Vitoria. Para ser sinceros, la presente final liguera amanece teñida de nubarrones. Algunos incluso sospechan que haber hollado esta inesperada cota, más que un premio, puede ser un castigo cruel ante la magna identidad del rival. No obstante, el miedo sólo es propio de los cobardes y este Caja Laboral, compuesto por gladiadores de primer orden y con cicatrices por todo su cuerpo tras batirse el cobre ante los mejores durante los últimos años, sólo será superado en la pista. Tiene colgado sobre su espalda el cartel de víctima propiciatoria y da la sensación de que acude a un matadero, pero precisamente aquí radican sus esperanzas.
El abrumador favoritismo catalán, inevitable antes del salto inicial tras los méritos contraídos por unos y otros, sólo supone un acicate para buscar una empresa, a priori, imposible. El tópico al que suele recurrirse ante esta tesitura de flagrante inferioridad, el de que la tropa adiestrada por Ivanovic no tiene nada que perder y sí mucho que ganar, representa un aval antes de que el balón se lance al aire. Ocurra lo que ocurra a partir de hoy, los reproches serán los justos en una temporada tan compleja donde hubo que lidiar con un sinfín de problemas.
Bajo estas premisas arranca esta noche una de las finales más desequilibradas de los últimos tiempos. En parte, por la impresionante trayectoria de un Barcelona que camina raudo hacia un pleno de títulos sin precedentes. Emulando al equipo de fútbol que asombró a propios y extraños durante el pasado curso, los pupilos de Xavi Pascual se sienten imbatibles y de otra galaxia.
Un equipo perfecto Tras dejar en la cuneta al Real Madrid gracias a un esfuerzo sobrehumano, el Baskonia tiene ante sí uno de los mayores desafíos de su historia. Se mide a un transatlántico voraz, ganador de todas las competiciones disputadas hasta ahora -por si fuera poco paseando una suficiencia atroz-, imbatido en la presente temporada en el Palau y que únicamente presenta cinco borrones en su expedientes tras 61 encuentros disputados. Un rival de otro planeta cuyos doce jugadores serían titulares en cualquier club europeo, con puestos hasta por triplicado, abanderado por esa sociedad maravillosa que forman los geniales Ricky y Navarro y dotado de un quinteto interior que aúna centímetros, kilos, músculo y envergadura.
Frente a semejante cóctel explosivo, el Caja Laboral deberá rayar la perfección y desplegar un baloncesto de alta escuela. Quizá, así tampoco sea suficiente. Para profanar el templo barcelonista y recuperar el factor cancha, sólo cabe apelar a una defensa espartana, la mejora de la clarividencia ofensiva y la resurrección de un Teletovic gafado en semifinales. Sólo así, y confiando en que ese ángel de la guarda llamado Splitter mantenga su primoroso estado de forma, habrá serias opciones de hincar el diente al ogro. En el pasado ya cayeron torres igual de altas -aquella inolvidable victoria europea en el OAKA viene a la memoria- y, como profetizó su técnico hace días, sólo hay un equipo capaz de romper todos los pronósticos. Un Baskonia al que, por si acaso, nadie debe enterrar antes de tiempo.