la Euroliga 2009-10 ya es historia para el Caja Laboral, que deberá seguir esperando una temporada más para satisfacer su eterno deseo de erigirse en monarca continental. Por segundo año consecutivo, el sueño de la quinta Final Four se escurrió de las manos en el último suspiro. Esta vez, a diferencia de lo que sucedió el pasado curso, en el que la tropa de Ivanovic hizo sudar tinta china al Barcelona hasta un dramático quinto partido en el Palau, no han sido necesarias tantas dosis de agonía ya que el CSKA acometió la defunción de los alaveses con anterioridad y sin consentir excesivos márgenes para la esperanza, pese a la reacción más por orgullo que por baloncesto que ha protagonizado el conjunto de Ivanovic cuando la serie llegó al Buesa Arena.
Del papel desplegado este curso se desprende que el sueño de conquistar la Euroliga -el único título que todavía se resiste a posarse en las vitrinas del Buesa Arena- se encuentra cada vez más lejano. La diferencia entre el Baskonia y algunos de los clubes más adinerados del Viejo Continente -Olympiacos, Barcelona, Madrid, CSKA...- se ha agrandado sobremanera. Mientras los ricos invierten fuertes sumas de dinero para configurar plantillas espectaculares, el club vitoriano se ha estancado y sufre unas limitaciones económicas que luego se traducen con claridad en la pista.
El hecho de haber inmiscuido nuevamente su figura entre los ocho mejores conjuntos continentales, siendo ello un mérito incuestionable como lo confirma que por el camino se quedasen adversarios de indudable pedigrí (Panathinaikos, Efes Pilsen o Montepaschi Siena), no ha saciado los paladares más ambiciosos. De puertas hacia adentro, se suspiraba por alcanzar la elitista reunión de París, aunque el desarrollo de la competición ha colocado al Baskonia finalmente en su hábitat natural.
Tras una notable primera fase en la que sobresalieron los dos triunfos ante el Maccabi y sólo el CSKA le arrebató in extremis la posibilidad de conquistar el liderato de grupo gracias a un postrero triple de Trajan Langdon -¿quién si no?-, el conjunto vitoriano quedó encuadrado en un peliagudo lote dentro del Top 16. Una derrota en la jornada inaugural ante el Olympiacos desbrozó un camino salpicado de dificultades. No fue sino la antesala de un sufrimiento mayor tras otro traspié casero ante el Khimki que supeditaba la clasificación para el cruce previo a poco menos que un milagro.
milagro y caída en moscú En Moscú, cuando ya todos le daban prácticamente por muerto, se rehizo un Caja Laboral que igualó el basket average con los rusos (11 puntos de diferencia) y se jugaría el todo o nada en las dos últimas jornadas. Tras una cornada dolorosa ante el ogro heleno, el duelo ante la Cibona suponía la última tabla de salvación. Se trataba de ganar y, a poder ser, por una amplia renta para no depender de terceros.
A tres minutos para el epílogo, el Buesa Arena rumiaba un desencanto monumental. Con la friolera de 14 puntos abajo tras una actuación caótica, se desencandenó el éxtasis más embriagador. Coincidiendo con un desfondamiento de los pupilos adiestrados por Perasovic, ya desmotivados por la intrascendencia de su vitoria, el Caja Laboral resurgió de sus cenizas para forzar, en primera instancia, una milagrosa prórroga y, con posterioridad, conseguir una renta rotunda que le permitiese asegurar el segundo puesto.
El sueño seguía vivo. La victoria sumió al equipo y a la afición en un estado de euforia que no se correspondía con la realidad. Restaba un último escollo llamado CSKA, al que mucha gente se empeñó en desacreditar de manera absurda. El play off de cuartos ha constituido un calvario para un equipo huérfano de la aportación de sus teóricas figuras. La superioridad de los pupilos de Pashutin, especialmente en los dos duelos inaugurales saldados con paliza, redujo la incertidumbre. Tras el conato de insurgencia del martes y la ocasión que se escapó entre las manos ayer, el Caja Laboral regresa a la cruda realidad de esta temporada. Quizá sea el año que viene en Turín el momento de saldar esta deuda histórica.