pasen y vean cómo un equipo permite a su rival adentrarse en la zona como Pedro por su casa. ¿Quiere usted anotar cerca del aro? Concedido. ¿Prefiere entrar a canasta para anotar una bandeja con toda la comodidad del mundo? No lo pida dos veces. Como si fueran el personal de un lujoso hotel del Caribe, ayer los jugadores del Caja Laboral satisficieron todas las necesidades de los hombres de Ettore Messina para imponerse en un duelo sin mucha historia. En realidad, la principal consecuencia de la derrota en este cuarto partido de la serie no es el match ball que tendrá lugar mañana en el Buesa, sino la sobredosis de autoestima que el cuadro madrileño se inyecto por vía intravenosa.
Porque si una más que incipiente alopecia no se le hubiese adelantado, a buen seguro Dusko Ivanovic habría perdido ayer buena parte de su cabello. Primero, durante el partido, por arrancárselo, y después por las pesadillas que le debió causar la inclasificable defensa desplegada por la mayor parte de sus pupilos. Una cosa es que Tomic sea ya uno de los pívots más dominantes del panorama continental, y otra transformarlo de la noche a la mañana en el mejor Pau Gasol, convirtiendo la zona en una autopista a un infierno que mañana estarán en disposición de enfriar si consiguen vencer.
Salvo un esforzado Tiago Splitter -que también sufrió de lo lindo para intentar detener al pívot croata- el resto de interiores baskonistas se permitieron el lujo de dejar campar a sus anchas no sólo a Tomic -acabó con 36 de valoración gracias a 19 puntos y 14 rebotes- sino también a Felipe Reyes. Especialmente flagrante resultó la defensa de mantequilla de los dos cuatros del equipo vitoriano, aunque al menos en esta ocasión Lior Eliyahu cumplió su papel en ataque con once puntos.
Pero Mirza Teletovic demostró ayer una vez más que, cuando no está... no está. Ya fuera posteado por Tomic, Reyes, Velickovic o Lavrinovic, el jugador bosnio contemplaba cómo todos se le iban de una u otra forma. De hecho, el interior cordobés le rompió la cintura en más de una ocasión incluso con el mismo movimiento que lleva practicando desde sus años en el Estudiantes. Aunque centrar la errática defensa en un sólo hombre resultaría tremendamente injusto, pues la línea exterior azulgrana también tuvo su parte de culpa. Ni San Emeterio ni Oleson -y ni mucho menos English- fueron capaces de parar a un Bullock que rejuveneció cinco años de golpe, y tampoco Huertas o Ribas supieron en esta ocasión controlar la dirección de juego de un Prigioni bastante más relajado en este cuarto choque que en los duelos previos de las semifinales
Y, de repente, cuando el partido ya estaba completamente sentenciado, con un 75-56 en el marcador y a falta de tres minutos y medio para el final, Dusko Ivanovic optó por sacar al parqué del Vistalegre al único hombre que quizá podía haber contenido un poco el ataque merengue. Walter Herrmann, olvidado por su entrenador durante 37 minutos en los que se limitó a calentar el asiento, salió a jugar unos segundos que otros tal vez se hubiesen negado a disputar.