- El presupuesto del Ayuntamiento de Artziniega incorporó a finales de la pasada legislatura una novedosa partida de 1.500 euros destinada a hacer realidad una iniciativa cultural del vecino y sacerdote, Benjamín Respaldiza, consistente en erguir una serie de esculturas -de creación y manufactura también vecinal- que embellecieran más si cabe el Casco Histórico de esta villa. Pues bien, esa ruta escultórica ha obtenido su broche de oro en el renovado mirador de El Campillo, con la colocación de cuatro piezas de acero cortén, plagadas de simbología local, que, en conjunto, representan al escudo del municipio, es decir, tres torres y un árbol. Este último, por supuesto, es una encina (emblema del lugar y nombre de su patrona), en cuya base lleva soldada una reja de arado. "En el escudo aparece una lanza, separando las torres del árbol, pero hemos querido sustituir ese motivo de guerra o defensa por otro más pacífico, al tiempo que productivo", explica Respaldiza.

Cada torre, a su vez, tiene un grabado en hueco, en su parte superior, que representan al Santuario de La Encina, la emblemática torre defensiva de la calle Cuesta Luciano (hotel hasta hace unos años que cerró) y la palabra Ordunte, en clara referencia a la junta del mismo nombre que aglutina a los cuatro pueblos que, junto Artziniega, configuran el municipio: Sojoguti, Retes de Tudela, Mendieta y Santa Coloma.

Asimismo, en su parte inferior, llevan adherido tres motivos que simbolizan los tres museos del lugar. Una laya para el etnográfico, una cruz antigua para el de arte sacro, y una abstracción de cabeza femenina para el de Santxotena, realizada y donada por el propio escultor navarro-alavés.

"Los materiales han sido pagados por el Ayuntamiento, por lo que las obras han pasado a formar parte de los bienes públicos de Artziniega. Nosotros hemos aportado la mano de obra gratuita, para enriquecer el paisaje de nuestro pueblo y que los visitantes se hagan fotos y pregunten", apunta Respaldiza, quien reconoce que el proyecto "tiene algo de envidia a las esculturas tan bonitas que tienen otros pueblos de la comarca, como la baserritarra o la amatxu de Llodio. "Pero como Artziniega no tiene tanto dinero, lo hemos hecho a la medida de nuestras posibilidades", señalan, con la confianza de que este recorrido escultórico se convierta en el nuevo reclamo turístico de este municipio de menos de dos mil habitantes.

En concreto, el proyecto, que surgió con la idea de sacar el museo etnográfico a la calle y de forma duradera, por lo que la madera quedaba descartada, se inició en mayo de 2018 con la instalación en Artekale Plaza de la denominada Mesa de los pueblos. De hecho, se trata de dos sillas junto a una mesa sobre la que reposan dos vasos, una jarra y un pan, que pretende representar la convivencia entre culturas, en contraposición a los pueblos de antaño "donde nacías y morías. Hoy hay mucha más transición de personas", explican.

A ella le siguió, en abril de 2019, el banco de fragua, junto a La Torre, y todo un homenaje a los antiguos oficios artesanales; así como, en fechas recientes, el recibidor de la puerta de la villa y un paragüero, debajo de una ventana, que es "como un ongi etorri-bienvenido a Artziniega, esta es tu casa", matizan, en recuerdo de aquel viejo mueble a la entrada de todo hogar, en el que se depositaban la boina, la cachaba, el bolso, o lo que fuera que portases en la calle, e innecesario al entrar a casa.

Estas obras de creación colectiva, en las que han arrimado el hombro de forma especial José Mari Fernández de Antoñana "Txubas", Santi Luengas (taller Josetxu), así como el propio sacerdote impulsor de la idea; pero también artesanos como Luis Padura, el pintor José María Pinto y muchos vecinos que han donado materiales, como Pili Caballero, Ángel de Lendoño Beiti, Joseba Elejalde o Alberto Velasco. ¿La intención? Ver su pueblo más bonito, si cabe, y ofrecer a autóctonos y visitantes, una imagen de lo que fue y es, a través de sus obras.