HASTA hace apenas unos meses, su nombre resultaba completamente desconocido para la gran mayoría de los aficionados al baloncesto. Sin embargo, los seguidores del Baskonia y los del Panathinaikos ya nunca podrán olvidarlo. En Vitoria, anotó un triple sobre la bocina para llevarse la victoria del Buesa Arena y la semana pasada hizo algo muy similar con dos tiros libres convertidos en el impresionante OAKA. Sin duda, Khalid El-Amin (25-4-1979, Minneapolis) hace honor a su nombre, que puede traducirse por La espada de Dios y Digno de confianza. Esta noche, volverá a amenazar a las huestes de Dusko Ivanovic, ya que por sus manos pasan buena parte de las esperanzas del Lietuvos de colarse por primera vez entre los ocho mejores conjuntos del continente.
Con una larga trayectoria ya a sus espaldas, el director de juego estadounidense está disfrutando ahora de su particular momento de gloria. Porque no todo ha sido fácil desde que comenzó a despuntar en el mundo de la canasta. Tras brillar en su etapa de High School, se decantó por la Universidad de Connecticut, donde cumplió con todas las expectativas que había puestas en él y marcó una época.
Después de una temporada de debut en la que promedió 16 puntos de media y el equipo se quedó a las puertas de la Final Four, llegó el primer gran hito de su carrera. De esta manera, conquistó el título de la NCAA ante Duke. Enfrente, había estrellas de la talla de Elton Brand, Shane Battier, Corey Maggette, Trajan Langdon y William Avery. El base será recordado para siempre en su universidad por sus cuatro puntos finales que dieron la vuelta al marcador para ponerlo en el definitivo 77-74. Una muestra más de la condición de ejecutor que siempre le ha acompañado. Al año siguiente, una lesión de tobillo privó a su equipo de alcanzar cotas importantes y El-Amin decidió pasarse al profesionalismo sin agotar el periodo universitario.
Motivos no le faltaban. El principal había que buscarlo en su propio hogar. Con solo 16 años, el playmaker de Minneapolis había contraído matrimonio y con uno más era padre de un hijo. Necesitaba por lo tanto ingresos para sacar adelante a la familia y, según el sistema educativo estadounidense, éstos eran imposibles de conseguir en la Universidad. Otro motivo para el cambio eran las burlas que recibía por los problemas con el sobrepeso que le han acompañado casi siempre. Así, era apodado como fatboy o doughboy debido a su oronda figura ("Me encanta comer, hasta cuando no tengo hambre", ha reconocido).
Paso fugaz por Chicago El-Amin fue elegido con el número 34 del draft de 2000 por los Bulls pero no cuajó en la franquicia de Illinois y, como tantos otros, optó por cruzar el Atlántico al año siguiente. Francia, Israel y Turquía fueron sus primeros destinos hasta que una oferta irrechazable ("Era demasiado dinero como para decir que no") le condujo al ignoto baloncesto ucraniano. De allí le rescató el pasado verano el Lietuvos Rytas y, en agradecimiento y haciendo honor a su nombre, Khalid se ha propuesto devolver la confianza guiando al equipo hasta la Final Four. El Caja Laboral debe impedirlo.