Segunda cornada y, por tanto, asomado ya al abismo de la eliminación. Desgraciadamente, sólo las matemáticas sostienen una esperanza cada vez más baldía y remota. La cuarta ACB de la historia se le escurre de las manos al Baskonia, supeditado ya a un milagro para inscrustar su alicaída figura en otra final liguera que en la actualidad se vislumbra como una quimera. A expensas de tres victorias consecutivas ante un ogro con las garras bien afiladas y la mirada asesina en su rostro para vengar la afrenta del pasado curso, el desafío suena en estos momentos a ciencia ficción.

Tras un nuevo ejercicio de impotencia en el Palau, el conjunto vitoriano acaricia una defunción que, aunque duela decirlo, parece una simple cuestión de tiempo. Únicamente algún ramalazo con tintes épicos, el mágico embrujo del Buesa Arena o la relajación de un rival inalcanzable en todas sus vertientes pueden dilatar el desenlace de una semifinal teñida de blaugrana que vivirá su primer match ball en contra este miércoles. La última oportunidad para rebelarse contra un destino escrito de antemano y al que sólo resta poner la rúbrica.

Y es que, comprobada la insultante superioridad culé durante la segunda entrega, se agotan los motivos que inviten al optimismo. Si el viernes la efímera ilusión se prolongó por espacio de veinte minutos, ayer compareció un colectivo derrotado y sin convicción desde el salto inicial que nunca planteó una mínima oposición a un anfitrión sobrado que, convencido de su fortaleza, pisó a fondo el acelerador en cuanto se lo propuso para finiquitar una matinal de muchas ojeras tras el embriagador éxito futbolístico de la velada anterior. Pese a la escasa presión ambiental y los propósitos de enmienda que anidaban en el grupo, el pundonor de un Caja Laboral espeso de ideas y huérfano de fe resultó, a todas luces, insuficiente para ofrecer algo de réplica.

Un aseado primer cuarto supuso el preludio de otro concluyente monólogo a cargo de un Barcelona que tiró de fondo de armario y las múltiples variantes de su rutilante plantilla para ir minando paulatinamente las debilitadas fuerzas baskonistas. A trancas y barrancas, permanentemente con la lengua fuera para apurar sus remotas opciones, la tropa de Ivanovic resistió con cierta entereza hasta el arranque del último cuarto. Engordar para morir. Un espejismo de ficticia igualdad antes de languidecer por puro agotamiento físico y mental frente a un adversario que hizo sangre para ni siquiera permitir un marcador decoroso.

La puntilla definitiva Así es este Barcelona devastador que se permitió el lujo de mantener sentado a Navarro en el cuarto final, recurrir con cuentagotas a la clase de Lorbek y dar por primera vez la alternativa a Lakovic. Cualquier cinco diseñado por Xavi Pascual dejó sin respiración al timorato cuadro alavés, que malvivió para conseguir canastas fáciles. La intermitencia de Marcelinho, lastrado por el peaje de las faltas, el tardío despertar de San Emeterio, la nula pujanza de los restantes exteriores y la aciaga mañana de Teletovic alumbraron otra hiriente derrota.

El Baskonia hizo la goma y se tambaleó durante demasiados minutos ante las continuas embestidas culés. Barac fijó un esperanzador 53-49 que dejaba las espadas en todo lo alto hasta que la apisonadora local, con un quinteto de circunstancias en pista, decidió cortar por lo sano. El poderío interior de Perovic, el incansable despliegue de Sada y los grilletes defensivos de otros lugartenientes de lujo ahogaron a un adversario falto de fuelle que vivió un epílogo infernal. Interiorizada su inferioridad, el cuadro alavés bajó demasiado pronto los brazos y vio desfigurado su rostro hasta encajar otro severo correctivo.

Tras dos derrotas inapelables a domicilio, la semifinal se traslada ahora al Buesa Arena donde, por vergüenza torera, el Caja Laboral se verá obligado a cambiar de cara y acreditar otro espíritu para despedir con dignidad una temporada que llega a su fin antes de lo pensado. El margen de error se ha reducido hasta la mínima expresión y la superioridad catalana resulta abrumadora, pero la afición merece un digno final.