Vitoria. Cuando se juega una vez con fuego, hay quien se quema y quien no. Cuando la piromanía se convierte en una cuestión rutinaria, llega el momento en el que alguien sale abrasado. Este Caja Laboral, más fuente de incertidumbre que de certeza, se complicó ayer de manera estúpida su pase a la segunda ronda de la Euroliga al ceder una derrota en su feudo en uno de esos partidos que se pueden perder pero que normalmente se ganan. El castillo de naipes y resultados sobre el que se estaba sustentando la paz social salió ardiendo en un compromiso con tintes históricos.
En muchos aspectos anda este equipo perdido, sin rumbo, en el lodo, con sólo dos gardenias que florecen regularmente en ataque. Más allá de Mirza Teletovic y Fernando San Emeterio, ayer en su versión más irregular, está la nada, existe un amplio margen para la improvisación que rara vez ofrece réditos a la producción ofensiva del cuadro azulgrana. En ocasiones surgen espontáneos con ganas de liarla, como ayer sucedió con Pablo Prigioni y otras veces con Ribas, Seraphin, Oleson o Nemanja Bjelica. Pero por regla general, más allá de los dos ejecutores habituales hace frío. Lo demás son irrupciones puntuales, momentos de efervescencia carentes de cualquier continuidad.
Al combinado azulgrana le cuesta mucho sacar adelante los encuentros ante esta realidad. Gana partidos que puede perder y pierde partidos que puede ganar, aunque más lo primero que lo segundo. Su producción ofensiva ha menguado -anota 13 puntos menos por cita que el pasado año por estas fechas- ante la falta de jugadores capaces de erigirse en amenazas. Los ataques resultan por momentos demasiado previsibles. Y para colmo de los males, empieza a depender en demasía de un Pablo Prigioni que ayer se metió entre pecho y espalda una ración brutal de minutos al constatar Ivanovic lo que la gran mayoría de la afición percibe del tiempo que Thomas Heurtel permanece sobre el parqué.
Si hay pocos ejecutores, la lista de diseñadores de las maniobras ofensivas se limita al timonel argentino. Heurtel está muy tierno. Posee unas cualidades evidentes como para augurarle un futuro prometedor, pero el paso de las semanas, con más distancia respecto a la pretemporada en la que todo es justificable y el advenimiento de citas cada vez de mayor responsabilidad, están retratando las carencias de un jugador que se ha hallado en la tesitura de pasar de actuar como base suplente en un equipo que peleaba hace unos meses por evitar el descenso a hacerlo como starter en uno de los colectivos más poderosos del continente.
El director de juego galo crecerá, eso seguro, aunque las dudas que genera en el técnico van a traducirse en más atracones de minutos para Prigioni, uno de esos tipos con los que se pueden ganar esos partidos que se podrían perder. Fue quien más lo intentó ante el Gescrap.
La de ayer fue una más de esas citas. Uno de esos duelos ya habituales, de destino incierto y sensanciones tristemente reconocibles que empiezan a sembrar desencanto donde hace dos meses se generó ilusión. Ivanovic, víctima para muchos y responsable para otros tantos, debe propinar un volantazo a su nave. O se perderán más partidos de esos que se deben ganar.