barakaldo. Resulta complicado imaginarse a la madre de Ricky Rubio gritando a su hijo en mitad de un partido por errar un pase imposible a Pete Mickeal o no defender con la intensidad suficiente una acción ofensiva de Pablo Prigioni. Pero no será porque a ella no le gustaría. Tona Vives, matriarca del clan de los Rubio y madre de la adolescente estrella blaugrana, era de las que se desgañitaba a un lado de la cancha cuando acudía a contemplar en directo un partido de su hijo. O al menos así era hasta que Ricky se hartó de jugar con una voz familiar como sonido de ambiente. "Tenía sólo nueve o diez años. Un día me dijo: Mamá, no chilles más en los partidos porque me dejas en ridículo delante de todo el mundo. Esas palabras me llegaron al alma", recuerda ahora Tona, cuyos genes están marcados a fuego por el deporte de la canasta, pues sus otros dos hijos, Marc (mayor que el base del Barça) y Laia, que estudia 2º de la ESO, también juegan a baloncesto.

Pese a que su retoño ha logrado erigirse en un ídolo de masas -increíble el número de jovencitas que aguardan su salida del BEC como si fuera uno más de los Jonas Brothers- ella asegura que el objeto de deseo de media NBA sigue siendo un chico normal a sus 19 años. Ricky, al igual que el primogénito de los Rubio, estudia un módulo de grado superior de marketing y publicidad. Habla inglés con fluidez y tiene las aficiones propias de un adolescente de nuestros días. Posee su propio twitter en el que de vez en cuando cuelga sus impresiones de los partidos, su vida diaria o sus inquietudes.

Criado en la pequeña localidad catalana de El Masnou, la mamá de uno de los pilares del cuadro de Xavi Pascual asegura que el fichaje de Ricky por el conjunto culé fue una decisión consensuada entre toda la familia. "Valoramos y decidimos que sería positivo que estuviera cerca de casa y no se tuviera que desplazar lejos", explica antes de dejar muy claro que las críticas y los insultos que recibe el antiguo jugador de la Penya por parte de la que un día fue su afición -el pabellón bilbaíno se llena en algunos momentos de cánticos de la afición verdinegra calificando a Ricky como "pesetero"- no le afectan en absoluto. "Todo el mundo es libre de opinar, pero personalmente es algo que desde un principio afronté muy bien", incide Tona.

Y es que incluso la vida de un niño prodigio está llena de algún sinsabor. Un instante, más o menos breve dependiendo de la madurez de cada chico, en el que las ganas de tirarlo todo por la borda pesa más que la ilusión de un futuro lleno de éxitos. "Hubo un día, volviendo en coche a casa después de un partido, en el que me planteó esa pregunta. Tenía 14 años cuando me dijo: ¿Esto que estoy haciendo vale pena? Sólo estudio y juego mientras mis amigos se divierten. Aquella noche tuvimos una charla con toda la familia en la que le planteamos que, si quería dejarlo todo, nosotros le apoyaríamos. Por suerte decidió seguir", rememora Tona, antigua trabajadora de la Renfe y actualmente en paro.

Estos días, la madre del chico de oro asiste a una Copa del Rey en la que su hijo liderará esta tarde al todopoderoso Barcelona en su semifinal ante el Valencia. Su rostro lucirá una sonrisa cuando Ricky logre una de sus espectaculares asistencias y, muy a su pesar, su boca deberá seguir cerrada cuando le entren ganas de gritarle, como en las canchas catalanas en las que el descarado timonel culé aprendió a emular a los grandes. "El día en el que Ricky piense que ya sabe hacerlo todo, empezará a estancarse", advierte Tona. Así que, en cuanto su hijo sienta la tentación de emular a DiCaprio en Titanic y creerse el rey del mundo, ahí estará ella para recordarle que sigue siendo un mortal.