n extraño acaba de irrumpir en el panorama internacional: es el nuevo coronavirus. Diariamente se conocen datos sobre infectividad, letalidad y otros parámetros con constantes actualizaciones. Las publicaciones sobre este virus son innumerables y, a pesar de tener cada vez más conocimientos sobre la patogenia, estos nuevos datos dan la sensación de ir siempre un paso por detrás de él. Entre las noticias que copan la parrilla televisiva cobran especial mención las que hacen referencia a los numerosos fallecimientos que están ocurriendo en los centros residenciales de mayores. Es aquí donde llega el segundo desconocido para la sociedad: las residencias.

Jonathan Caro, enfermero especialista en geriatría, explica que en este entorno solo se conocen las residencias si uno trabaja en el ámbito gerontológico o si tiene a algún familiar ingresado en una de ellas. Además, la cultura actual ha asumido de dos maneras el ingreso de un mayor en una residencia: como abandono o como fracaso. Esta visión hace que las personas cuidadoras eviten en lo posible el ingreso del familiar en estos centros porque supondría su fracaso como cuidador y generaría el sentimiento de haber abandonado al familiar en cuestión. La presión cultural conlleva que, finalmente, las personas que acuden a una residencia lo hagan en unas condiciones de dependencia, fragilidad y vulnerabilidad muy altas, tanto desde el punto de vista físico como psíquico y social. Como consecuencia, el perfil habitual del usuario de residencia es una persona muy mayor, con algún grado de dependencia y con problemas mentales o sociales que hacen que su cuidado en casa sea muy complejo, indica Caro.

En esa línea, este experto analiza la actual situación generada por el covid-19. “La sensibilidad que tiene la sociedad hacia los mayores es solo comparable con la que tiene hacia los niños y cuando se combinan dos agentes tan desconocidos como son el coronavirus y las residencias comienzan las conjeturas, suposiciones y las noticias sensacionalistas. Las informaciones sobre los fallecimientos por covid-19 en residencias acostumbran a dar datos crudos, sin buscar una explicación a esos números, los interrelacionan de tal manera que el espectador tiene que interpretar la noticia con unos criterios vagos sobre dos sujetos que desconoce totalmente”.

Anteriormente se ha citado el perfil de usuario de residencia como persona frágil. Esto significa que cualquier tipo de acontecimiento puede hacer que la persona mayor enferme, aumente su dependencia e incluso que muera. No es extraño que, ante infecciones que en el resto de población no conllevaría mayores problemas, una persona mayor y vulnerable padezca una septicemia que conduzca al fallecimiento, o que ante una fractura de cadera se desencadene una serie de síndromes con el mismo resultado de muerte.

“Se podría pensar que sobreprotegiendo a los mayores se evitarían estos procesos tan catastróficos. Sin embargo, el modelo de residencia que se está promoviendo va en otra dirección. La vida en una residencia debe preservar la continuidad del proyecto vital del mayor, debe asegurar el mantenimiento de sus deseos y objetivos, incluso asumiendo riesgos para lograrlos. Se va imponiendo un modelo más cercano a las viviendas comunitarias que a un modelo biomédico y hospitalario”, añade este profesional. Por esas mismas razones se hace tan difícil protegerles del contagio mutuo del coronavirus.

En las residencias se impulsan actividades entre usuarios como ejercicios grupales. Eso supone que los mayores están muy cerca unos de otros compartiendo objetos que pueden ser transmisores de agentes infecciosos. Otra vía de contacto físico entre residentes sucede cuando se ayudan a caminar, a levantarse o cuando tienen muestras de cariño mutuo con caricias y besos.