KAHIEM Seawright tenía apenas 13 años cuando manchó sus manos con la sangre de su mejor amigo. Las calles de Long Island no eran el mejor lugar para crecer, y el pívot del Blancos de Rueda Valladolid lo sufrió en sus propias carnes una tarde de verano. En lo que dura un suspiro, su compañero de escuela fue tiroteado delante de sus ojos. Era sólo un niño, pero tuvo el arrojo suficiente para sujetarlo con sus propias manos y llevarlo agonizando a su casa. Su coraje no pudo evitar que su amigo falleciera poco después, marcando de por vida al poste que este mediodía se enfrentará al Baskonia en tierras pucelanas. Por aquel entonces aún no lo sabía, pero el caprichoso azar volvería a sacudir al jugador norteamericano de forma aún más contundente si cabe. Criado en una de las peores zonas de Nueva York, la historia de superación del que el curso pasado fuera el mejor extranjero de la LEB Oro no difiere demasiado de otras vidas tantas veces contadas. Pero no por ello su relato vital resulta menos descorazonador.
No fue sin embargo el baloncesto lo que sacó de las calles a Seawright. Al menos no como resorte principal. A diferencia de otros tantos chicos que a su edad deambulaban en un mundo de drogas y violencia, el cinco nacido en la Gran Manzana tenía algo de lo que otros carecían, una madre dispuesta a evitar por encima de todo que el menor de sus cuatro hijos sufriera la misma suerte que su difunto amigo. Huérfano de un padre que guiara su destino, el continuo apoyo de su progenitora -que compaginaba dos trabajos para sacar adelante su hogar- resultó fundamental cuando el pívot vallisoletano comenzó a despuntar como jugador en sus primeros años de instituto.
Dos veces galardonado con el premio al MVP de la Liga durante su adolescencia, en 2005 fue llamado a formar parte del Jordan Classic, evento que une cada año a las mejores promesas del High School de todo Estados Unidos. La llamada de diferentes universidades no tardó en llegar y, de repente, lo que antes parecía una quimera se convirtió en realidad. El baloncesto le concedía la oportunidad de estudiar una carrera -se decantó por la licenciatura en Sociología- y dejar atrás definitivamente las peligrosas calles de Long Island.
Dispuesto a tomar la mejor decisión posible, Seawright reunió un día a su familia y junto a su madre tomó la decisión de seguir jugando cerca de casa y enrolarse en el Rhode Island, cuyo entrenador, el mítico Jim Baron -padre del escolta del Lagun Aro- se desplazó un día a hablar con ambos para convencerlos de que su equipo era el mejor hogar posible para el prometedor poste de 2,03 metros. Los jóvenes estudiantes que acudían al Ryan Center a ver los partidos del Rhode Island siempre recordarán a la madre de Seawright apoyando a su hijo en cada partido, sentada justo detrás del banquillo. Él le dedicaba siempre sus mejores canastas, pero su felicidad se tornó desdicha en el último de sus cuatro años en la Universidad. En el verano de 2008, la vida volvía a golpearlo de la forma más cruel posible cuando su madre moría a los 53 años.
Con sólo 22 años ya sabía lo que era perder a su madre y a su mejor amigo. En su recuerdo, Seawright luce en sus brazos sendos tatuajes con el rostro de ambos. En el izquierdo, la imagen de su madre con el lema "el viento bajo mis alas". En el derecho, el rostro de su compañero de colegio fallecido acompañado de una cita que simplifica en pocas palabras la historia de su vida: "sin lucha no hay progreso".
el puñetazo en girona Ya graduado, el jugador de la escuadra entrenada por un Luis Casimiro que le ha concedido la posibilidad de debutar en la ACB no tuvo reparos en cruzar el charco y fichar por el Tarragona de LEB Oro, con el que consiguió salvar la categoría en la temporada 2009-10. Su rápida adaptación al baloncesto europeo le llevó a firmar la campaña pasada con el Baloncesto León, donde fue proclamado el mejor jugador extranjero de la categoría con unos promedios de 15,5 puntos y 7,7 rebotes.
En la ciudad castellano-leonesa protagonizó también un polémico incidente durante un choque frente al Girona. Después de un intenso encuentro en el que su emparejamiento con el poste Pep Ortega hizo saltar chispas en la zona durante los cuarenta minutos, el estadounidense propinó un brutal puñetazo al jugador local, que previamente no tuvo mejor idea que acercarse a la oreja de su oponente para dedicarle alguna lindeza. El golpe fue tan contundente que el jugador del Girona cayó al suelo abriéndose una herida en el brazo que necesitó ocho puntos de sutura. Los chicos de Long Island saben cómo defenderse.