Vitoria tiene sentido del humor. La ciudad ha reído, y mucho, a lo largo de su historia. Pero, ¿de qué, cómo y cuándo se reían los vitorianos? Para dar respuesta a éstas y otras preguntas nos adentramos en el itinerario histórico del humor a la vitoriana, una visita guiada que DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA recorre de la mano de la guía turística Txaro Mardaratz. "Sí, claro que tenemos humor los vitorianos, y desde siempre", defiende. "Aquí hemos tenido a lo largo de los siglos jugladores, clérigos bailones, comediantes locales, fanzines y cantidad de teatros, sin olvidar el humor gráfico y las caricaturas", sostiene Mardaratz, mientras retrocede con su mirada hasta la Vitoria medieval que abre su balconada de San Miguel al humor cada sábado a las cinco de la tarde.

Historias de la ciudad que ríe es una de las nuevas visitas guiadas que el Ayuntamiento de Gasteiz ofrece desde diciembre a sus vecinos como aliciente ante la imposibilidad de salir del municipio por culpa de la pandemia sanitaria. "No es una visita humorística, pero hablamos del humor en los seres humanos, de lo que es, del contexto en el que se da y de lo que motiva a las personas a reír, a pesar de que las mascarillas impidan, ahora, ver sonrisas.

Como Celedón, desde la balconada nos retrotraemos a una Virgen Blanca de jolgorio, ya que hay mercado en los arrabales de la Vitoria de los siglos XII, XIII y XIV. El jueves es el día grande -además de los mercados de mayo y septiembre- y los nómadas juglares son los que despiertan la carcajada a los gasteiztarras. Viven de la voluntad del público y en continuo peligro ante el acecho de las epidemias que "también había en el medievo", apunta la guía. Por aquel entonces, Vitoria era una ciudad importante, al estar enclavada en un cruce de caminos. Por eso, "había muchos juglares que querían venir a esta plaza para ganarse la vida".

El humor de la época es blanco, muy accesible, un tanto infantilón, como el de los títeres de cachiporra o el de los payasos de la tele: ¿Por dónde se han ido?, pregunta el juglar/ Por allí, por allí, responden los presentes al unísono. No puede ser de otra forma en un contexto en el que la gente no sabe leer ni escribir. Por eso, el humor más culto por entonces es el que imparten los trovadores y los clérigos reconvertidos en actores, que representan obras litúrgicas e ilustran al pueblo con sus textos. "Los goliardos son clérigos-artistas que vagabundean por las ferias porque no están dispuestos a someterse a la vida monacal que conlleva su hábito", apostilla Txaro. Además de juglares, trovadores y goliardos son algunos estudiantes universitarios con vocación de juglar quienes también dedican su vida a un humor que cambia a medida que se culturiza la población, hasta llegar al enrevesado sentido del humor del Barroco de Góngora y Quevedo.

El medievo pasa y camina hacia el Renacimiento y el Siglo de oro en la plaza del Machete, "el lugar donde más chistes hacemos de toda la visita", indica Txaro. La propia plaza es un chiste en sí, puesto que es "donde el procurador-síndico de Vitoria jura su cargo encima del machete con el que le cortarán la cabeza si no ejerce bien", explica la guía.

picarón, salpicado de sexo El Machete, antiguo mercado del ala, del ganado o plaza de los bueyes -"todos esos nombres tuvo"- se convierte así en el primer granero-teatro de la ciudad en una época en la que, con la llegada de la imprenta, los textos empiezan a ser más accesibles, puesto que ya no hay que copiarlos a mano y los teatros empiezan a reivindicarse como el principal escenario al aire libre para la risa, de la mano de las comedias de capa y espada, de héroes contra villanos, cual capitán Alatriste. En el anexo de la alhóndiga de la plaza del Machete, los vitorianos ríen con estas aventurillas de escribientes pagados por el rey para que su figura siempre salga bien parada. Aun así, se cuelan en el escenario cómicos locales con un humor más picarón, salpicado de sexo, sugerido e irónico, que arremete contra reyes y clérigos en escenas aderezadas con bailes lascivos. Tal es así que Vitoria conserva un escrito del obispo de Calahorra advirtiendo de que no era buen ejemplo que la misma mujer que bailaba de forma seductora ante el público representara después el papel de la virgen. Cabe entender que el machismo de la época no permite a la mujer actuar si no está casada, ni tan siquiera puede sentarse junto a los hombres sino apartada en la llamada cazuela del teatro. Precisamente es ahí donde nace el llamado lenguaje del abanico, el que utilizaban las mujeres para comunicarse a distancia, ya que estaban apartadas.

Sus salidas en la vida apenas pasan por casarse, ser monjas o prostitutas. Aun así, en Vitoria hay comediantas locales que actúan en los teatros. Con todo, choca que dentro del contexto humorístico, está mejor visto que una mujer, casada con un hombre mayor, generalmente, ponga los cuernos al marido que viceversa. De esa picaresca también se nutre el humor a la vitoriana, al igual que del exceso de maquillaje de muchas féminas: "nunca vi cangrejos cocidos de más hermoso color", relata un cómico local a un público de Vitoria, a veces, "inconveniente", rezan los escritos de la época.

Chismorreos y bulos

Historias de la ciudad que ríe se adentra en el siglo XIX de la mano de escritos y comedias que se representan en los teatros para abordar, sobre todo, la relación entre humor y poder a lo largo de dos reinados, los de Carlos II y José I Bonaparte, más conocido como Pepe Botella. La visita recala, ahora, en el palacio Montehermoso, sede de muchos de los chascarrillos de la época de los que es víctima Pilar de Acedo, la sexta marquesa de Montehermoso. "Se trata de una mujer muy muy culta y guapa, que lo mismo toca el piano y la guitarra que canta como los ángeles y habla en cuatro idiomas". Sin embargo, y pese a toda su formación, "pasa a la historia por acostarse con Pepe Botella, hecho que ni tan siquiera se sabe si es verdad. Un ejemplo del humor basado en bulos (fakenews de ahora) que impera por entonces. "Como ahora, los bulos llegaban enseguida a miles de personas; en cambio, los desmentidos, a muy pocos".

Dentro de esa relación entre humor y poder, cabe puntualizar que socialmente se acepta que un ciudadano de posición inferior se ría del poderoso. Sin embargo, está mal visto, considerado un abuso, que quien ostenta el poder ejerza el humor contra quien no lo tiene. En este sentido, tanto José Bonaparte como la marquesa de Montehermoso son diana de burlas y chismes con coplillas como: "la marquesa tiene un tintero/ donde moja su pluma José I" o "Pepe Botella baja al despacho/ ahora no puedo porque estoy borracho". Lo irónico de todo ello es que Bonaparte no bebía alcohol. Se granjeó el mote de Pepe Botella debido a que grabó con un impuesto el alcohol y el tabaco.

Cotilleo puro y duro

La visita guiada sobre el humor a la vitoriana concluye con una parada en la plaza del Conde Peñaflorida, donde se ubica la escuela de artes y oficios, tras visitar la Zapa para homenajear al TMEO, la publicación gasteiztarra más "cañera", surgida en la movida gasteiztarra de los 80, aunque no la única, ya que "la prensa satírica y los fanzines siempre han estado muy presentes en Gasteiz", apunta Txaro.

La escuela de artes y oficios es el escenario elegido por la guía para recordar los inicios del humor gráfico en Vitoria. La ciudad se ríe del chismorreo, del cotilleo, del vecino. Se trata de un humor de patio de vecindario similar al de la prensa amarilla, que consiste en hablar de todos, eso sí, bajo la prohibición de citar su nombre. "Ni tan siquiera en las caricaturas de la época, había que adivinar de quién se trataba", apunta Txaro.

Este humor gráfico comienza a reflejarse en los naipes (barajas), caricaturas y publicaciones, como El danzarín, una gacetilla del siglo XIX de chismografía vitoriana dominguera, pese a que se publica los miércoles, en la que se habla sin tapujos de la gente de la ciudad sin mencionar su identidad. "Es el cotilleo puro y duro". Y el número uno de este humor amarillo no es otro que Ignacio Díaz Olano, una figura que, además de en El danzarín, dibuja la primera baraja española y firma sus trabajos bajo el pseudónimo de Galop. "Que vas a salir en El danzarín paseando por La Florida...", se alertan los vitorianos unos a otros.

Vitoria ha pasado del humor blanco e infantilón de los juglares a reírse de reyes y clérigos con comedias de capa y espada. Y del humor picarón salpicado con un poquito de sexo, del chisme y del cotilleo al humor más verde, muy verde, casi pornográfico del fabulista Samaniego, "un humor tan afilado que le causó graves problemas con la Inquisición". En fin, humor a la vitoriana.