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Exploración del macizo de Larra

esulta difícil imaginar lo que se siente viendo y pisando algo que el ser humano nunca ha vislumbrado ni tocado; allí abajo, en la oscuridad de una profunda y fría sima, a mil metros bajo tierra y con la humedad metida en los huesos durante cinco noches y seis días consecutivos. Para los integrantes de la décima campaña de espeleología científica en el macizo kárstico de Larra es, sin embargo, una actividad adictiva, de ahí que año tras año regresen para explorar más y más profundo. "Es pura dopamina, un subidón de la leche, no tiene precio, lo más para cualquier espeleólogo, y adictivo, lo que hay que hacer es controlar esa adicción respecto al peligro que conlleva".

Así lo narra Josu Ceberio, coordinador de este grupo de espeleólogos madrileños, belgas, andaluces, vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses, como el geólogo de Aramaio Martín Arriolabengoa o la pareja formada por Héctor Arnaez y Miriam Rey, de Albéniz, cuya afición va más allá de la espeleología, ya que también practican en vacaciones y fines de semana barrancos, escalada, montaña y, en general, "todo lo que tiene que ver con la naturaleza", apunta Héctor, que retomó hace seis u ocho años esta afición con su pareja tras un largo parón. "Explorar, explorar, sobre todo en Larra, donde nos estrenamos hace cinco años", apunta Héctor Arnaez.

Nuevas bocas

Esta campaña no han bajado, se han dedicado a buscar otras cavidades más próximas a la punta de exploración, es decir, han ido a la caza de atajos, nuevas bocas a través de las que recortar el camino y revisado otras antiguas que no se exploran desde los años 80 del siglo pasado para hallar nuevas entradas. "Pero hace dos años, Miriam, con otros dos compañeros, avanzó bajo tierra kilómetro y medio a mil metros bajo tierra", resalta como hito el espeleólogo de Albéniz.

"Bajar es duro y costoso y exige condiciones físicas de primer nivel porque no solo influye el cansancio, también el frío, vestir con la ropa aún mojada. Por un lado se echa de menos y, por otro, dices ¡uf!, casi mejor", reconoce Héctor Arnaez.

Una confesión que comparte Josu Ceberio. "Cada vez que salgo a la superficie, me digo, igual el año que viene, tan profundo, tan profundo no entro, pero vuelvo a entrar; es adictivo", añade. Para este profesor universitario, al igual que para el resto de la expedición, "alumbrar de la oscuridad un mundo subterráneo desconocido es una actividad altruista, cultural, deportiva pero, sobre todo, de investigación".

"es la leche"

Además, este año, la campaña se ha saldado de forma exitosa para los espeleólogos. Han avanzado cerca de cinco kilómetros por una galería de la que ya conocían otros treinta. "Y eso es la leche", subraya. Y kilómetro y medio más por el río desde su anterior expedición. "Decimos que se ha saldado con éxito porque todo lo que hemos tocado ha dado sus resultados", valora Josu Ceberio. Y es que, la décima campaña de espeleología científica en el macizo kárstico de Larra (Isaba-Navarra y Ansó-Huesca) se extendió durante 18 días consecutivos en agosto. En total, han participado más de cuarenta espeleólogos.

"Larra es todo un referente para los montañeros vascos y también para los espeleólogos. Hay como 500 kilómetros de galerías subterráneas ya topografiadas, es decir, ya exploradas, y va en aumento. Nosotros exploramos más en la sima (cueva vertical) que linda con Aragón", explica Josu Ceberio. "La descubrieron un navarro y un francés en 1979 y desde entonces ha habido muchas exploraciones, pero esta tiene un carácter más científico, ya que la idea es entender al máximo todo el complejo hídrico de colectores, ríos subterráneos. Pero no solo eso, también la fauna local, plantas, y documentarlo. Es interesante", describe.

Como ir a la Luna

También para el espeleólogo de Albéniz lo es, ya que la campaña de Larra retoma una cavidad que fue puntera a nivel internacional en los 80. "Trabajamos sobre lo hecho y avanzamos con nuevas exploraciones porque se trata de una cueva que, además de ser profunda, tiene muchas ramificaciones, así que, poco a poco, se va ampliando el terreno. Está claro que te tiene que gustar mucho; en ocasiones te sientes como el que descubrió América o fue a la Luna, ya que nadie ha estado ahí antes. Al mismo tiempo, tienes que entrar de tal forma que se note lo menos posible para no causar destrozos", señala.

¿Miedo? "Creo que a Miriam le da más miedo cuando bajo yo, que voy más descontrolado", bromea Héctor. De hecho, en Larra se turnan, cuando uno entra, sale el otro, pero "no, no solemos tener miedo, aunque quizá, con la edad, sí que te vuelves más prudente; al final, haces cuerpo", confiesa a sus 45 años Arnaez. Después de la campaña de Larra, invitados por el grupo de andaluces, exploraron en la zona de La Piedra de San Martín, en la muga navarra con Francia y "entramos en un pozo de 300 metros, como la torre Eiffel, y en esas profundidades, sí que te entra un poco más de respeto", declara.

duro, pero asombroso

Y ¿lo más asombroso? Para Josu Ceberio, comprobar que al avanzar por una cueva, de repente, hay bloques de techo derrumbados del tamaño de camiones tráiler que hay que tratar de sortear para que no se caiga la cubierta. "Es como si subieses una montaña de Pirineos de noche sin ver ni techo ni pared; una brutalidad. Y lo más asombroso son las dimensiones, las dimensiones lo hacen todo sobrecogedor", define.

¿Lo más duro? "El tiempo, los días", tanto por todas las jornadas seguidas que pasan bajo tierra, como por todo el tiempo que se necesita para llegar hasta el lugar de exploración; sin olvidar el frío, la gélida temperatura del agua y por qué no, el peligro. "Saber que un simple esguince que te hagas va a ser un desastre o que la posibilidad de romperte un fémur es impensable porque, seguramente, no sobrevivirías. Hay una serie de factores psicológicos que pesan cuando entras para seis días, además de la condición física de cada uno y las propias del entorno. Al final, las estancias prolongadas van haciendo mella y se hace duro", confiesa Josu Ceberio.

Larga campaña

La campaña comenzó en 2011 y dos años después empezaron a explorar en la sima actual. Se dieron cuenta de que los mapas viejos, la topografía antigua, nada tenía que ver con lo que los espeleólogos se topaban al descender, y eso despertó su curiosidad.

De esta forma se animaron a topografiar esta singular sima, con una entrada a dos mil metros de altitud en montaña, que baja 400 en vertical hasta llegar a un río que va perdiendo cota hasta los 1.315 metros bajo tierra, que es hasta donde han descendido respecto a la boca de entrada. "Esto es como el Himalaya, si quieres escalar montes altos, necesitas campamentos base y campamentos de altura", aclara el coordinador de la expedición.

"Nuestro objetivo es explorar lo desconocido y esas zonas están alejadas". Hace dos años descubrieron un río que comenzaron a remontar en 2018 y 2019 hasta que les bloqueó una gran cascada que salía del techo.

"Este año hemos ido hasta allí, escalado y resulta que, otra vez hemos hallado río, creo que habremos avanzado kilómetro y medio dentro de una galería, por momentos muy ancha hasta que, de nuevo, nos hemos visto obligados a detenernos porque estábamos muy lejos, ya que tardamos tres días llegar a la punta de exploración", describe.

Pero sus alumbramientos no acaban ahí. El pasado año conectaron con una sima que "ahora podemos decir que es un sistema, porque tiene múltiples entradas; andamos cerca de los treinta kilómetros de galerías topografiadas en total, que no está nada mal para una cueva". El año que viene continuarán.

la expedición

macizo kárstico de larra

La décima campaña de espeleología científica al macizo kárstico de Larra (Isaba-Navarra y Ansó-Huesca) se salda con éxito. Más de 40 espeleólogos vascos, belgas, madrileños y andaluces han explorado durante 18 días.

"Cada vez que salgo a la superficie, digo: el año que viene, tan profundo no entro, pero vuelvo"

Coordinador

"Bajar es duro y costoso, exige condiciones físicas de primer nivel pero, a la vez, se echa de menos"

Espeleólogo alavés