En el baloncesto moderno, según aseguran los que entienden, hay dos posiciones que definen cuáles son los equipos que tendrán aspiraciones reales de hacerse con los títulos. Una, donde la calidad escasea cada vez más a este lado del Atlántico, es la del pívot. Un cinco poderoso, determinante, sostiene las costuras de cualquier equipo que se precie a ambos lados de la cancha. La otra, sin duda, es la del creador, la del tipo que debe ejercer como extensión del entrenador sobre la cancha y llevar la batuta para que la orquesta suene como en los ensayos. Y de esto en el Buesa Arena se sabe un rato, ya que por mucho que hayan variado las identidades de los jugadores en las demás posiciones, casi siempre sus éxitos han venido acompañados de puntales en estas dos demarcaciones claves.

Maciej Lampe, el fichaje estrella del pasado verano, parte este año con la obligación de asumir el protagonismo que desde la marcha de Tiago Splitter a la NBA nadie ha ostentado en el cuadro azulgrana. Carlos Cabezas, por su parte, llega ya con la obligación de tomar el testigo de un jugador tan determinante como Pablo Prigioni en un equipo donde siempre se ha procurado disponer de al menos un timonel del primer nivel. Y con la contratación del jugador malagueño, la próxima campaña no será una excepción.

Desde que el Baskonia abandonó su plaza en la burguesa clase media para instalarse entre los aristócratas del baloncesto continental, a comienzos del presente siglo, Josean Querejeta ha mantenido siempre una máxima a la hora de confeccionar las plantillas: en todas ellas debía aparecer al menos un base de plena confianza, con calidad, con experiencia, con conocimiento del juego. Tras la etapa de Elmer Bennett y Corchiani, que dejaron huella en la hinchada baskonista, el club de Zurbano se ha mantenido siempre fiel a esta directriz. Y por eso, tras confirmarse la salida de Prigioni a la NBA, no ha temblado el pulso en buscar una salida para uno de los dos bases con contrato.

Cabezas toma el relevo del argentino, que la pasada campaña se encontró un tanto solo en la dirección ante la escasa pujanza de Heurtel y acabó asumiendo quizá más minutos de los aconsejables. Entre 2003 y 2005, un Prigioni mucho más joven compuso junto a José Manuel Calderón una de las parejas más brillantes de la historia del club. A nadie debe extrañarle ahora que ambos, aunque a uno le haya costado un poco más, militen en equipos de la mejor liga del mundo.

Tras la marcha de Calderón, el cuadro baskonista exploró diversas opciones para acompañar al timonel de Río Tercero. Eran apuestas más o menos arriesgadas, aunque siempre existía la garantía de disponer al menos de un conductor de plena fiabilidad. Un joven Roko Ukic, Zoran Planinic y Vlado Ilievski, con la aportación puntual de temporeros americanos, asumieron la tarea de complementar el dúo, hasta que Prigioni se marchó a Madrid y entonces se saltó al vacío.

Marcelinho, que guió al equipo junto a Splitter al tercer título liguero de la historia, ejerció como paracaídas, aunque sus acompañantes (Ribas sobre todo) no acabaron de convencer. Cuando el Barça pagó por el brasileño, el club repescó a Prigioni. Hubo dudas entre la afición. Pero el tiempo las ridiculizó. Ahora Cabezas parte con la misma misión y con similares incógnitas. En su mano está asumir el peso de la tradición en un equipo donde los buenos bases marcan épocas y ciclos.