vitoria. Durante las seis temporadas que defendió la elástica del Baskonia, dos escenas fundamentales en las que ejercía de indiscutible protagonista se sucedieron partido tras partido como si hubiera entrado en un bucle interminable. Por un lado, los inimitables -y habitualmente imparables- pick and roll con los que, acompañado de diferentes parejas de baile (Scola, Splitter, Barac...), ajusticiaba periódicamente al rival de turno. Y, por otro, su permanente contacto con la pelota cuando el balón más quema, en los momentos más decisivos de las contiendas y muchos otros desaparecen de la cancha.
Así es Pablo Prigioni, el hombre que regresa al Buesa Arena con la firme intención de limpiar las manchas del pasado más reciente y volver a encandilar a una afición que durante más de un lustro se postró a sus pies. Y es que el timonel de Río Tercero ha encarnado como pocos el espíritu de lo que se conoce como Carácter Baskonia.
Cuando los partidos atraviesan por su fase decisiva y la inexorable cuenta atrás del cronómetro hace que la tensión se apodere de la mayoría y el exceso de pulsaciones nuble la vista e impida tomar la decisión correcta, es cuando la figura del argentino se agiganta. Desde su puesto al mando de las operaciones es capaz de congelar el tiempo con sus botes hasta terminar -en la mayoría de las oportunidades- encontrando la solución idónea bien a través de un tiro propio -quién no recuerda esos triples agónicos que tantos duelos han salvado- o generando una jugada que permite a un compañero acercarse hasta el aro en clara ventaja.
Visto así, podría dar la impresión de que se trata de uno de esos hombres de hielo, inmutables a cuanto les rodea que, pese a proporcionar habitualmente interesantes réditos deportivos, suelen pasar sin demasiada pena ni gloria por los destinos que jalonan su carrera deportiva. Pues bien, nada más lejos de la realidad. Porque si bien es cierto que Prigioni puede presumir de contar con la frialdad suficiente para hacer frente con garantías a esas situaciones de máxima tensión, no lo es menos que la particular aleación de la que está hecho contiene también, como mínimo, un cincuenta por ciento de fuego abrasador.
Y es precisamente ese carácter indomable que le ha acompañado desde que era un imberbe y larguirucho pibe que perseguía su sueño de la canasta en su Argentina natal el que le ha conducido hasta sus mayores cotas de cielo pero también de infierno.
Gracias a su inagotable capacidad para el sacrificio y su empeño por no darse por vencido ni en la más adversa de las circunstancias, ha crecido como jugador y, especialmente en las filas del Baskonia y de la selección argentina, ha disfrutado de grandes éxitos que están grabados para siempre en la memoria de los aficionados.
La otra cara de la moneda son los problemas -sobre el parqué y fuera de él- que le ha generado su forma de ser. Especialmente durante los dos últimos años de estéril estancia en el Real Madrid, ha sido más noticia por esta vertiente que por los éxitos deportivos. Desde su polémica salida del Buesa Arena hace dos veranos a sus supuestos enfrentamientos con otros integrantes del vestuario merengue y el propio Ettore Messina -se especuló con que la lesión que sufrió en la mano se produjo al golpear la pared con ella tras una discusión-, pasando por sus declaraciones contra la afición baskonista, el demonio ha podido con el ángel. Ahora, le llega la oportunidad de darle la vuelta.