biertas al público el pasado verano, las diferentes salas de la casa-museo Abadía de Morata se han convertido en un nuevo valor turístico para Laguardia y una manera de conocer, de forma amena, cómo se vivía antaño, incluso en un pasado reciente, a través de utensilios y una ingente cantidad de fotografías que se han recuperado y digitalizado. Enclavado en el espigón urbano de La Barbacana, justo antes del solar bajo el que se encuentra el aparcamiento subterráneo de Laguardia, el lugar tiene su propia historia y otra vinculada a la de Laguardia.

Y es que el museo se encuentra donde estuvo el antiguo cuartel de la Guardia Civil, y donde antes hubo un convento de capuchinos, cuyo calado se conserva como parte del museo con un nombre, fray Francisco de Morata, pintado en rojo en la pared de piedra, que ha servido para denominar el museo, y en un espacio de la villa donde puede haber vestigios aún mucho más antiguos, aunque buena parte de ellos se dan por desaparecidos por el afán de construir un aparcamiento semisubterráneo, aunque afortunadamente en él se ha mantenido el estanque celtibérico.

La casa en sí era una casa familiar, con sus corrales y su calado heredado de la abadía. Y su propietario, Faustino Luis Ayala, tuvo la suerte de tener un padre aficionado a las tradiciones y a los objetos antiguos. "Siempre estaba con él buscando cosas de sus abuelos, de sus padres y, además, estaba metido en todas las tradiciones, como el Belén de Santa María, la procesión€", cuenta el hijo, Y de esta manera aperos, cerámicas, herrajes, "todo lo que encontraba mi padre lo iba metiendo en casa de su madre y en casa de la madre de mi abuela".

Con el tiempo, aquellos edificios fueron heredados por Fausti, como es conocido en Laguardia y aunque su profesión es la de vitivinicultor, decidió crear el museo y previamente rehabilitar y acondicionar el complejo de edificaciones. Porque ha sido él mismo quien se ha ocupado de realizar las obras, restaurar lo que se ha mantenido y diseñar las cuatro salas de exposición. Y lo realizaba cuando terminaba sus tareas diarias en el campo, robando tiempo al descanso o a las vacaciones y dedicando el tiempo que fuera necesario para que al final quedara como él lo tenía en mente.

El museo está dividido en cuatro secciones. La primera se encuentra justo a la entrada, frente a la plaza de La Barbacana, donde ha construido un claustro y ha colocado los aperos de labranza, una prensa de vino y otros elementos dedicados a la vitivinicultura o la agricultura en general. Tiene una capacidad para unas 200 personas y allí tiene idea de organizar actos sociales o culturales, como así ha ocurrido en este último año.

La siguiente sala se encuentra en lo que fue el antiguo corral de las ovejas, que lo ha dedicado a objetos antiguos del hogar o antiguos oficios. Allí se muestran herramientas de zapatero, carpintero, guarnicionero y también se muestran objetos de uso doméstico, como una pequeña cocina económica, lavadoras italianas metálicas de manivela, calefacciones para la cama, máquinas de coser y de rematar o vajillas de cerámica muy antiguas.

La tercera zona de visita es la gran sala que da entrada al interior de la casa, donde ha distribuido colecciones de documentos, libros del fabulista Samaniego y numerosas piezas que difunden la labor del fabulista, y antiguos productos de los años 50-60, muchos de ellos de publicidad. Algunos de estos objetos tienen un valor importante como los negativos que posee de cuando se hicieron las escuelas de Laguardia, de principios del siglo XX y otros acontecimientos. Otras muchas fotografías antiguas proceden de pujas por Internet: son negativos en cristal que tienen 100-150 años. Y también hay aplicaciones del antiguo Cinexin o sus antecesores que fueron los de La Linterna Mágica. Otro de los enormes expositores está dedicado al fabulista Samaniego y en él se conservan primeras ediciones, colecciones de viejos cromos y hasta envoltorios de chocolate con breves fábulas.

Las fotografías son muy numerosas, muchas de Lorenzo Ugarte, otras de Encarna Martínez y ahora son de Josemi Rodríguez, el popular fotógrafo de Laguardia que ha inmortalizado la imagen de esta villa en todas sus facetas, pero especialmente las de los efectos Fog, la cascada de nubes sobre Sierra Cantabria cayendo al valle. Entre unos y otros se cuenta con un importante patrimonio documental gráfico, ya que hay imágenes desde los años 1950 hasta ahora: toda la evolución de Laguardia en fotografía.

Por último, desde esa sala se accede a la bodega, el calado, que tiene dos partes. La primera la hizo su abuelo para la elaboración del vino, y aún conserva los depósitos de hormigón, y la segunda es el calado antiguo del convento de los Capuchinos donde apareció la inscripción que da nombre al museo. Repartido por todo el subterráneo hay una gran colección de objetos relacionados con el cultivo de la vid, la elaboración del vino o las labores en otros cultivos agrarios.

Posteriormente, se vuelve a salir al exterior, que ha sido acondicionado, además de para actos públicos, como un buen lugar donde terminar el recorrido por el museo y poder degustar una copa de vino de Rioja Alavesa. El museo estará abierto los fines de semana, sábados y domingos, de 11.00 a 13.30 horas y de 16.30 a 18.30 horas, momento en el que entraría el último turno de visitas para acabar a las 19.30 horas. Una hora es lo que han calculado que dura el recorrido y el vino. También se puede visitar entre semana, pero en ese caso hay que solicitarlo por teléfono.

Viticultor de profesión, Faustino Luis Ayala decidió crear el museo tras rehabilitar y acondicionar él mismo el complejo