Si duro, tenso y complicado fue el partido decisivo que condujo al Baskonia a su tercer título liguero, no menos exigentes fueron las horas de celebración que conformaron una noche para el recuerdo, una segunda prórroga añadida e interminable que sirvió para regar un trofeo que sabe a auténtica gloria y que ha servido para elevar a los altares a nuevos mitos de un club que sigue escribiendo su historia con letras de oro.

En ese altar cabe situar a un Fernando San Emeterio que se elevó a deidad con una canasta para la historia que todavía ayer por la mañana explicaba como inexplicable. Un par de aficionados visionarios ya lo decían con una pancarta en el Buesa Arena: 15 de junio... San Emeterio. Pues bien, la iniciativa no tardó en extenderse por las redes sociales y no sería descabellado pensar que, junto a San Prudencio y la Virgen Blanca, el cántabro se haga con un hueco en el santoral vitoriano.

También algo de bíblico tuvo un Marcelinho Huertas que ejerció de Sansón, siendo Tiago Splitter su particular Dalila. No le perdonó el pívot el rasurado capilar, promesa realizada entre los sueños de la primera victoria barcelonesa, y la larga melena del base se desprendió hasta dejar paso a un cráneo mondo y lirondo. "Se quedó todo tirado por el suelo y no sé si lo habrán limpiado ya", se reía Tiago, mientras que su compañero esperaba un "crecimiento rápido", aunque a la vez daba por bueno el cambio de una Liga por su melena.

Las lágrimas de Marcelinho, su presencia en solitario en un pabellón ya vacío repasando mentalmente la hazaña conquistada, supusieron casi el único momento de paz dentro de una jornada desenfrenada en la que la fiesta se trasladó rápidamente del Buesa Arena a las céntricas calles vitorianas a la espera del desembarco de una plantilla que tras la celebración en la cancha, donde Walter Herrmann heredó la costumbre argentina de convertirse en Juanito Oiarzabal para escalar a la cima de la canasta, disfrutó de una cena para recuperar fuerzas en el Bakh tras ser agasajados en la puerta de salida por una marea azulgrana que no quiso abandonar los exteriores del pabellón hasta que todos los ídolos se encaminaron hacia el ágape.

En ese breve descanso de los guerreros, quienes no encontraron tiempo para el receso fueron unos incansables baskonistas a los que ni siquiera la incesante lluvia condenó a no disfrutar un título que tan buen sabor ha dejado. Al son de una txaranga al frente de cuyo bombo se encontraba el mejor patrocinador de la patata alavesa, Iker Galarza -Pruden en la serie Euskolegas-, la afición sacó el repertorio con las canciones de toda la vida porque el mítico Dale Ramón no tiene fecha de caducidad. Mojados por fuera y también por dentro, los aficionados desataron toda su pasión y los de San Emeterio y Splitter fueron los nombres más coreados de una noche que no había hecho más que empezar y en la que ya se acumulaban muchas emociones.

Precisamente, las dos estrellas del Caja Laboral sufrieron el acoso y derribo de un entregado público cuando la plantilla hizo su entrada en escena. La santa mano del cántabro se convirtió en el objeto de deseo que todo el mundo quería tocar, mientras que al brasileño le llovieron las súplicas para que perpetúe su estancia en Vitoria. Por si acaso, siempre quedará la estatua de la Plaza del Arca, ese interminable Caminante que es el fiel reflejo de un espigado brasileño que llegó a Vitoria como niño y que se ha convertido en el mejor jugador de la historia del club con su constante trabajo silencioso.

Los aficionados que aguantaron el tirón, varios empalmaron la fiesta con el trabajo, pudieron disfrutar de la celebración en estado puro e, incluso, algunos pudieron comprobar en primera persona las artes de los jugadores cuando se trata de despachar copas.

Como en el parqué, Marcelinho fue el encargado de liderar la marcha baskonista. Si Splitter se acaba quedando en Vitoria, cosa bastante improbable, buena parte de la culpa la tendrá el constante soniquete de su buen amigo, quien insistió a cada aficionado para que cantase aquello de Tiago quédate. Por si fuera poco, el base y algún compañero más demostraron que tienen futuro después del baloncesto y despacharon copas con la misma habilidad con la que manejan el balón en cada partido mientras, al otro lado de la barra, bastante hacía el resto de la plantilla para no verse engullida por la marea humana henchida de baskonismo.

Desenfreno total Al igual que en la cancha, los jugadores baskonistas mostraron en los bares una capacidad para desenvolverse con soltura a pesar de que la euforia de una afición todavía incrédula convirtió la celebración nocturna en una de las más multitudinarias que se recuerdan. También en este momento, los jugadores tuvieron que sudar tinta y utilizar los codos para abrirse paso en busca de refresco mientras que, al más puro estilo americano, Walter Herrmann y Milt Palacio se convirtieron en adalides del puro interminable, tradición que se había perdido en las celebraciones desde que abandonaron el equipo Chris Corchiani y Elmer Bennett, sempiternos amantes de estas humeantes estacas.

Así, a los más osados les sorprendió la salida del sol del nuevo día, del día después del gran milagro del baskonismo. Tocaba retirada para el descanso, escaso en el caso de unos jugadores para los que hubo toque de diana bastante más tempranero de lo deseado.

Había que cumplir con las obligaciones de la ACB, aunque en este caso salir de la cama más pronto de lo deseado tuvo su recompensa con la entrega de un reloj, y no de los baratos, que simboliza el éxito liguero. Hasta veintitrés pelucos repartió el presidente de la ACB, Eduardo Portela, acompañado por los representantes de la relojera Glycine, que tuvo que hacer horas extra de trabajo para personalizar unos aparatos que inicialmente parecían destinados a ocupar las muñecas de los azulgranas barcelonistas.

Cumplido el compromiso con caras largas que evidenciaban la falta de sueño, la plantilla salió corriendo en busca del reposo necesario para afrontar la última etapa de una temporada legendaria. Porque todavía queda el plato fuerte de un recibimiento en la Virgen Blanca que volverá a dejar patente que el corazón del baskonismo sigue latiendo con fuerza.