Vitoria. Durante su exitosa carrera como jugador sorteó toda clase de obstáculos para erigirse en una descollante estrella de la canasta, aunque su posterior etapa en los despachos está resultando mucho más tortuosa al frente del principal emblema lituano. Arvydas Sabonis, que asumió hace más de un lustro la presidencia del Zalgiris -próximo rival del Baskonia en la Euroliga- nada más anunciar su retirada, ha visto limitado en los últimos tiempos su poder como la mayor cabeza visible de un legendario club cuya travesía por el desierto parece no ser remediada por sus dirigentes.

Quien, en un primer momento, se convirtió en una especie de salvador para una entidad sumida en el más absoluto caos, ha terminado por arrinconarle en la toma de decisiones y encolerizar a la afición de una ciudad donde el baloncesto es poco menos que una religión. Acorralado por unas deudas próximas a los siete millones de euros, la situación del Zalgiris se tornó especialmente dramática en 2007. Tras las elecciones lituanas, las autoridades locales accedieron a abonar una subvención que permitió al club tomar parte en la Euroliga y la Liga Báltica. Pan para hoy y hambre para mañana. La agonía económica, lejos de llegar a su fin, volvió a reaparecer un año más tarde y provocó incluso conatos de huelga y deserciones ante los impagos en la plantilla.

A finales de 2008, el agua desbordó el vaso sin que las instituciones de Kaunas acudieran al rescate de un edificio en ruinas. Los jugadores más importantes de la plantilla, léase Marcus Brown, Ratko Varda, Loren Woods o Willie Deane, iniciaron la desbandada ante la certeza de que no percibirían sus nóminas. Abocado a la desaparición, sin pujanza de ningún tipo en la Euroliga y su torneo doméstico, donde el imparable crecimiento del Lietuvos contrastaba con su declive, Sabonis inició la difícil búsqueda de inversores que evitaran el hundimiento de un club que tocó el cielo en 1999 con la conquista de la máxima corona continental.

Y ese milagroso salvavidas en forma de adinerado empresario descendió del cielo. El multimillonario magnate ruso Vladimir Romanov, que a sus 63 años ocupa el cargo de presidente de Inversiones UBIG y es dueño tanto de un club de fútbol escocés (Hearts) como de la propia Liga lituana de baloncesto, se hizo con el control absoluto del club en compañía de otros cuatro socios. Con un 75% del capital social, ha tomado decisiones capitales en el pasado reciente, quedando Sabonis relegado a un segundo plano. Emulando la peor versión de Dmitry Piterman, el pintoresco Romanov ha convertido al Zalgiris en un pequeño cortijo. Suele decapitar a sus entrenadores con una facilidad pasmosa. Hace y deshace a su antojo, sin que la experiencia de El Zar suponga una fuente de ayuda. La tensa relación entre ambos vivió su momento más crítico hace meses tras la destitución del ex seleccionador lituano Ramunas Butautas y del director deportivo Algirdas Brazys.

El principal esperpento aconteció durante la pasada final lituana, ganada por el Lietuvos Rytas. Darius Maskoliunas, asistente de Butautas y nombrado técnico interino, fue despedido fulminantemente entre acusaciones por parte de Romanov de haberse dejado ganar algún partido. Ante la dimisión de su asistente el mismo día de la celebración del cuarto partido de la final, el Zalgiris fue dirigido aquella noche por Marcus Brown y Dainius Salenga, que ejercieron de improvisados técnicos en medio de un ambiente hostil contra el propietario del club.

De momento, las aguas bajan menos revueltas en Kaunas. En una decisión polémica, la Euroliga le ha concedido una licencia A que le permitirá disputar el torneo casi de por vida. La próxima inauguración de un nuevo pabellón para 14.000 espectadores en sustitucion del Darius and Girenas Sport Center, que verá la luz en el Europeo de Lituania de 2011, ha sido un factor decisivo.