uería empezar este artículo intentando reflejar a través de la letra lo difícil que es superar el dolor del asesinato injusto, gratuito, atroz de un familiar querido. Mi compañera Agurtzane Salazar lo ha hecho por mí: "Por muchos años que hayan transcurrido -comienza la crónica que abre esta página-, desde la Guerra Civil y la dictadura franquista, el dolor no desaparece".

Mi abuelo Antonio sobrevivió a la contienda y fueron pocas las veces que le puede extraer algún recuerdo. De palabras, pocas. De lágrimas con silencio alguna más.

La Guerra Civil, y el reguero de vulneraciones que sembró, sigue siendo cosa nuestra. De todos y cada uno de nosotros. No ha pasado, y no debe pasar, de página. La Justicia, Memoria y Reparación es una deuda pendiente que nos interpela directamente y nos coloca frente al espejo de qué sociedad queremos construir y hacia donde queremos caminar.

Pero, lamentablemente, la realidad es otra.

Transitamos entre un para qué remover y el peligroso resurgimiento de la figura y herencia de Franco que provoca mayor pesar entre aquellos que todavía andan buscando a su padre, hermano o hijo en las cunetas. Esa es la realidad y no la que nos quieren contar populismos de corte barato a la venta para quien se deja convencer por mercancía averiada.

Cientos de miles de personas fueron asesinadas durante la guerra y posterior dictadura y deben ser recordadas -y seguir siendo buscadas- por toda la sociedad. Ese es nuestro ejercicio de responsabilidad para poder ofrecer un futuro en el que no tengan cabida marcas de nuevo cuño intolerante y fascista.

Álava celebró ayer un nuevo acto de reconocimiento a las víctimas del franquismo. Muchas personas anónimas se acercaron al parque tras la Diputación alavesa para depositar una flor que las recuerde durante unos días. Las flores se marchitarán y quedará el ejercicio de Memoria. Más difícil, pero obligado. Porque todavía hay quien llora sin poder contar. Y hay quien cuenta sin poder llorar.

La autora es directora de Diario de Noticias de Álava.