En North Pole, la pequeña localidad de Alaska en la que nació Brad Oleson, hace tanto frío que el calentamiento global no es una amenaza, es una esperanza. Algo entendible cuando uno se ve obligado a vivir con una temperatura media de veinte grados bajo cero -en las épocas más calurosas- y una máxima histórica de sesenta grados bajo cero alcanzada en 1971. En medio de un invierno perpetuo, con días en los que el sol permanece en lo alto durante 22 horas y noches que se prolongan por casi una eternidad, sus dos mil habitantes han hecho de la nieve y la Navidad una forma de vida, y de Santa Claus su profeta. Los dos mil habitantes de North Pole residen en la Avenida Santa Claus, comen en el restaurante La Guarida del Elfo y acuden a estudiar al Instituto Muñeco de Nieve. Si necesitan regalar unas flores a sus esposas las compran en la Floristería Santa, y si en sus vacaciones deciden buscar un destino paradisiaco para aliviar su frío y tostarse al sol acuden a la Agencia de Viajes Santa. Allí, en el pueblo donde el Olentzero sería recibido a gorrazos y los Reyes Magos son unos proscritos, el barbudo hombre vestido de rojo y su reno Rudolph son los únicos ídolos a los que los vecinos rinden pleitesía.
De hecho, para adorar a su tótem levantaron con fibra de vidrio la que a día de hoy sigue siendo la estatua de Santa Claus más grande del mundo, a la que anualmente acuden miles de niños para entregar en persona sus cartas con los regalos que desean por Navidad. Pero hace seis años hubo un ciudadano de North Pole -situado a 2.700 kilómetros del Polo Norte geográfico a pesar de su nombre- que osó competir en popularidad con el mismísimo Papá Noel. Un joven chico rubio, con la tez blanca como la leche y una zurda de oro para el baloncesto acaparó la atención de medio Alaska con su dominio el balón en las canchas hasta tal punto que su localidad natal decidió instaurar una fiesta en su nombre. Al igual que existe el día San Valentín o el día del Padre, en North Pole cada 24 de abril sus habitantes celebran el día de Brad Oleson.
Ayer, por séptima vez desde que el alcalde Jeff Jacobsen cortara la cinta en su honor, familiares, amigos y algunos vecinos del jugador del Caja Laboral se reunieron en la plaza principal de este pueblo cercano a la ciudad de Fairbanks -ésta con 68.000 habitantes- para brindar en honor a la antigua estrella de los Nanooks, el equipo de la Universidad de Alaska en el que Oleson empezó a deslumbrar con sus triples hasta ser honrado con un día para él solo. Casi nada.
el número 24 "Ganamos un torneo de Primera División, algo muy importante para un centro pequeño como el nuestro, que militaba en Segunda. Yo fui elegido MVP, y el alcalde de North Pole decidió conmemorar el Brad Oleson Day, aunque desde que soy profesional no tengo la oportunidad de estar allí en el mes de abril", explica el escolta azulgrana, que esta tarde buscará prolongar su puesta a punto de cara a los play off ante el Suzuki Manresa. Aunque nació un 11 de abril, la fecha elegida para este curioso homenaje fue el día 24. El que quiera encontrar la explicación a este cambio sólo hace falta que mire el número que el francotirador norteamericano luce en su camiseta. Un número que eligió en honor a su padre, trabajador del sector minero, que lo llevaba en sus tiempos de jugador de béisbol. Sin embargo, su hijo optó por el deporte de la canasta empujado por la devoción que, al igual que la mayoría de chicos nacidos en los ochenta, sentía hacia Michael Jordan. "Donde vivía hacía mucho frío, demasiado para estar en la calle, por lo que me pasaba el día en el gimnasio tirando a canasta. Recuerdo que salía corriendo del colegio para poder ver los partidos de los Chicago Bulls, que se retransmitían por un canal nacional, para ver a Jordan, que era mi gran ídolo", recuerda.
Su capacidad de trabajo y sacrificio le llevó a triunfar en su época universitaria hasta promediar 22,9 puntos por partido y ser nombrado jugador del año de su conferencia, colocando a su equipo entre los dieciséis mejores de la Segunda División de la NCAA. "En mi primer año como universitario jugué en un Junior College de Washington, pero fue bastante duro. Era la primera vez que salía de casa y no me gustó la experiencia, por lo que decidí volver a Fairbanks y North Pole, donde estaban mi familia y mis amigos. Era el lugar en el que había crecido y donde me sentía a gusto. La universidad estaba muy cerca de mi casa, por lo que todo era perfecto", rememora. Teniendo en cuenta que se ha pasado media vida congelado, el dos baskonista se debe sentir como en el Caribe ahora que reside en la capital alavesa.
héroe en alaska Incluso varios años después de dejar atrás su localidad natal para probar suerte en España en las filas del Rosalía de Castro de la LEB 2, Brad Oleson continúa siendo un referente para los jóvenes jugadores de North Pole. "Le perdimos un poco la pista desde que se fue de Estados Unidos, pero aquí no nos olvidamos de él y de vez en cuando publicamos alguna noticia sobre su estancia en Europa para que nuestros lectores sepan algo sobre él", dice Bob Eley, jefe de deportes del periódico Fairbanks Daily News-Miner, que en sus archivos aún guarda numerosas fotografías del paso de Oleson por los Nanooks, así como del día en el que su instituto de North Pole retiró su camiseta -curiosamente con el número 23, el de Michael Jordan, en lugar del 24 de su padre-. Mientras en su pequeño pueblo -que bien podría haber servido de escenario para las desventuras de Joel Fleischman, protagonista de la mítica Doctor en Alaska- sus habitantes desviaron ayer por unos minutos el interés en Santa Claus en recuerdo a su antiguo vecino, el bombardero nacido del frío entrenaba con sus compañeros del Baskonia ajeno un año más a la festividad que lleva su nombre, aunque cuando la vorágine de la temporada se lo permite, regresa a su hogar en busca de los recuerdos de su infancia. Ésa en la que el rubio jugador azulgrana, que sólo usa su mano derecha para comer, caminaba por las calles de North Pole contemplando la curiosa decoración que las engalana, como los inmensos palos de caramelo que hacen las veces de farolas, las ambulancias pintadas de rojo en su totalidad o los coches de policía con franjas verdes y blancas.
En el lugar donde nunca pasa nada, donde los jóvenes practican baloncesto porque buscan un lugar caliente en el que refugiarse de las congelaciones, un jovenzuelo logró llevar un caluroso soplo de alegría a los aficionados locales. Y en North Pole la gente es muy agradecida.