Eliyahu reunió un día a su familia en el salón de su casa. Puso sobre la mesa el contrato que le ofrecía el Baskonia y lanzó una pregunta al aire: "¿Lo firmo o no?". El jugador hebreo acabó rubricando su firma para disgusto familiar, y en ese momento desató una tormenta que ha durado alrededor de un año entero. Ahora que su adiós ya es definitivo, Eliyahu cumple su gran objetivo, regresar a Israel como protagonista de su propia parábola del hijo pródigo. Y es que el carácter del ala-pívot nacido en la pequeña localidad de Ramat Gan se ha forjado al ritmo marcado por su extensa familia.
El crecimiento como persona y como jugador del fugaz cuatro baskonista está plagado de historias de presión externa e interna, de entrenadores de técnica personal dispuestos a sacar tajada económica a base de demandas y de lágrimas derramadas en cuanto el hijo predilecto ponía un pie fuera de su hogar para regresar sine die. "No me gusta llegar a mi casa y encontrarla vacía", aseguraba Eliyahu días antes de poner pie en Vitoria para disfrutar de su oneroso contrato -alrededor de 900.000 euros por temporada- digno de una de las mayores promesas del baloncesto continental.
Cuando decidió decantarse por la oferta baskonista y abandonar el Maccabi de Tel Aviv, por la cabeza de Eliyahu pasaron dos pensamientos primordiales. Uno era conocer de primera mano al que le habían pintado como un entrenador "obsesionado con la defensa". El segundo era en realidad una imagen, la de su madre llorando a cientos de kilómetros de su hijo. "Mi madre lloró cuando me fui al Galil -equipo israelí en el que militó- así que no me quiero imaginar lo que pasará cuando vaya a Vitoria", se lamentaba en una entrevista a un medio de su país cuando se hizo público el acuerdo con el Baskonia.
Una maldita pubalgia De hecho, la historia a la que hacía referencia Eliyahu -su fichaje por el Hapoel Galil en 2003- es significativa en sí misma. Apenas dos semanas después de hacer las maletas para recalar en su nuevo destino, llamó por teléfono a su hermano mayor para que fuera a recogerle porque no quería seguir allí. Unas horas más tarde, estaba de vuelta en casa. Siete años después de aquello, la historia se repite. El interior hebreo nunca se ha sentido a gusto ni en Vitoria ni en el Baskonia. Echaba de menos todo, incluso su cama, como llegó a comentar una vez medio en serio medio en broma. Empezó jugando poco porque Ivanovic no aguantaba su actitud defensiva, pero su primera -y última- temporada en el Buesa Arena ha estado marcada por una pubalgia que hizo su vida imposible.
Le dolía al saltar, al correr y al hacer cualquier movimiento brusco. Se recuperó, y en el último partido de los play off contra el Barcelona demostró su desbordante potencial en ataque. Por aquel entonces, su mente ya estaba más cerca de Tel Aviv que en la capital alavesa. Un año con el técnico montenegrino fue suficiente para él. Reticente en un principio a dejarle marchar, la entidad vitoriana acabó cediendo ante la insistencia del jugador y se sentó a negociar la rescisión de su contrato. Contaban con él, pero dejaban abierta la puerta a un traspaso a cambio de un buen pellizco. El Maccabi dejó en manos de Eliyahu su propio destino al negarse a realizar una oferta para hacerse con sus servicios, mientras el israelí selló sus labios a fuego para evitar complicaciones. Su deseo por retornar al Nokia Arena le ha perseguido durante el reciente Preeuropeo, en el que -olvidada la pubalgia- ha mostrado de nuevo su potencial, pero a la vuelta, lanzó su ultimátum. No quería volver a Vitoria, y estaba dispuesto a todo para evitarlo. Ahora, su sueño ya se ha hecho realidad.