Vitoria. Alguna pieza chirría en la maquinaria del renovado proyecto del Caja Laboral. En apenas mes y medio de competición el equipo azulgrana, cuya relativa solidez en la ACB contrasta con la angustiosa situación que atraviesa en Europa, ha dado muestras de ser capaz de lo mejor y de lo peor. El carácter bipolar que ha exhibido el colectivo adiestrado por Dusko Ivanovic, alarmantemente irregular incluso en el curso de un mismo partido, se antoja más como un síntoma que como una causa de los problemas que están lastrando el rendimiento de una plantilla que puede dar más.
Las señales que ha enviado el equipo desde la segunda mitad del partido ante el Anadolu Efes, en el que cayó con estrépito pese a haber alcanzado el ecuador con una renta de 18 puntos, han generado un alto grado de confusión y nerviosismo en el entorno. Un equipo que ha sido capaz de competir al más alto nivel en citas de alto postín, de derrumbar con suficiencia al actual campeón liguero y de forzar una prórroga ante el todopoderoso Real Madrid tras ir perdiendo por once puntos a falta de dos minutos para el final, ha exhibido en algunas citas una debilidad mental difícil de asumir.
El equipo está enfermo. Hay algo que no carbura. Y los problemas se antojan más síntomas de un mal que está claro que ni desde el banquillo ni desde los despachos se ha conseguido detectar. Más allá de las evidentes carencias estructurales con las que se contaba desde inicios de curso, resulta evidente que se ha formado un grupo más que atractivo, con piezas muy versátiles, que se contemplaba como suficiente para recobrar el nivel competitivo que se había ido perdiendo los dos últimos años.
Sin embargo, el dispositivo, aún en garantía, no ha acabado de funcionar del todo y, sin tiempo para llegar a entender la causa, se expone a precipitarse por segundo año consecutivo al desastre de la eliminación prematura de la Euroliga.
Varios son los males que presenta el enfermo. Con algunos ya se contaba, como la ausencia de una pieza más -o en lugar de- para el juego interior, pero en otros se está percibiendo que, contra lo que parecía en inicio, el técnico no ha acabado de casar con una plantilla que parecía encajar con su idiosincrasia.
La vuelta de los lesionados no ha resuelto las dudas. Pleiss parchea en cierto modo la debilidad interior que estaba mostrando el equipo en materia de defensa y de rebote, pero se sigue apreciando cierta descompensación en un plantel corto de interiores. Eso tiene arreglo. La directiva se ha movido en el mercado -nunca deja de hacerlo- y tiene varios nombres en cartera, aunque las apreturas económicas fijan que no se moverá ficha salvo que resulte obligado.
Otras deficiencias resultan más complicadas de solucionar. O quizá no. Están en manos de Ivanovic. Algunos son aspectos tácticos y otros tienen que ver con la actitud y la motivación, pero en cualquier caso entran en el margen de competencias de un técnico que tampoco parece enviar al vestuario el mensaje que acabe con la irregularidad y logre que todos se suban definitivamente al barco.
Sigue sin resolverse el dilema de los bases. En Valencia jugaron los tres en los primeros trece minutos de partido y el equipo acabó con Causeur en un puesto que no es el suyo y pudo haber salido cruz. El equipo lo acusa. Ni Cabezas ni Rochestie gozan aún de la confianza del entrenador y Heurtel parece condenado a ir perdiendo protagonismo. El resultado es un equipo que suda sangre para atacar en estático, con muy pocas ideas y carente por completo de automatismos ofensivos.
En todo caso lo peor son los gestos que se le han visto a algunos jugadores en determinados momentos de zozobra. Ivanovic puede equivocarse en el plano táctico, pero si no controlar el vestuario, el problema adquiere dimensiones mayúsculas.