- El pasado 9 de marzo, lunes, a eso del mediodía, los teléfonos empezaron a arder en Vitoria. El Gobierno Vasco acababa de anunciar el cierre de los colegios de la ciudad para el día siguiente, después de que en apenas un fin de semana se cuadruplicaran los casos de covid-19 en el territorio. Comenzaba entonces una larga batalla contra el coronavirus SARS-CoV-2 que ha implicado a toda la sociedad y ante la que, ahora, con la confirmada entrada de Álava en la fase 2 de la desescalada, se empieza a ver una tímida luz al final del túnel.

El lunes 9 de marzo ya habían cerrado sus puertas el colegio público y la ikastola de Labastida, así como el IES Samaniego de Laguardia. También se clausuró la ikastola Odón de Apraiz de Vitoria, donde se registró un positivo por covid-19. En la calle preocupaba el virus, pero no se llegaba a asumir la dimensión de una epidemia sobre la que los sanitarios italianos llevaban días advirtiendo a sus colegas del Hospital Universitario de Álava mediante la remisión de innumerables protocolos y de dramáticos vídeos de advertencia sobre lo que se nos venía encima. Por lo pronto, tocaba cuidar de 50.000 escolares alaveses sin clases, a los que pronto se sumarían los de todo el Estado. Las empresas hicieron un esfuerzo titánico para implementar el teletrabajo de forma masiva, y los abuelos, el colectivo de mayor riesgo ante la pandemia, tuvieron que hacerse cargo de sus nietos mientras la sociedad se adaptaba a la nueva situación.

El 14 de marzo, el Consejo de Ministros aprobó el estado de alarma que recoge la Constitución para hacer frente a epidemias y todo tipo de desastres. España entraba en un terreno desconocido por quince días que a todas luces iban a ser más, siempre que así lo avalara el Congreso de los Diputados, y la ciudadanía se encerraba en casa. Tras los episodios de histeria iniciales, con imágenes como la del acopio de papel higiénico, los alaveses entraban en una extraña rutina que pasaba por hacer extensísimas colas para comprar el pan, comunicarse por videconferencia con familiares y amigos y tratar de no oxidarse dentro de sus casas.

En la calle había controles policiales y se imponían sanciones, en los balcones se aplaudía a los sanitarios, en los comercios abiertos iban apareciendo mamparas, guantes y dispensadores de gel hidroalcohólico.

Txagorritxu era entonces uno de los principales focos de infección del Estado, y a la vez el espacio que tenía que hacer frente en primera línea a la epidemia. En aquellos primeros días de confinamiento, las UCI alavesas llegaron a mantener con vida a más de 40 personas, mientras Osakidetza desmantelaba el hospital para aumentar su capacidad de prestar cuidados intensivos y evitar el temido colapso. Los contagios previos al estado de alarma crecían exponencialmente, hasta alcanzar los 714 en Euskadi el 26 de marzo, cuando se alcanzó el ansiado pico.

De forma paralela y dramática iban aumentando los fallecimientos, con jornadas negras como las del 30 y 31 de marzo, con una docena de muertes cada uno de los dos días en Álava. La sanidad pública vio estiradas hasta el infinito sus costuras, los profesionales sufrieron física y psicológicamente, hubo una guerra institucional por las mascarillas y muchas dificultades para dotar a todos los sanitarios de equipaciones adecuadas, el virus sorprendía cada día a los especialistas, pero el sistema aguantó.

Con la Semana Santa, ya en abril, llegó la congelación total de la economía, las calles desiertas, el silencio, la tensa espera de resultados ante tanto sacrificio, que llegaron cuando, el 26 de abril, tras tres prórrogas del estado de alarma, los niños pudieron salir a la calle tras más de un mes encerrados en casa. Unos pocos días después, el 2 de mayo, los mayores podían salir, y al resto de la población se le permitía hacer deporte al aire libre o pasear. El salto fue mayúsculo, teniendo en cuenta de dónde se venía, y las autoridades sanitarias cruzaban los dedos y esperaban con ansia la estadística de cada mañana para dar el siguiente paso, que llegó el pasado 11 de mayo.

Aquel lunes, con la epidemia contenida, buen tiempo y ganas de contacto humano, los alaveses se lanzaron a la calle a estrenar la fase 1 de la desescalada, no sin un buen número de incumplimientos que hicieron saltar las alarmas en las instituciones. Sin embargo, con el paso de los días, el aumento de la movilidad, el trasiego en las terrazas o la apertura controlada de los comercios no se reflejó en un aumento alarmante de contagios ni ingresos hospitalarios. A día de hoy en las UCI alavesas hay alrededor de siete pacientes enfermos de covid-19, y aunque todo esta preparado para hacer frente a un rebrote de la enfermedad, el número reproductivo básico del virus, el R0, sigue por debajo de 1, lo que indica que el patógeno sigue en remisión.

9 de marzo. El lunes 9 de marzo el Gobierno Vasco anunció el cierre de los colegios de Gasteiz para el día siguiente. La extensión de la pandemia ya había llevado a la clausura de un centro en Vitoria y de otros tres en la Rioja Alavesa.

14 de marzo. El Consejo de Ministros aprueba la entrada en vigor del estado de alarma por 14 días, cuyas prórrogas deberían ser ratificadas por el Congreso de los Diputados.

28 de marzo. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ordena la congelación de la economía, al menos hasta el 9 de abril. Solo los denominados servicios esenciales tenían permiso para operar. Los trabajadores no acogidos a esta fórmula se beneficiaron de un permiso retribuido que deberán devolver a la empresa. El hecho de que el parón económico coincidiera con la Semana Santa redujo sensiblemente el número de días de actividad perdidos.

26 de abril. El Gobierno de Pedro Sánchez regula la salida a la calle de los niños y niñas, el único colectivo que prácticamente bajo ningún concepto pudo salir de casa durante casi un mes y medio.

2 de mayo. El Ejecutivo central decreta los horarios en los que pueden empezar a salir a pasear los mayores y los niños, y los momentos del día en que el público en general puede salir a hacer deporte.

11 de mayo. Álava entra en la fase 1 junto al resto de territorios vascos. Abren los bares y los comercios de menos de 400 metros cuadrados, con limitaciones, o las estaciones de inspección técnica de vehículos.

714

El 26 de marzo la epidemia tocó techo en Euskadi con 714 nuevos positivos en una sola jornada, 137 más que el día anterior. A partir de ese momento la curva de contagios fue descendiendo, aunque mostrando dientes de sierra puntuales.