador. De hecho, sus sobresalientes números en Miribilla denotan que está viviendo una segunda juventud.
El líder del vestuario Su esperada renuncia a la selección española en verano de 2011, que precedió la renovación por dos campañas con opción a una tercera hasta 2014 como hombre de negro, le ha permitido economizar esfuerzos y disponer de un cuerpo fresco para afrontar la elevada exigencia que supone afrontar tres competiciones. Pues bien, Mumbrú está consiguiendo firmar este curso los mejores números de su carrera. Con 14 puntos de media, es el jugador más valorado de este pujante Bilbao Basket y, ante todo, un indiscutible líder dentro del vestuario que trata de contagiar su espíritu a los compañeros. En la última jornada anotó unos, a la postre, intrascendentes 24 puntos en la derrota del cuadro vizcaíno frente al Cajasol.
Tal es su importancia en los esquemas de Fotis Katsikaris que se ha convertido en el segundo máximo anotador (12,5 puntos) del equipo tras Vasileiadis, el tercer mejor reboteador (4,5 rechaces) tras Hamilton y Hervelle, y el segundo mejor pasador (2,7 asistencias) tras el griego Zisis. Su único lunar acaso son las pérdidas de balón, aunque a menudo se expone a ello cuando postea a sus pares cerca del aro. Su titánico duelo con Nocioni, otra pieza de sangre caliente que no acostumbra a rehuir la pelea, promete echar chispas. Lo que está garantizado antes del salto inicial es la enésima pitada del público gasteiztarra en cuanto el speaker pronuncie su nombre durante la presentación.