Para solventar cruentas batallas como la que ayer tenía reservada el calendario, hace falta mucho más. El Baskonia quiere y por momentos exhibe ese elogiable espíritu competitivo del pasado, pero a la larga se estrella contra sus propias limitaciones que le lastran en las ocasiones señaladas. Sus débiles costuras salen a relucir en cualquier momento, más si aparece enfrente un ogro armado hasta los dientes como este renacido y estético Real Madrid al que Pablo Laso amenaza con hacer reverdecer viejos laureles. El infatigable despliegue azulgrana se marchó por el sumidero en cuanto los magníficos velocistas locales activaron los resortes de sus ágiles piernas y dejaron sin resuello a un exhausto combinado alavés, que se diluyó como un azucarillo conforme los minutos avanzaron.

Mientras el líder de la ACB explotó el dinamismo de su plantel, apeló a la electricidad de sus centelleantes exteriores para dar otra vuelta de tuerca al duelo y aprovechó la abrumadora superioridad interior del letal dúo Reyes-Tomic, el Caja Laboral se desdibujó en el tramo de la verdad víctima del absentismo laboral de sus principales estandartes. Salió un encorajinado Llull al galope con varios costa a costa dignos de elogio que reventaron la tibia resistencia alavesa y esos seis jugosos puntos a favor que figuraban en el electrónico mediado el tercer cuarto (49-55) fueron neutralizados de un plumazo por un anfitrión más armado, compacto y equilibrado que hoy en día se encuentra muy lejos de las posibilidades visitantes.

El notable trabajo desplegado hasta la fecha se vio arruinado en un santiamén. Una mortal pájara de cuatro minutos, traducida en un parcial de 17-3, resultó letal para convertir el epílogo en un monólogo merengue. Cual castillo endeble construido con unos débiles cimientos que se resquebraja a las primeras de cambio al menor soplido, el Baskonia quedó sepultado bajo tierra para cosechar una nueva derrota sin grandes daños colaterales pero preocupante en esta carrera de fondo ante rivales directos debido a la abrumadora sensación de inferioridad. O el mago Josean Querejeta se saca algún conejo de la chistera más allá del inminente regreso de Maciej Lampe, o esta campaña corre el riesgo de acabar en blanco ante la escasa pujanza de un grupo con varios bultos sospechosos en forma de temporeros incapaces de aportar algo positivo al engranaje colectivo.

La veteranía, un grado El Real Madrid constituyó un hueso inabordable pese a que el cuadro de Ivanovic resistió con entereza durante casi tres cuartos. Mirotic quedó fuera de combate a las primeras de cambio, aunque lo que debía ser una noticia positiva pesó como una losa ante la irrupción de un veterano con las arrugas muy bien llevadas. Para el incombustible Reyes, no pasan los años. Mucho más si enfrente figura un juego interior tan cogido con alfileres al que las faltas de Milko Bjelica apuntillaron. El cordobés tiró de repertorio, igual que un Suárez -bendecido desde el perímetro con una ilógica secuencia de aciertos- dispuesto a reivindicarse ante el hombre (San Emeterio) que le ha apartado de la selección nacional durante los últimos tiempos.

El duelo permaneció parejo hasta que el revolucionario Llull firmó tres canastas consecutivas que encendieron los ánimos de la bulliciosa hinchada local. Melancólico y sin fuerzas para revertir la situación, un orgulloso Baskonia languideció sin remisión. Cuando despertó del letargo, ya era tarde. El Madrid, fiel a ese juego tan ágil y dinámico que le ha inoculado su técnico vitoriano, extrajo petróleo de unas carencias que, un día sí y otro también, ralentizan cualquier atisbo de crecimiento. La secuencia de canastas fáciles y plácidos contragolpes en contra se tradujo en un duro correctivo. El vertiginoso ritmo blanco rompió en pedazos a un forastero apocado que no daría de ahí a la conclusión con la tecla para frenar la sangría. Ese intercambio de golpes dejó pésimos dividendos para un Baskonia amputado por sus propias limitaciones. Otra decepción para finalizar una primera vuelta que deja a la tropa alavesa en el lugar que le corresponde. Con esta materia prima, es imposible hacer más.