bilbao. "Sigamos soñando... Vuelve el efecto Miribilla". Así rezaba una de las pancartas colocadas en uno de los laterales ubicados en el pabellón con el fin de ejercer un efecto intimidatorio sobre el eterno rival y prolongar el hechizo de una pista que la pasada campaña se había cobrado infinidad de cadáveres. Esta vez no hubo margen para que la hinchada local hiciera realidad sus sueños.

El Bilbao Arena se ha ganado a pulso la etiqueta de una de las cancha más ruidosas y hostiles de la Liga Endesa. Sin embargo, la exaltada afición vizcaína se quedó ayer con la miel en los labios a la hora de cantar otro éxito de este pujante Bizkaia que amenaza con subirse a la barbas de los grandes. Durante muchos minutos, la instalación de Miribilla se convirtió en un pequeño velatorio ante la exhibición de juego y triples con que le obsequió el Baskonia, de largo el forastero que produce mayor animadversión en estas tierras.

Pese a que el club vizcaíno se esmeró de inicio en amedrentar a los jugadores visitantes con una presentación por todo lo alto donde se apagaron todas las luces para dar la bienvenida a todos los hombres de negro, la fiesta se tornó pronto en rostros de estupefacción y desencanto. A medida que los misiles azulgranas se fueron colando por el aro, el ímpetu de las más de 7.000 voces que alentaban al vigente subcampeón desde la grada se fue apagando. Un griterío ensordecedor dio paso a un silencio sepulcral sólo alterado desde un solitario rincón del pabellón, justo donde los centenares de valientes aficionados del Caja Laboral se frotaban las manos y disfrutaban de lo lindo ante el espectacular concierto de los discípulos adiestrados por Ivanovic.

Además de Prigioni y San Emeterio, hubo otro elemento baskonista que atrajo la ira de la grada bilbaína. Durante un tiempo muerto en el primer cuarto, Aker -la mascota azulgrana que siempre acompaña al equipo en el Buesa Arena- recibió la pitada más sonora de la tarde-noche al saltar a la pista en solitario. El público descargó su ira sobre él al percatarse de las dificultades de su equipo para plantar cara al enemigo.

Entre los sufridores que vivieron un calvario, especialmente durante los veintitrés minutos iniciales, se encontraban algunas caras conocidas que, desde la primera fila, también maldijeron la mortífera pegada alavesa desde el exterior. Fue el caso de los Amorebieta, Javi Martínez, Muniain y Ánder Herrera. Los jugadores del Athletic, ubicados en un lugar inmejorable alrededor del parquet, sólo enloquecieron en la recta final cuando el cuadro de Katsikaris tiró de épica para acariciar una remontada inviable.

Cuando Roger Grimau colocó un inquietante 79-82 en el marcador ya dentro del último minuto, los cimientos del Bizkaia Arena comenzaron a temblar. En un intento a la desesperada de evitar lo inevitable, la encendida grada local activó sus últimos resortes para propiciar una atmósfera insoportable para los visitantes. El jarro de agua fría sobrevino cuando San Emeterio, el más listo de la clase, provocó una absurda falta de Vasileiadis que aventuró el desenlace fatal. Entretanto, los cerca de 500 baskonistas que se dieron cita en Miribilla no desaprovecharon la ocasión para hurgar en la herida y reivindicar la supremacía del Caja Laboral en los derbis. La fiesta será completa si esta tarde el Barcelona muerde el polvo y la quinta Supercopa descansa en las vitrinas del Buesa.