Vitoria. La transfusión de sangre surtió efecto en el descanso para despedir la fase regular con una victoria insípida. Pese a hacer los deberes con más sombras que luces tras una de las primeras partes más terroríficas que se recuerdan, el Baskonia afrontará las series finales por el título desde la inquietante cuarta posición que le condena a un camino laborioso a la hora de sellar la cuarta Liga ACB de la historia. Su primera piedra de toque será el cualificado Gran Canaria del torbellino, pero haría mejor el equipo alavés en mirarse el ombligo propio y efectuar un concienzudo examen de conciencia tras el infausto derbi de ayer donde reincidió en los tercos defectos que vienen lastrando cualquier atisbo de crecimiento colectivo durante los últimos tiempos.
Una cosa es dejarse llevar ante la intrascendencia de un choque de guante blanco como el que deparaba el calendario y otra muy diferente la desesperante autocomplacencia en la que cayó el Baskonia, que atacado por el virus de la desidia soliviantó en varios tramos los ánimos de su encrespada afición. Se puede justificar, en parte, el mal juego. De las jornadas más obtusas no se libran siquiera los grandes colosos. Pero lo que nunca debe formar parte del ADN azulgrana, un patrimonio labrado a base de años y años de épicas gestas, es la intensidad de patio de colegio acreditada por un colectivo que, lejos de dar pasos adelante, volvió a alimentar de dudas el equipaje para los play off pese a la remontada final.
Por primera vez en la temporada, la música de viento procedente de la grada retumbó con más fuerza que nunca. Fue mediado el segundo cuarto cuando un modesto como el Lagun Aro campaba a sus anchas en el recinto vitoriano ante la irritante apatía de un anfitrión lastrado por una defensa de mantequilla. Una tras otra, las canastas visitantes caían como un jarro de agua y constituían una puñalada para la autoestima sin que emergiera un brote de amor propio. Con el Caja Laboral convertido en un muñeco de trapo y encajando golpes sin cesar en su mandíbula (29-46), la pitada resultó de órdago. Al menos, sirvió para cambiar bruscamente el decorado e incentivar el orgullo herido de un grupo reincidente en sus vicios.
Porque el epílogo de la fase regular deparó uno de sus partidos que obligan a la más profunda reflexión. Desangrado por esa fragilidad atrás que ha motivado sonrojantes derrotas a domicilio, otro modesto de la ACB sin ningún aliciente se subió a las barbas de manera fea. Frente a un Lagun Aro que únicamente se jugaba la honrilla y compareció en el Buesa Arena tocado en la línea de flotación por las ausencias de Sánchez, Lorbek, Panko y Doblas, éste último fuera de combate tras un codazo de Barac, la tropa alavesa se erigió en un perfecto samaritano para el lucimiento donostiarra. Sólo cuando se apagó en la recta final la llama visitante, fundida por el esfuerzo anterior, y emergió la dictadura interior de Barac se dirigió el derbi hacia su vertiente más lógica.
Contra todo pronóstico, dio la sensación de que la búsqueda de la cuarta plaza quedaba en un segundo o tercer plano por la desmotivación generalizada. Ni siquiera la ausencia de Teletovic, reservado por unas molestias en el tendón de Aquiles, valió como atenuante de lo sucedido hasta el descanso. Ahora que la maquinaria necesita ser engrasada para el tramo de la verdad, ahora que dos refuerzos deben entrar en dinámica, aconteció un espectáculo surrealista que fue minimizado al final.
Como el mal estudiante que deja los deberes para el epílogo, el Baskonia se arremangó a última hora para esquivar otra dolorosa mancha en su expediente. Y sólo lo logró cuando el cansancio hizo mella en el escuálido ejército de Pablo Laso. Del delirante rendimiento alavés en labores de contención extrajeron petróleo Baron y Kone con la aquiescencia de Oleson y Barac respectivamente. Sin un brazo encima que incomodara sus evoluciones, ambos edificaron el insultante dominio visitante. Hasta que el toque de corneta restableció el orden. El paulatino declive físico del Lagun Aro alumbró la enérgica reacción azulgrana. Revitalizado por el espíritu de Ribas, la clarividencia de Huertas y la altanería de Barac en la zona, sólo la recta final empañó el agrio sabor de boca.