Era cuestión de tiempo. Tenía que pasar y pasó. Estaba escrito en el guión. Y no se puede luchar contra el destino. La chispa que encendió definitivamente los ánimos de la grada del Buesa Arena de los 15.000 espectadores saltó por fricción, en el encuentro furtivo, casi involuntario pero esperado por otra parte, con la salida a cancha de Felipe Reyes. El jugador cordobés, odiado como sólo los grandes enemigos de la afición vitoriana, prendió la llama del corazón del baskonismo, que ayer rugió como no lo había hecho esta la fecha, que ingresó en la historia de la ACB gracias a la inauguración completa del remozado pabellón de Zurbano, un recinto dispuesto para albergar cualquier cita de alto nivel pero que, cosas del destino y de la política deportiva, no será sede del mundial que acogerá España el próximo año.
El pabellón de Zurbano albergó el partido con mayor número de espectadores en la historia de la competición doméstica. Jamás tantos hinchas se habían congregado en un mismo reciente para presenciar un duelo de la ACB. Los 15.504 aficionados que abarrotaron las gradas permitieron batir el anterior registro, que detentaban los vecinos del norte merced a los 15.414 asistentes a un derbi entre Bilbao Basket y Tau hace cuatro años en el Bilbao Exhibition Centre. Más de 15.000 almas que recuperaron la ilusión para arropar al equipo y acompañarlo en un partido que se presentaba complicado y que se encendió desde la presentación, cuando el menor de los Reyes saltó al parqué.
Fue en ese instante que tenía que llegar cuando entró en juego lo que va a ser este nuevo coliseo azulgrana, lo que ya es, y lo que puede llegar a pesar en los rivales. No va a resultar sencillo para ningún equipo jugar en Vitoria. El Buesa Arena del futuro, que ya es presente, recupera las señas del antiguo feudo inexpugnable. Mira atrás para crecer. Quedó muy claro ayer.
En la presentación de los equipos -el club va afinando poco a poco esta suerte- ya quedó patente que algo había cambiado. Llull, que hace méritos para ingresar en un futuro próximo al club de los grandes enemigos del baskonismo, y Felipe coparon los pitos. Pablo Laso, como cabía esperar, el cálido recibimiento de la parroquia vitoriana. Es paisano. Ha sido santo y seña del club. Y el aficionado supo reconocerlo con una sonora ovación.
Hasta ahí llegaron las concesiones. Porque en el nuevo Buesa Arena algo ha cambiado. Y no sólo en el parqué. El baskonismo ha recobrado su santuario, un espacio que ayer se vistió de gala con aroma a gasolina, con la sonrisa burlona de los personajes de la Warner Bros y con los malabarismos de un astro del BMX. Un Buesa Arena que pretende ofrecer algo más que baloncesto pero que, además, tiene que ofrecer baloncesto. Y ayer lo hizo.
En un Lunes de Pascua que quedará grabado ad aeternum en la memoria colectiva del baskonismo, tras demasiadas semanas de travesía por el desierto, la afición volvió a paladear baloncesto de quilates, se atrevió a dejarse llevar y salió convencida de que soñar no es sólo una cuestión de fe. En una jornada que arrancó muy temprano, mucho antes de lo habitual, el baloncesto supuso el culmen y la victoria, un broche de oro que no podía faltar en una fiesta que ya forma parte de la historia. A pesar de que Llull pudo hacerlo cambiado todo.