El remozado proyecto baskonista recibió ayer un primer e inesperado sopapo de consideración que invita a la reflexión. Una especie de déjà vú para que todos bajen de la nube y nadie ose sacar el pecho tras las esperanzadoras victorias iniciales que habían devuelto la ilusión ante la aparente transfusión sanguínea experimentada en el verano. En un recinto, a priori, amable como el majestuoso Príncipe Felipe, un modesto hambriento de gloria como el CAI hizo revivir las pesadillas más tenebrosas del pasado ejercicio liguero. Resucitaron nuevamente los fantasmas con un baño de humildad que evocó al de aquellas imperdonables humillaciones registradas a domicilio en innumerables pistas humildes, de las que el Caja Laboral salió trasquilado por el ejercicio de impotencia. El triste desenlace que también aconteció en tierras mañas.
Apenas unos días después de profanar un templo tan bullicioso como la Roca y cuando los vicios más perniciosos parecían completamente erradicados, sobrevino el primer desplome inquietante de la campaña recién inaugurada. En medio de una huelga generalizada de brazos mínimamente tensos, también barnizada por momentos con ciertas gotas de indolencia que ensancharon el marcador en el epílogo, el Caja Laboral quebró ayer de golpe su inercia victoriosa. Un brusco paso atrás que no entraba en ningún cálculo atisbados los cambios estructurales en la plantilla que habían derivado hacia una fisonomía más belicosa. Diez aseados minutos iniciales constituyeron la antesala de un desastre en toda regla para regocijo de un anfitrión zaragozano que, una vez perdió el respeto al pez gordo y comprobó que el ogro no era tan fiero, se subió a las barbas con un descaro impensable.
El naufragio colectivo a partir del segundo cuarto desencadenó una incesante lluvia de golpes. Tiroteado por los misiles locales -cinco triples consecutivos entre el final del tercero y el inicio del cuarto que propiciaron el break definitivo-, desangrado por la incontestable dictadura interior de Hettsheimer o su pésimo balance defensivo que dio pie a una riada de canastas fáciles en contra, el Baskonia acabó desfigurado. Únicamente el amor propio de Ribas, un islote de intensidad frente al absentismo del resto, y los chispazos de Teletovic representaron los solitarios halos de luz en una matinal de perros que retrató ciertas carencias peligrosas de cara al futuro.
un triste espejismo Veinte cuerpos de desventaja para los que no existen excusas de algún tipo y que premiaron la consistencia de un CAI donde un puñado de jugadores de perfil bajo disparó su cotización a través de la alfombra roja tendida por un forastero de rebajas. Ya fuera por prepotencia, alguna razón que se escapa a la lógica o simplemente el típico mal día que alumbra un panorama estremecedor, la tropa de Ivanovic se adentró en un túnel negro sin que nadie le pusiera el aliento en la nuca.
Porque, tras un racial parcial de 0-11 que le colocó rápidamente en órbita (12-19), se vio engullido por un anfitrión más certero, sincronizado y aguerrido. Las sucesivas defensas de plastilina y la monumental parálisis ofensiva, que devolvió incluso a Ribas al puesto de base en detrimento de unos aciagos Heurtel y Prigioni, alimentaron el caos. Dos de los grandes damnificados en una matinal repleta de sombras que también retrató el bajo estado de forma de San Emeterio, el paulatino declive de Seraphin, la escasa pujanza de Williams y la ternura de Milko Bjelica a la hora de contener a pares más fornidos.
Sin respuestas colectivas ni tampoco individuales, las peores sospechas se acrecenteron en un infame tercer cuarto que sepultó bajo tierra las últimas esperanzas. Con una dirección bajo mínimos, huérfano de munición desde el perímetro y unos interiores -especialmente Seraphin y Milko Bjelica- retratados por la insultante superioridad de Hettsheimer, el desplome no se hizo esperar hasta alcanzar unas sonrojantes desventajas en torno a la veintena de puntos. Mientras tanto, el Fenerbahce de Neven Spahija ya aguarda con las garras afiladas para afrontar un bautismo continental donde el lavado de cara se antoja obligatorio para evitar otro estropicio.