La noche predestinada a convertirse en un precioso cuento de hadas desembocó tristemente en una monumental tragedia que deja al Baskonia a los pies de los caballos en esta Euroliga. Veinte minutos para la infamia, una segunda parte catastrófica que supuso una puñalada al corazón del baskonismo, vuelven a teñir de sombras el futuro azulgrana en una competición donde, a diferencia de lo que sucede a nivel doméstico, sí quedan al descubierto las carencias de una plantilla muy mejorable en determinados puestos. Sin embargo, nada hacía presagiar un desmoronamiento así. Nadie podía vaticinar una caída en picado tan pronunciada a tenor de la ínfima resistencia de un Anadolu Efes hecho pedazos. Parecía impensable que el Caja Laboral sufriera una pájara tan sangrante a tenor del estelar papel sellado en dos cuartos iniciales rebosantes de claridad y acierto. Pero el apagón ocurrió de manera lastimosa y, por ende, la tropa adiestrada por Ivanovic desperdició una ocasión inmejorable de encauzar definitivamente su billete para la siguiente fase.
El problema no es la fea derrota de ayer, sino las secuelas que puede dejar un tropiezo tan doloroso en el ánimo de un colectivo sobre el que ya sobrevuelan las pesadillas de la pasada temporada. Hay ocasiones en que la distancia entre el cielo y el infierno se vuelve nimia y insignificante. Y así fue ante los otomanos. Tras el pertinente periodo para la reflexión, emergió un grupo abúlico, carente de intensidad, enemistado con el aro y que sólo intentó sobrevivir a base de estériles triples concedidos por su rival. El Baskonia que había exhibido hasta ese momento un juego sincronizado y pleno de personalidad entró de repente en coma en cuanto el aro se volvió diminuto. Sus constantes vitales dejaron de funcionar. La mente se nubló, las piernas también se paralizaron y el equipo, hecho ya un manojo de nervios, se adentró en una espiral infernal de la que fue incapaz de salir por mucho que desde la grada se intentase enviar el aliento necesario.
Pese a las múltiples rotaciones puestas en práctica por Ivanovic para contener la hemorragia, resultó imposible hallar una rendija que permitiera divisar la luz y acabar con la pesadilla de la alarmante falta de ideas y el penoso acierto. Con el punto de mira desviado para profanar desde el perímetro la cerrada defensa visitante que supuso una barra libre para los tiros exteriores y lastrado por un bloqueo mental que le impidió despojarse los férreos grilletes para ver el aro, el Baskonia arruinó su sobresaliente trabajo anterior. El 48-30 del intermedio resultó, a la postre, un bonito espejismo. En cuanto Oktay Mahmuti dio con la tecla para cortocircuitar la ofensiva vitoriana, el partido entró en otra dimensión aterradora. Pérdidas incesantes, faltas de ataque, nula búsqueda del juego interior, defensas de plastilina... Ni el peor de los enemigos podía haber diseñado un epílogo tan funesto para un equipo demasiado justo como para andar con suficiencia fuera de las fronteras.