Vitoria. Hay derrotas que saben a victoria y triunfos que destilan cierto aroma a fracaso, aunque los menos. La derrota que ayer sumó el Caja Laboral no puede tener excesivas lecturas positivas desde el punto de vista del resultado. Y menos aún si se tiene en cuenta la peliaguda situación en la que deja al equipo azulgrana de cara al duelo que deberá disputar la próxima semana en Milán y del que no podrá salir sin estrenar su ca sillero de victorias para ahorrarse otro el ridículo continental. Y sin embargo, se vieron detalles en el Buesa que por momentos permitieron restablecer el matrimonio del equipo con una grada que lo que siempre exige, por encima de títulos, es que sus jugadores sangren hasta el bocinazo final.

La fe no supone un argumento suficiente en citas de postín. Y a pesar de que por un momento dio la impresión de que podía suceder, la ola de carácter a la que se subió el conjunto azulgrana no bastó para dar la vuelta a un encuentro en el que, salvando el arranque (17-10), fue netamente inferior a su rival. Faltaron piernas, oxígeno y quizá una pizca de suerte para que el Zalgiris dejara escapar la renta que había ido amasando durante el encuentro. Pero hubo momentos en los que la grada llegó a creer en el milagro y la llama del orgullo volvió a brillar en el coliseo de Zurbano.

El pase al Top 16 vuelve a complicarse para un Baskonia que no pudo siquiera celebrar el estreno del Buesa Arena de los 15.500 asientos en Euroliga con un triunfo que espantara las dudas. Tendrá que remar contracorriente lo que queda de la primera fase y confiar en que ese proceso de construcción en el que está inmerso le permita mostrarse más maduro y mucho más entero en futuras finales.

El Zalgiris asfixió al equipo azulgrana con una defensa espectacular, tácticamente exquisita. Plaza le ganó la batalla táctica a Ivanovic y logró imponer el ritmo que más convenía a su equipo. Los lituanos metieron cloroformo al partido, lo enfangaron, y el Caja Laboral quedó petrificado, como una estatua de sal. Cuando corre, como hizo en el arranque, esta nueva versión del conjunto baskonista es capaz de brillar. En slow motion, sin embargo, se aprecian las costuras, aún con hilvanes, de un colectivo que ayer no pudo ocultar sus debilidades más evidentes. Y algunas resultan preocupantes.

El martirio de los rebotes no es nuevo. Viene heredado de la temporada pasada. No se trata de una cuestión achacable a la actitud o a la intensidad. Es pura lógica. Un equipo sin cincos puros -más allá del enfermo Pleiss- y que combina falsos cuatros, no demasiado duros, para ayudar a Lampe sufre cuando tiene enfrente a un equipo armado con kilos y centímetros. Ivanovic quiso tirar de Milko Bjelica para reducir las distancias físicas, y en cierta medida el poste montenegrino, todavía lejos de su ritmo óptimo, respondió con todo el corazón de un equipo en construcción pero cuya esencia, su fe, merece el crédito de su afición.

El Baskonia ha recuperado ciertas dosis de la esencia que lo hizo grande. De alguna manera, que habrá que descubrir hasta qué punto resulta suficiente, se ha desembarazado de la imagen de espíritu errante que lo acompañaba las dos últimas campañas y ha recobrado las señas de identidad de un equipo al que se le puede exigir que dé la cara cuando las cosas vienen mal dadas. Ayer vinieron y lo intentó. Pero se quedó corto. Faltó oxígeno.

Con una reacción visceral, propia de otros tiempos más prósperos, el Caja Laboral trató de escapar de la tela de araña en la que lo había atrapado Plaza. Los doce puntos de ventaja con los que el Zalgiris dominaba el choque en los estertores del tercer cuarto parecían inamovibles. Pero no lo eran. El equipo báltico, apoyado en el enorme acierto de Darden y Kaukenas y en la solidez de sus interiores, llegó a temer por momentos por su victoria.

Ivanovic renunció a la lógica y apeló a las pasiones. El Baskonia olvidó los esquemas y trató de obviar las limitaciones estructurales que aún muestra en varios apartados del juego para acariciar una remontada que habría sido tan irreal como vital de cara al futuro. Al final, y tras llegar a reducir a dos la desventaja a dos puntos, el apasionado equipo azulgrana se ahogó en la orilla. La Euroliga, torneo corto, exigente y que no espera a nadie, amenaza con volver a prescindir a las primeras de cambio de uno de sus clásicos.