Vitoria. En blanco y con un bagaje insuficiente. Por segundo año consecutivo, las vitrinas del Buesa Arena acabaron huérfanas de títulos tras una temporada, por momentos, decepcionante que no puede haber satisfecho las ambiciosas expectativas de un club sediento de añadir hitos al palmarés. La derrota de ayer en el Palacio de los Deportes cierra una andadura más repleta de sombras que de luces. El Madrid rubricó el epitafio de una trayectoria demasiado repleta de vaivenes. Pese a su franca mejoría en la recta final y la evidente certeza de que su papel en este play off por el título ha resultado satisfactorio, el Baskonia acaba el curso por debajo de las expectativas. Un aprobado en todas las competiciones domésticas -finalista de la Supercopa y semifinalista tanto en la Copa como la ACB- y un terrible borrón en la Euroliga donde la eliminación a las primeras de cambio en un grupo francamente asequible constituyó un mazazo deportivo y económico sin precedentes.
Desde que el último gran icono del baskonismo (Splitter) emigró hace dos veranos a la NBA, la entidad vitoriana ha perdido la pócima del éxito. Si ya es de por sí difícil la convivencia ante dos entidades que se nutren de los millones del fútbol para confeccionar sus plantillas, un rosario de problemas colocó numerosas piedras en el camino para que el Caja Laboral tardara excesivos meses en ser un bloque homogéneo, fiable y compacto. La grave lesión de Maciej Lampe en la cadera, que obligó a variar el planteamiento inicial de no apostar por jugadores procedentes del lockout -Seraphin y Dragic protagonizaron una estancia efímera-, y la fallida apuesta por dos estadounidenses (Williams y Dorsey) que vivieron una difícil aclimatación y a los que Ivanovic fue incapaz de moldear para extraerles algo de jugo antes de la cantada rescisión de contrato, pesaron como una losa. Tanta convulsión en los albores del ejercicio, con un equipo cogido con alfileres, desencadenó un batacazo continental cimentado en dos dolorosas derrotas ante el Gescrap Bizkaia.
Del proyecto inicial que planificó el Baskonia en verano al equipo que durante meses representó un canto a la irregularidad y la inconsistencia, medió un abismo considerable. Hubo incluso que recurrir a la figura del temporero (Walsh y Golubovic) para tapar los errores cometidos en una planificación saldada con errores de bulto. El montenegrino, nuevamente en la diana de muchas críticas, delegó básicamente su confianza en los elementos de la vieja guardia hasta que el galáctico fichaje de Andrés Nocioni -de vuelta en Vitoria ocho años después- y la recuperación de Lampe cambiaron el errático rumbo y supusieron el imprescindible punto de inflexión que alumbró una nítida mejoría. Con ambos en nómina y revitalizado por la pujanza de un renacido Nemanja Bjelica, el Caja Laboral hizo soñar a sus aficionados con la conquista de la cuarta ACB de la historia.
Dudas en el equipaje El vitoriano fue un bloque en permanente estado de dudas que malvivió, entre otras cosas, por sus graves problemas para la anotación y la ausencia de un juego interior dominante. Si el Baskonia estuvo lejos de ser un equipo redondo también fue por culpa de la bisoñez de un Heurtel incapaz de complementar a Prigioni en la dirección, la intermitencia de Oleson y Ribas para dotar de mordiente al perímetro, los altibajos de un San Emeterio lejos de aquel incansable pulmón que se hizo acreedor un año atrás al MVP, la célebre anarquía de Teletovic y la caída en picado de Milko Bjelica -un cuatro que por exigencia del guión debió actuar como poste puro- tras un esperanzador comienzo. Todo ello redundó en derrotas sonrojantes a domicilio y victorias de escaso fuste en el Buesa Arena ante rivales modestos.
El gran lunar, un golpe bajo difícil de sobrellevar por cómo y dónde se produjo, tuvo lugar a finales del año pasado en un coto cada vez más vetado al éxito como es la Euroliga. Encuadrado en un lote aparentemente fácil con el Fenerbahce, el Cantú, el, a la postre, campeón Olympiacos, el Sluc Nancy y el Bizkaia, el Baskonia jugó con fuego hasta llegar a la última jornada en una situación crítica. Estaba en su mano la posibilidad de acceder al Top 16 como líder o acabar quemado en la hoguera en el caso de una derrota en Miribilla. Tras una velada de infausto recuerdo, sucedió lo segundo y, en la cancha del vecino irreconciliable, el Bizkaia rubricó la mayor afrenta que se recuerda en mucho tiempo. Fue un terrible golpe no sólo en el apartado deportivo -la licencia A es un tesoro que hay que cuidar como sea- sino también en el económico, ya que se quedaron por el camino unos suculentos ingresos. La llegada de Nocioni, que inoculó su carácter al colectivo, y la plenitud física de Lampe devolvieron las esperanzas de protagonizar otra gesta liguera, pero el equipo adoleció del aliento y la magia de otros años en un sprint final que abre a partir de ahora un obligado tiempo para la reflexión.