a sala de exposiciones de la Casa de los Maestros de Elciego muestra hasta finales de diciembre una exposición denominada Mujeres emprendedoras en el mundo de la sidra, que narra la vida y trabajos de cuatro mujeres que se implicaron en esa bebida y conformaron la historia de la sidra vasca durante los siglos XVI a XVIII.

La muestra la realiza el Museo de la Sidra de Astigarraga y la patrocina la Fundación Juan Celaya en colaboración con el Ayuntamiento de Elciego que, con esta iniciativa comienza una colaboración con Astigarraga que se prologará más adelante con un intercambio de grupos de danzas de ambas localidades, así como otras actividades por diseñar. Ese tipo de proyectos comunes forman parte de las políticas de relaciones de la villa riojanoalavesa y han dado como fruto bien el hermanamiento con otros pueblos o el mantenimiento de encuentros culturales o festivos periódicos.

La exposición que ayer se inauguró, con la presencia de la investigadora que ha realizado el trabajo de puesta en valor del trabajo de estas mujeres emprendedoras, Lourdes Odriozola, responsable de la base de datos del Museo, se centra en los trabajos de María Labayen, María de Echevarría, Ana de Beroiz y Fagola, y María Josefa de Orobio.

Estas mujeres fueron emprendedoras en el negocio de la sidra y son un botón de muestra porque fueron muchas las que a lo largo de la historia, en los caseríos vascos, se dedicaron a a la venta o producción de manzana y sidra. A ellas se sumaron también otras muchas dedicadas al transporte, las populares bateleras, que llevaban a personas y mercancías, y a la sidra, en el Puerto de Pasaia.

Como cuenta Odriozola, las mujeres heredaban los caseríos, aunque al casarse el representante era el marido, pero este se dedicaba a la pesca en Terranova, al cacao en Venezuela o al trabajo en los astilleros y las ferrerías durante el invierno. Por eso, a ellas les correspondía el cultivo de los manzanos y la elaboración de la sidra, entre otras muchas tareas, y las cuatro mujeres seleccionadas son una muestra del valor que tuvieron.

María de Labayen era de Lezo y se dedicó al comercio de la sidra de su cosecha en el siglo XVI. Se casó con el capitán Miguel de Arrieta y al enviudar, pasó años difíciles por la falta de dinero. Conocía bien el mundo naval, por lo que formó parte de una sociedad y para pagar su parte utilizó la kupela como dinero. Cuando el barco se estaba avituallando para partir a Terranova, las autoridades de Donostia confiscaron su sidra, argumentando que sólo se podía embarcar la que se producía en el territorio de su jurisdicción. Al haber una ley guipuzcoana (los Fueros) que la protegía, denunció al Ayuntamiento y ganó.

La donostiarra María de Echeverría trabajó en la comercialización de la sidra a principios del siglo XVII para poder pagar las deudas que le dejó su marido. La vendía en la casa familiar de la actual calle Fermín Calbetón, en los intramuros de Donostia. En 1637, hubo un gran incendio en esa calle y como no había agua suficiente para apagarlo, utilizaron sidra. De Echeverría se empleó 56 cargas de su bodega, pero el ayuntamiento no se las quiso pagar. Denunció al Consistorio ante el Corregidor de Gipuzkoa, que le dio la razón, pero el ayuntamiento sólo le pago una parte, por lo que, por lo que puso una nueva reclamación.

Ana de Beroiz y Fagola fue una mujer donostiarra de mediados del siglo XVII. Recibió en herencia una casa hipotecada y al casarse con Miguel de Maiz, su marido pasó a ser el administrador de todos sus bienes. Él la maltrataba, por lo que se atrevió a abandonar la vivienda familiar. Sin embargo, su marido le denunció para obligarla a regresar. No se amedrentó, sino que buscó a un abogado para pedir el divorcio, y mientras se dilucidaba el pleito, sacó dos kupelas de sidra para venderlos. Su marido volvió a denunciarla y el Corregidor de Gipuzkoa obligó a Beroiz y Fagola a darle la mitad del dinero ganado. Aunque tenía todo en contra, logró el divorcio, pero su marido volvió a denunciarla nuevamente por vender una nueva remesa de sidra. El Corregidor les obligó a compartir el caserío y las rentas producidas en él hasta la muerte de su esposo.

Por último, se destaca la vida de María Josefa de Orobio. Dueña del caserío Etxeberria de Errenteria, tenía un alto status y gestionaba su patrimonio desde Pasai Donibane. Debida a la alarmante situación de los manzanos a mediados del siglo XVIII, implantaron un sistema de tandas y el ayuntamiento de Errenteria prohibió en 1747 sacar sidra y manzanas de su territorio, así como su transporte en batel. Sin embargo, la decisión no hacía referencia a la zizarra -bebida elaborada con las manzanas no maduras caídas al inicio de la cosecha-. Ese año, De Orobio dio la orden de trasladar tres cargas de zizarra desde Etxeberria hasta Pasaia, pero cuando iban a cargarlas en un batel, las confiscaron y encarcelaron a su trabajador.

Son parte de las historias en las que estas mujeres fueron protagonistas, aunque los datos se han logrado a través de actas y documentos judiciales a causa de los numerosos pleitos. Sus historias se pueden disfrutar a través de los paneles donde se narran éstas y otras circunstancias, adornadas con dibujos realizados por el ilustrador Jokin Mitxelena, basándose en narraciones y cuadros de las diferentes épocas. En el siglo XXI hay también muchas mujeres dedicadas a la sidra y como muestra de ese carácter emprendedor, en la exposición se puede ver una galería de fotografías de algunas de ellas.

La exposición que ayer se inauguró se centra en los trabajos de María Labayen, María de Echevarría, Ana de Beroiz y Fagola, y María Josefa de Orobio