Vitoria. Aunque duela decirlo, un desenlace tan funesto como el de ayer se veía venir y no sorprende sobremanera. Un proyecto que amaneció de manera ilusionante comienza a teñirse de serios nubarrones y rememorar las peores pesadillas de la pasada temporada. Completamente estancado en su crecimiento, el Baskonia no carbura como debiera y encajó ayer un sonrojante varapalo que enciende todas las alarmas respecto a la real valía de un equipo sin alma. Los buenos resultados ante rivales de medio pelo habían solapado hasta ahora la crisis de juego y la falta de identidad de un grupo inconsistente y rebosante de lagunas, pero la elevada exigencia de un belicoso derbi vasco -56 faltas entre ambos protagonistas- y un heroico Bizkaia que se sobrepuso a toda clase de adversidades destaparon que no era oro todo lo que relucía.

Ante la incredulidad de un Iradier Arena cuyo aliento no fue suficiente y acabó perplejo por la exhibición de vulgaridad, la tropa alavesa cosechó uno de esos varapalos que dejan secuelas y escuecen sobremanera. Si ya de por sí doloroso es caer ante el vecino, la forma en que sobrevino el inexplicable desplome provoca dosis de irritación, desasosiego e incluso indignación. Un esperanzador 81-76 a un minuto y medio de la conclusión alumbró un fracaso sin paliativos tras una vorágine de errores difíciles de entender en un teórico aspirante a los títulos.

Tras verse siempre a remolque hasta el minuto 35, el Caja Laboral se autoinmoló sin que nadie le empujara hacia el abismo. Jugó con fuego al creerse vencedor antes de tiempo y se quemó con todo merecimiento. El rosario de dificultades padecidas por el forastero vizcaíno puso en bandeja el triunfo. Raúl López quedó fuera de combate en el segundo cuarto por un esguince de tobillo, el exceso de verborrea de Jackson se tradujo en su prematura eliminación en el minuto 28 y Katsikaris vio desfilar a otros tres efectivos -Grimau, Fischer y Banic- por culpa de las faltas. Beneficiado por la pasividad defensiva local y un cortocircuito digno de cualquier estudio científico, la fe visitante obró un éxito impensable pese a la ausencia de cabezas pensantes. Un gravísimo paso atrás, en definitiva, para un Caja Laboral obligado a la autocrítica -incluido su técnico- que vivió otra vez del oficio de Prigioni, el pundonor de San Emeterio y el talento de Teletovic.

Débiles constantes vitales El grupo continental se comprime y la clasificación hacia el Top 16 que parecía un camino de rosas tras las tres victorias iniciales se complica sobremanera. Lo peor de todo es comprobar la sangrante falta de rigor, empaque y solidez de un colectivo empeñado en minimizar las numerosas variantes de que podría llegar a disponer, relegar al ostracismo a sus dos cincos puros -un tierno Milko Bjelica mostró nuevamente todas sus carencias en dicha posición- y mantener en el anonimato a algunas caras nuevas completamente desaprovechadas.

El derbi volvió a retratar la vulnerabilidad y las débiles constantes vitales baskonistas. Un depresivo Bizkaia, que aterrizaba en el Iradier Arena en horas bajas y lastrado por cuatro derrotas consecutivas, campó a sus anchas a lo largo de una terrorífica primera mitad inundada de pérdidas y ataques sin sentido saldados de manera rocambolesca. Un día sí y otro también, el equipo vitoriano se desangra por culpa unos vicios incorregibles para los que no hay antídoto. Dado que la salvadora muñeca de Teletovic no puede solucionar sistemáticamente la papeleta, la rigidez de ideas, la alarmante ausencia de dinamismo y el nulo protagonismo del juego interior abanderan un rendimiento ínfimo.

Si adelante es un grupo inconexo e encorsetado que sobrevive gracias a los chispazos de su capitán, atrás el cuadro de Katsikaris explotó a la perfección las carencias de Prigioni, incapaz de controlar los eléctricos cambios de ritmo de Jackson, sacó petróleo de la diabólica muñeca de Vasileiadis y aprovechó la soltura de su dupla interior Banic-Fischer para lanzar a media distancia. Demasiadas concesiones que obligaron al Caja Laboral a navegar contracorriente y le sumieron en un nefasto estado de ansiedad. Tras hacer lo más difícil alentado por el viento a favor de las adversidades visitantes, noventa desastrosos segundos finales provocaron un funeral en el coso taurino, siendo el griego el encargado de clavar las últimas estocadas.