corría el tercer periodo de los cuartos de final de la última edición de la Copa del Rey, celebrada en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Caja Laboral y Bilbao Basket protagonizaban uno de esos duelos encorsetados por un guión que a los vizcaínos parece que les cuesta cambiar. Todo apuntaba a una nueva victoria del equipo vitoriano. Una ventaja de 15 puntos y la inercia de la historia invitaban a presagiar un final de partido apacible para el Baskonia. Pero la demencia -la del Bilbao Basket, no la de Estudiantes- se hizo un hueco en el parqué y devolvió la esperanza a una afición vizcaína que ya contaba con hacer el camino de vuelta a las primeras de cambio.
Kostas Vasileiadis, eléctrico, ciclotímico, fugaz, saltó desde el banquillo para cambiar el ritmo del partido. Sus triples inverosímiles, muchas veces mal seleccionados, su afán por asumir la responsabilidad y la intensidad que imprimió a cada acción en ambas canastas podrían haber valido un triunfo de no ser por el excepcional despliegue de facultades y lectura del juego de Marcelinho y la habitual puesta en escena de un Teletovic infalible. El exjugador de PAOK y Unicaja metió el miedo en el cuerpo a la mayoritaria hinchada azulgrana y devolvió la ilusión a la propia. Cerró el duelo con 31 puntos (7/12 en triples, 3/4 de dos), tres rebotes y 26 de valoración. Al final no bastó para levantar el peso de la historia, y el Caja Laboral accedió a las semifinales, pero sí para evidenciar a ojos del mundo entero de que los hombres de negro disponían de un interruptor para cambiar el voltaje de los partidos. Y lo peor de todo es que el escolta griego no se encontraba solo.
Espoleados por partidos como el de los cuartos de final coperos, los pupilos de Fotis Katsikaris aún se reservaban una última gesta para sellar una temporada histórica, la mejor desde el retorno de un equipo bilbaíno a la élite. Con el Real Madrid como rival, el Bilbao Basket volvió a tirar de ese punto de locura para colarse por vez primera en la final de la ACB. En esta ocasión, la locura contagiosa de Vasileiadis, un tipo que fuera de las canchas se desenvuelve bajo los mismos parámetros de pasión, alcanzó a otras dos piezas del plantel. Janis Blums, otra metralleta, se apuntó a la fiesta en los play off, mientras que Aaron Jackson acabó por convertirse en uno de los bases más apetecibles de la ACB gracias a las lecciones magistrales que ofreció en esas series por el título.
Muchas cosas han cambiado en el Bilbao Basket, incluso el nombre, dad que ahora es Gescrap Bizkaia por bendición de la firma de gestión de residuos con la que ha firmado un contrato esta misma semana. La frescura y la ausencia de obligaciones con la que se desenvolvía hasta el pasado curso parecen haberse esfumado tras consumar su clasificación para la Euroliga y haberse ganado por derecho propio un hueco entre los aristócratas de la competición doméstica. Pero la demencia de sus microondas, de estos tipos que convierten en arte el caos se conserva en estado latente.
el peso del calendario Está claro que el peso del calendario, el doble compromiso semanal en las dos competiciones más potentes del continente, está provocando que los pupilos de Katsikaris paguen la novatada. Noveno en el torneo doméstico con más derrotas que victorias (3-4) y necesitado de enmendar el rumbo en la Euroliga (1-3), la temporada ha despertado del suelo a los aficionados de un equipo que ha ganado apoyo año tras año, que sigue un rumbo fijo y tiene como modelo al que hoy será su contrincante y puede llegar a erigirse en su verdugo continental.
Puede que al equipo vizcaíno le esté costando asumir su nuevo rol, que haya olvidado la fórmula a través de la cual alcanzó las mayores cotas de su historia. Una receta que es no tener recetas, que consiste en soltar sobre el parqué a esta jauría de locos y concederles vía libre para desparramar.
Esta tarde, una vez más, los pronósticos sonreirán a un Caja Laboral que tampoco ha encontrado aún la identidad pétrea, irreductible e insaciable con la que se ha manejado durante su historia. Mal harían los pupilos de Ivanovic en confiarse, en dejarse llevar por la inercia o en dar por muerto de antemano a un rival que puede dar mucho más de sí. Sobre todo si Katsikaris da más cuerda a sus locos.