Este Caja Laboral de las dudas y la decepción encontró en el Olímpico de Badalona un oasis en el que reponerse de la descorazonadora travesía por el desierto que viene padeciendo desde que arrancó el curso. En un escenario mítico, aunque ayer desangelado, y frente a un rival histórico, si bien también en horas bajas, el conjunto azulgrana sumó una victoria que le permite seguir aferrado al liderato de la clasificación de la ACB y tomar algo de oxígeno en la encarnizada pelea que aún sigue abierta por conseguir una plaza de cabeza de serie para la Copa del Rey. Ante todo, el conjunto baskonista recibió una inyección anímica. Necesitaba ganar para disipar las dudas que flotaban en el vestuario. Y lo logró. Lo hizo además con cierto lustre, con pequeñas dosis de brillantez que recordaron épocas mejores y permitieron identificar en la tropa alavesa la mano creadora de Dusko Ivanovic.
El Baskonia recuperó en el Olímpico, siquiera de manera temporal, a varias piezas que debían dar un paso adelante. Ahora sólo el tiempo determinará si lo de ayer fue sólo un espejismo o si, por el contrario, Ivanovic ha dado ya con la tecla, ha separado el grano de la paja y logrado inocular a cada uno de sus pupilos qué es lo que quiere de ellos. En Badalona la maquinaria azulgrana funcionó, la orquesta afinó y por fin ofreció la imagen de colectivo que tanto se echaba en falta.
Bien es cierto que el equipo continúa lastrado por la irregularidad, que tiene unas enormes carencias en la pintura y que en ocasiones se atasca en exceso en el ataque estático. En el primer cuarto quedó muy claro que conserva aún los vicios de la bipolaridad que lo ha convertido en una de las peores versiones del Baskonia que se recuerdan. Una pésima puesta en escena, con una defensa contemplativa y sin ideas ante el aro rival, permitió al Joventut, que hace dos semanas bajó de su pedestal al Madrid de Laso, imaginar otra gesta. Pero ayer no tocaba.
El Caja Laboral reaccionó, se sobrepuso a un primer parcial en el que los catalanes lo destrozaron desde el exterior (25-15) y de repente, como por arte de magia, se produjo el milagro. Un segundo cuarto esplendoroso, con un parcial abrumador (llegó a estar en 5-27) varió las coordenadas del choque, trasladó las dudas de un banquillo a otro y permitió que salieran a la luz las virtudes potenciales de un equipo que, a pesar de todos los problemas, tiene mucho más que dar de lo que se ha visto hasta la fecha.
Fue un ramalazo de orgullo, de rabia, edificado en una defensa esta vez sí digna de los equipos de Ivanovic, granítica, que devastó el Olímpico y rescató al Caja Laboral de esa inquietante oscuridad en la que vive sumido. Hasta la fecha había destacado en las estadísticas como el segundo equipo de la competición doméstica que menos puntos recibía, sólo superado por el Barça. Pero esa clasificación resultaba engañosa. Tenía más que ver con el ritmo plomizo que impone en sus duelos y las escasas posesiones que concede a sus oponentes. Ayer, sin embargo, sí se vio a la segunda mejor defensa de la ACB. Y secó al Joventut.
Thomas Heurtel fue el encargado de pulsar el interruptor. El galo, incapaz de erigirse en un recambio de garantías para Prigioni, se reivindicó con una exhibición de carisma esperanzadora en una jornada en la que el argentino no parecía en absoluto inspirado. El timonel galo lideró la reacción, bien asistido por Milko Bjelica, Teletovic y San Emeterio, contagió a sus compañeros su intensidad defensiva y por primera vez en todo el curso el cuadro azulgrana pudo correr y gozar de transiciones rápidas tras varias buenas acciones defensivas.
El enfermo continúa sin recibir el alta, pero tras el triple de San Emeterio en Miribilla y la buena imagen ofrecida en Badalona parece haber abandonado el coma. A pesar de todas las críticas que ha coleccionado y de las dudas que aún despierta, tiene pulso y pelea por devolver la ilusión a su afligida hinchada.