Vitoria. Pasarán cincuenta años y la canasta de Fernando San Emeterio seguirá erizando el vello de cualquier aficionado baskonista en cuanto la imagen de la tercera Liga azulgrana surja en su mente. El título de la ACB será en el futuro una mera estadística, pero la épica manera en la que se logró quedará sellada a fuego en la historia del baloncesto como el día en el que un grupo de hombres demostraron que en el mundo del deporte, como en la vida, no existen los imposibles. Cuando nadie -con mayúsculas- creía en él, el Baskonia apabulló al omnipresente Barcelona de Xavi Pascual con un 3-0 merecido, trabajado en su ejecución y glorioso en su consecución.

La temporada 2009-10 tocaba a su fin en pleno mes de junio de la mejor forma imaginable después de un arranque dubitativo, una Copa del Rey de circunstancias y una Euroliga plagada de sobresaltos, con uno de los momentos más eléctricos vividos nunca en el Buesa Arena el día en el que la Cibona de Zagreb osó poner a prueba la capacidad de sorpresa del conjunto dirigido por Dusko Ivanovic.

El Caja Laboral inició 2010 ganando el derbi vasco ante el Lagun Aro -rival con el que, curiosamente, se verá las caras el próximo 9 de enero en el arranque de 2011- pero no fue hasta el 19 de febrero cuando protagonizó el primer gran episodio de este año que ya termina. La cercanía de la Copa del Rey, celebrada en el BEC, anticipaba una de las ediciones más baskonistas de la historia de la mano de una marea de seguidores azulgranas que acapararon el pabellón de Barakaldo hasta convertirlo en una nueva versión del Buesa. La escuadra vitoriana llegaba al primer enfrentamiento, contra el Bilbao Basket -aquel sorteo virtual celebrado en el Museo Guggenheim también pasará a la historia, pero por lo sospechoso- con la duda casi segura y posteriormente confirmada del gran capitán. Sin Tiago Splitter, el Baskonia buscaba una gesta que le llevara a la reválida del triunfo logrado en 2009 ante el Unicaja, pero una vez superado el cuadro bilbaíno, el Real Madrid de Ettore Messina fue -al menos en esa etapa de la campaña- un rival innaccesible (50-78) que acabaría cayendo poco después en la final contra el Barça.

Por aquel entonces, el equipo alavés deambulaba a marchas forzadas en el que parecía estar llamado a ser un año de transición tras el adiós de hombres como Pablo Prigioni, Igor Rakocevic o Sergi Vidal. Pero, sustentado por un incalificable Splitter durante toda la temporada, el Caja Laboral caminaba paso a paso mientras todo el mundo debatía si Pau Ribas era un base o un escolta -la respuesta todavía está en el aire-, si al gran Lior Eliyahu visto en el Maccabi lo habían secuestrado en el aeropuerto para cambiarlo por su hermano gemelo -la duda se repite ahora con Nemanja Bjelica-, si Walter Herrmann podía acabar siendo el que fuera en el Unicaja -ídem estos días con Marcus Haislip- o si la configuración de la plantilla pedía a gritos el fichaje de un base que supliera con garantías a Marcelinho Huertas -primero fue Sean Singletary, después, Milt Palacio-.

En ésas estábamos cuando la Cibona de Zagreb llegó a Vitoria el 11 de marzo para disputar la última jornada del Top 16 y, sin quererlo, convertir el partido en una de esas noches históricas que parecen irrepetibles pero que, como se demostraría unos meses después, siempre pueden superarse. El combinado vitoriano debía ganar a los pupilos de Velimir Perasovic y esperar a que, en Moscú, el Khimki no hiciera lo propio frente al Olympiacos. Pero, mientras los rusos cumplían con su deber, los baskonistas rozaban la debacle perdiendo por 14 puntos a falta de tres minutos para el final.

Fue entonces cuando el delirio se apoderó del Buesa Arena y los no creyentes alcanzaron la fe. Enfervorecidos y alentados por su público, los jugadores azulgranas apisonaron a los de la Cibona hasta alcanzar la prórroga con un único tiro libre buscado por Marcelinho Huertas -meter los dos habría dejado el triunfo en casa pero, al mismo tiempo, la eliminación-. Al final, 102-90 y un cruce de cuartos de final ante el ahora defenestrado CSKA de Moscú que acabó con un contundente 3-1 para los moscovitas y la sensación de que poco más se pudo hacer.

el coraje de san emeterio Después de entrar en los play off de la ACB como segundo de la fase regular con un balance de 27 victorias y siete derrotas -igualado con el Real Madrid pero lejos del 31-3 culé- el Estudiantes no fue rival para los vitorianos en los cuartos de final. Pero las semifinales fue otro cantar. Asolado por su desnivelada rivalidad con el Barcelona, el plantel de Ettore Messina tambaleó los cimientos del cuadro baskonista para prolongar la serie a cinco partidos, aunque -con polémica sobre los árbitros y Ante Tomic de por medio- acabó claudicando para dejar paso al Caja Laboral hacia una final que se convertiría en algo inolvidable.

Nadie confiaba en que el conjunto vitoriano fuera capaz de superar al equipo que días atrás se había proclamado campeón de la Euroliga. Ni siquiera las palabras de Mirza Teletovic -¿Qué tenéis vosotros que no tenga el Barça? "Corazón"- o la insistencia de Tiago Splitter en no darse por vencidos enervaron los ánimos de la gran parte de la afición. Al final, el Baskonia obró el milagro. Enchufadísimo tras la eliminatoria contra el Madrid -los culés venían de diez días seguidos sin competir-, el 58-63 y, sobre todo, el ajustado 69-70 de los dos primeros choques llevaron la serie a un incrédulo Buesa Arena. Y, el 15 de junio, el santoral recibió una nueva festividad en un apasionante partido que se fue a la prórroga. A falta de ocho segundos, Basile falla su segundo tiro libre, San Emeterio coge el rebote a falta de 7,5 segundos (76-78), avanza solo hacia canasta -piensa en jugarse un triple, pero recuerda el que había fallado contra el CSKA- penetra a mano cambiada, anota y recibe falta de Terence Morris. Con 77-77 en el marcador y el tiempo agotado, se sitúa en la línea de tiro libre, coge el balón con sus manos y lanza. El resto, es historia.