Vitoria. No podía producirse un peor final, o quizá fue justo el más adecuado. El Caja Laboral se despidió de su feudo en el exilio con un ejercicio de impotencia que viene a sumarse a la ya de por sí extensa lista de decepciones recientes. El Iradier Arena cerró sus puertas como cancha de baloncesto con una sensación tan amarga como el recuerdo que del multiusos guardará buena parte de la afición, que incluso llega a relacionar directamente la renqueante marcha del equipo azulgrana con su destierro. No hubo lágrimas, ni caras largas más allá de por el resultado. Pocos se lamentaban, tanto antes como después del partido, por el cambio de domicilio del conjunto baskonista. Más bien al contrario. La afición que tanto ha extrañado el Buesa Arena asumió la despedida del multiusos con cierto sentimiento de alivio, como si la mudanza, la vuelta a casa, fuese a representar también la metamorfosis de algunos valores de un equipo que no ha llegado a convencer.

"Ya es el último partido aquí. Por fin. Había ganas de volver al Buesa. Muchas ganas", confesaba Mikel, segundo año de socio, a las puertas de la plaza de toros. "No creo que nadie eche de menos esto", añadía antes de ir en busca de su asiento.

No era el único que se mostraba aliviado ante la perspectiva del regreso al Buesa Arena. "A ver si volviendo a donde siempre juegan como siempre", se sinceraba esperanzada Maider, poco antes de acceder al pabellón. "Eso, eso, porque lo de los últimos partidos ha sido un aburrimiento", le completaba una amiga anónima. "A ver si el partido de hoy es un poco mejor que el del Fuenlabrada". No lo fue. De hecho, fue peor.

El Iradier Arena se despidió -quién sabe hasta cuándo- del baskonismo con un partido que, de no ser por la fecha y por lo simbólico y liberador que resultaba para muchos, estaba destinado a caer por su propio peso al pozo del olvido. Atrás quedarán los conflictos térmicos, los estragos del frío otoñal y el posterior e insoportable calor de los calefactores. La hinchada azulgrana se encamina ilusionada hacia el nuevo Buesa Arena de los 15.000 asientos, que abrirá sus puertas oficialmente en el encuentro que el próximo 5 de febrero disputará el equipo de Dusko Ivanovic frente al Gran Canaria, en el que será el segundo duelo de la fase de vuelta de la Liga Endesa.

La duda estriba en saber si la mudanza representará también un efecto terapéutico para un equipo que, a tenor del juego, tampoco ha terminado de sentirse nunca en casa en el coso taurino. Y eso a pesar de que ni los malos resultados han bastado para que su fiel hinchada se mostrara excesivamente crítica con los jugadores o el técnico. Ivanovic, aplaudido cada vez que pisaba el parqué del Buesa Arena durante años, sí ha recibido algunos pitos en la morada temporal del baskonismo. Como Prigioni tras su vuelta.

Pero han sido mínimos. O al menos hasta los últimos tiempos, porque ayer el montenegrino fue tratado con división de opiniones. Mientras parte de la grada trataba de ensalzar la figura del entrenador justo cuando peor jugaba el equipo, otra parte de la hinchada respondió con pitos. Seguramente Ivanovic y sus jugadores, como la afición, agradecen también el cambio.