Vitoria. Año 0 del nuevo milenio. Tras haberse mostrado insolente con los clubes dominadores del Viejo Continente mediante dos Copas y la consecución de la extinta Recopa de Europa, Tau Cerámica Baskonia ingresaba en la élite a través de su participación en la máxima competición continental que se bifurcaba, en aquella temporada, en dos campeonatos.
Los hombres comandados por Ivanovic, en su primer año al frente del cuadro baskonista, asaltaron plaza tras plaza para medirse ante una impresionante Virtus Bolonia que contaba en sus filas con Ginobili, Smodis, Rigaudeau o Jaric. Impresionados pero difícilmente impresionables, los Nocioni, Bennet y Foirest que vestían la elástica azulgrana claudicaron ante uno de los equipos más talentosos que se han visto a lo largo de la historia FIBA.
Aquel logro y los posteriores que han ido dibujando el bagaje de un club ya adscrito a la realeza europea, se cimentaron, entre otras cosas, sobre una inusitada fortaleza como local.
Es éste el punto clave para presagiar el desenlace de un curso para muchos traumático. Y es que a estas alturas, desde el ingreso oficioso del equipo en la élite, sólo en dos temporadas, la 2002-03 y la 2004-05, se obtuvieron peores registros como local. En la primera, con cuatro capitulaciones, únicamente se logró llegar a la final de la Copa del Rey. En la segunda Dusko seguía al frente de un plantel donde Macijauskas y Scola se erigían como máximos referentes. Entonces, Madrid y Barcelona, en la competición doméstica, y CSKA, Benetton y Ulker, en la Euroliga, sumaban cinco derrotas caseras para el club que ahora retorna a Zurbano.
Sin embargo, en aquella temporada que parecía apocalítica, se llegó al último encuentro de la Final Four y al de la liga ACB. En este margen de tiempo, desde el curso 2000-2001, ha habido otros tres en los que, a estas alturas, se ha llegado a esta cifra de derrotas en este balance local: 2000-01, la 2007-08 y 2010-11. La primera y la última, temporadas yermas en cuanto a títulos. Sin embargo en la 2007-08 el equipo se alzó con la Liga, fue subacampeón en Copa y llegó a la Final Four.
Las estadísticas revelan -partido arriba, partido abajo- que sobre estas diferencias mínimas los desenlaces son difíciles de presagiar. Asimismo, es, prácticamente, una verdad de perogrullo que en la temporada baloncestística el pescado comienza a repartirse a partir del periodo que ahora arranca. Por todo ello conviene relativizar el satanizado paso por el Iradier Arena que, en su condición de morada baskonista, ha vivido similar número de fracasos que en temporadas anteriores.
Similares en número pero no en su índole. Y es que, si la liga regular ha sido nicho para dos derrotas caseras -contra el Valencia en la cuarta jornada y la última a manos del Assignia Manresa-, sólo una ha sido suficiente para apear al cuadro alavés, por primera vez en la historia de la competición, de la Euroliga en épocas tan tempranas. Una derrota infligida por el Gescrap Bilbao Basket, con todo lo que esto conlleva para la afición baskonista.
La rivalidad regional se plasmó de manera explícita y dolorosa en aquel partido que privaría al Caja Laboral del pase al Top 16. Doble depresión para una afición que, pese a otros devaneos como la asimilación de ciertos jugadores por parte del entrenador, la poca implicación defensiva o la falta de fluidez en ataque, ha presenciado un número similar de decepciones que en años de éxitos para el club.
Un balance doloroso, por las consecuencias, pero no mucho peor que los cosechados en temporadas de gloria. Ésta aún puede serlo.