aL Baskonia se le paró el reloj antes de tiempo y lo pagó de manera cruel cuando las manecillas llegaron al minuto 33. En el preciso instante que el Bilbao Arena se preparaba para vivir uno de esos epílogos taquicárdicos que ponen la piel de gallina al personal, uno de los dos actores desapareció repentinamente de la pista. Con síntomas de agotamiento y huérfano de la dureza mental que ha acreditado en otras épocas para contrarrestar la subida de revoluciones aplicada por el Barcelona, el desenlace resultó funesto para sus intereses. Un castigo demoledor con el sello intransferible del auténtico tirano de la Liga Endesa que va camino de extender nuevamente el terror si no cambian mucho las cosas.
En esos siete fatídicos minutos finales para alojar en el baúl de los despropósitos y donde un parcial de 4-22 cortó la respiración del aspirante vitoriano ante la explosión triplista de Navarro, afloraron las diferencias entre un lienzo rematado como el catalán que se ha visto adornado este verano con tres pinceladas de renombre (Marcelinho, Eidson y Wallace, amén del joven Rabaseda), y otro como el baskonista que todavía debe ser pulido con horas y horas de trabajo en la centrifugadora del Iradier Arena. Al Caja Laboral le sobró corazón, pero adoleció de clarividencia y oficio en cuanto el conjunto de Xavi Pascual se apoyó en el talento del, a la postre, MVP de la competición y activó sus resortes defensivos para provocar un mortal cortocircuito en el ataque vitoriano.
Puede que a estas alturas sea lo normal debido a la apuesta por un equipo completamente nuevo que todavía no ha definido los roles y debe ensamblar a numerosas piezas recién llegadas. Acostumbrado en el pasado a manejar con sabiduría en Vitoria grupos cortos donde las jerarquías estaban perfectamente delimitadas desde casi la pretemporada, Querejeta ha puesto este curso a disposición del preparador montenegrino un plantel de once elementos en el que los minutos se cotizarán muy caros.
Debido a los escasos automatismos entre los propios jugadores tras una pretemporada atípica, el Barcelona explotó en esa recta final el escaso cuajo de un equipo aún sin hacer en el que Williams se halla fuera de forma, Dorsey purga los efectos del jet lag, Heurtel vive una dura aclimatación a un baloncesto de altos vuelos, Milko Bjelica trata de asimilar la extremada dureza de una competición como la española y Seraphin se debate en una eventualidad altamente peligrosa. Unos déficits que agudizan la importancia de la vieja guardia, comandada por San Emeterio.
De ahí que Dusko Ivanovic tenga aún mucho trabajo por delante para hacer carburar a un colectivo que, en cualquier caso, ha protagonizado una Supercopa más que digna. La notable primera mitad desplegada en la semifinal ante el Bilbao Basket, así como los tres primeros cuartos de la final frente a la plantilla más poderosa del Viejo Continente, obligan a dar un voto de confianza hacia un proyecto completamente nuevo necesitado de poso y horas de maduración. Sólo conviene dejar pasar el tiempo para forjar unos sólidos cimientos que permitan al club recuperar el tiempo perdido durante el pasado ejercicio. El problema reside en que este Barcelona vuelve a parecer inalcanzable.