Vitoria. Último parte médico procedente del Buesa Arena. El paciente baskonista, sedado, con el rostro pálido, la mente bloqueada y las piernas agarrotadas, ha entrado definitivamente en la UVI. Sus constantes vitales arrojan un estado de debilidad que le abocan de manera inminente a un desenlace funesto. Tras perder el rumbo y su identidad, precisa cuanto antes la respiración artificial para evitar languidecer en una Euroliga en la que ayer se suicidó con una estrepitosa derrota ante el Prokom que retrató la alarmante inestabilidad colectiva.
Aunque duela mencionarlo por las memorables exhibiciones del pasado, este irreconocible Caja Laboral no es un digno actor del futuro Top 16 y se merece a pulso esta pesada cruz que lleva a cuestas por su absoluta incapacidad. Sin que nadie le haya empujado hacia el abismo, él solito ha entrado en un proceso de autodestrucción. Si en la ACB ha encontrado una alfombra roja para minimizar sus tremendas lagunas, la Euroliga demanda otro grado de solidez y despojarse de esa apatía que transmite en cada duelo.
Entre la ausencia de un segundo cinco puro que ha abierto un boquete gigantesco en la zona, el cansancio derivado de los maratonianos viajes anteriores, esporádicos golpes de mala suerte como el sufrido ayer por Haislip, la presencia de piezas gélidas impropias del universo baskonista (Bjelica y Logan), otras incapaces de dar un paso al frente (Oleson y Ribas) y, en definitiva, que el carácter del pasado se ha extraviado, Ivanovic adolece de soldados para plasmar su espartana filosofía.
Con su quinta derrota consecutiva, sellada en medio de un ambiente enrarecido en la grada, se ha asomado definitivamente al precipicio de la eliminación. El margen de error ya es inexistente. El laborioso billete para el Top 16 pasa ineludiblemente por la obtención de tres victorias -la próxima semana ante el Khimki, además, resulta imprescindible hacerlo por cinco puntos-, algo que viendo el ínfimo nivel acreditado ante los polacos parece un ejercicio de fe casi mesiánico. La sangría no cesa para un bloque huérfano de personalidad, deslavazado, sin fuerzas y que ayer hizo una insospechada apología del individualismo que le sepultó bajo tierra.
En una jornada propicia para la redención y sacudirse los fantasmas, el Baskonia tocó fondo y destapó sus débiles costuras. Cuando tocaba hacer piña y unir fuerzas al unísono, el plantel vitoriano decidió hacer la guerra por su cuenta. Perdida en baldías batallas individuales y preso de un agarrotamiento insospechado, se sumergió en un estado de histeria colectiva que permitió a un modesto como el Prokom reinar con facilidad insultante en el Buesa Arena. Malas caras entre los jugadores, protestas airadas de la grada... Un mal rollo tremendo que, paso a paso, hizo trizas la cómoda ventaja adquirida al inicio del tercer acto (45-34).
Ni siquiera la llegada de la anárquica cenicienta polaca, un conglomerado de individualistas americanos incapaces de ejecutar un baloncesto coral, invitó a disfrutar de una plácida velada. La victoria del Khimki había descabalgado momentáneamente antes del salto inicial al Baskonia de los puestos que conducen al Top 16 e introdujo al equipo en un estado de máxima necesidad. Con independencia de las formas, se trataba de ganar por lo civil o lo criminal para apurar las opciones continentales y evitar un nuevo siniestro. A la hora de la verdad, nada funcionó.
Porque nuevamente reprodujo el Caja Laboral su desangelada imagen de los albores de campaña y firmó otra tenebrosa actuación continental. Ingresó en cancha ese perro viejo llamado Varda y el Prokom instaló la zozobra a base de iniciar una tarea de acoso y derribo sobre el juego interior. El corpulento pívot bosnio hurgó en la debilidad interior del cuadro azulgrana, sobresaltado desde los compases iniciales por el enésimo percance de un Haislip al que ha mirado un tuerto.
El estadounidense vio frenado su ímpetu inicial con un golpe fortuito en la boca que le borró del choque. Tampoco sirve como excusa. Con o sin él, no habría variado el desquiciamiento colectivo. A tres jornadas para el epílogo de la primera fase y con el crédito malgastado a base de afrentas a cada cual más dolorosa, sólo queda encomendarse a algún santo para evitar un sonoro fracaso. Una derrota ante el Khimki condena a ver el Top 16 por televisión.