Vitoria. Hay momentos que pueden cambiar la vida de un jugador, resultados capaces de alterar el rumbo de un equipo y victorias que acaban por modificar el destino de una temporada. Resulta complicado determinar qué efectos tendrá a corto y medio plazo la canasta con la que Thomas Heurtel le regaló ayer al baskonismo la primera victoria de la temporada en el Buesa Arena. El base galo, capaz de lo mejor y lo peor, que pudo haber tirado por la borda todo el trabajo realizado por el equipo para remontar un partido que parecía abocado al desastre, acabó erigiéndose en el héroe de un triunfo fundamental.
Habrá que comprobar el valor efectivo de la acción con la que un jugador demente resolvía un duelo demencial. Por el momento, la penetración con la que Heurtel fijó a falta de cuatro segundos un marcador que ya no se movería permite conservar la esperanza de clasificación para un Top 16 que se está dejando querer como una amante libertina. El Baskonia tiene aún en su mano el pase. Aunque, salvo que gane los dos compromisos que restan para concluir la primera fase, continuará dependiendo de terceros, justa penitencia a sus recurrentes pecados continentales. Sin embargo, ayer pudo al menos lograr que los más de 10.000 espectadores que rugieron durante la remontada en las gradas del coliseo azulgrana -y a buen seguro también los miles que lo siguieron en la distancia- pudieran acostarse orgullosos del espíritu irreductible y la fe que exhibió un equipo que hasta la fecha les había obsequiado con más argumentos para esconder la cabeza que para sacar pecho.
Como en las grandes noches, es probable que hubiera más testosterona que baloncesto en el arranque de carácter que desmontó por piezas todos los cimientos que había asentado en la primera mitad (28-42) el equipo de Sergio Scariolo. El Baskonia de Tabak se sacudió los complejos del pasado y creyó en un futuro sobre el que se cernían negros nubarrones ante la desmoralizadora evidencia de que el cuadro azulgrana seguía sin soltarse a ofrecer su mejor cara en Euroliga.
Tabak se dejó de inventos raros. No era una cita para delirios de entrenador ni para experimentos con gaseosa. Apostó por la cordura, concedió la responsabilidad a los pesos pesados del vestuario, a los jugadores con más arrestos y horas de vuelo, y conquistó una victoria que, quién sabe, puede suponer un punto de inflexión en el trayecto de un equipo que necesitaba una inyección de confianza.
El técnico croata aplicó su código baloncestístico a rajatabla. Ya lo dijo en su presentación: a la gloria se accede desde la defensa. Y ese fue el atajo que tomó el equipo azulgrana para sortear sus deficiencias para producir en ataque, su escaso acierto en el lanzamiento exterior y los muchos problemas que jugadores como Langford o Bourousis había generado en los dos primeros cuartos. El cuadro baskonista apretó los dientes en defensa, tiró de testosterona y apagó las luces a un rival que en los dos últimos cuartos (11 y 9) apenas pudo sumar una veintena de puntos.
Fernando San Emeterio, eterno capitán, fue quien encendió la mecha de la fe. Sostuvo al equipo cuando venían mal dadas. Era un todo o nada, un duelo a vida o muerte, y el alero cántabro supo echarse a las espaldas todo el peso de lo que parecía un equipo muerto. Su compromiso encontró adeptos tras el descanso. Andrés Nocioni, peleado de nuevo con los árbitros y castigado por las faltas, se dejó el alma y empujó a los virtuosos Nemanja y Lampe a vestirse el mono azul en la lucha por un rebote que en los dos últimos cuartos sólo tuvo un color.
A la gloria, no obstante, no se llega por una autopista enmoquetada con terciopelo rojo. Se accede por un camino embarrado y plagado de baches, que ayer por momentos parecieron minas. La defensa y el rebote, en definitiva el carácter, comprimieron el marcador, pero aún restaba rematar. Cuando ya parecía posible, Cook anotó un triple que no logró sentar en su asiento a ningún aficionado azulgrana. Ayer se volvió a creer. Entonces apareció San Emeterio para igualar a 62 y llegó la bandeja de Heurtel, que fue el final pero puede acabar convirtiéndose en el principio.