Vitoria - El grupo juntero de EH Bildu Álava acaba de poner números a la sangría constante que vive el primer sector, con 1.400 agricultores y 370 ganaderos que han desaparecido en el periodo comprendido entre 2003 y 2016, esto es, una de cada tres explotaciones. Todo un drama, si se tiene en cuenta que este territorio sigue siendo eminentemente rural, al dedicar un 32% de su espacio a la actividad agrícola. Con el objetivo de sembrar nuevas ideas que ayuden a que el primer sector vea continuos brotes verdes, el grupo juntero soberanista organizó ayer una charla bajo el título Por un futuro para el medio rural y la agricultura, que trajo a Villa Suso al europarlamentario francés, José Bové, y el sindicalista agrario del País Vasco francés, Mixel Berhokoirigoin. Con este último, uno de los impulsores de la cámara agraria de Euskal Herria y sindicalista agrario, conversa DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA.

¿Tiene futuro dedicarse hoy en día a la agricultura?

-Sí, creemos que la agricultura tiene futuro y por eso es que estamos aquí, para decir que lo hay. Pero hay que definir de qué tipo. Para nosotros, la que tiene futuro es la agricultura campesina local, que quiere decir la ligada a la tierra, al territorio, que respeta la naturaleza, al agricultor y al consumidor. Es un sistema de producción que quiere combinar todo esto privilegiando calidad, valor añadido, ciclos naturales... Mucho más importante que orientarla solo a la cantidad y al mercado mundial. Hay que producir local a partir de lo que tenemos en cada región, adaptando la agricultura para producir, transformar y consumir localmente, en oposición a esa agricultura industrial, que está desconectada del territorio y no responde al reto actual del clima y de lo que los consumidores esperan. Pero esta agricultura local, que requiere un cambio de pensamiento en toda la sociedad, puede ser muy atractiva para los jóvenes frente al modelo industrializado, en el que la persona no tiene sitio y solo habla de cantidades. Pensamos que Araba tiene futuro si trabaja en este sentido.

Desaparición de explotaciones, falta de relevo generacional, precios? ¿Cuál es, a su juicio, la amenaza más grave del sector?

-Todas estas amenazas son precisamente la traducción de esa agricultura que solo piensa en cantidades, cada vez más concentrada e industrializada. No hay regulación. Es el mercado el que dirige todo, pero sabemos que éste no conoce las dimensiones territoriales, sociales... Es una competición que tiene como resultado precios cada vez más bajos. Es este proceso de desaparición de jóvenes que no se interesan por este tipo de agricultura porque primero, tiene que comprar el terreno, maquinaria... Al igual que Araba, todas las regiones están contra la pared y no hay alternativa.

¿Y qué es lo que hay que hacer?

-Hay dos elementos importantes. Hay uno que es a nivel político, para que intervenga en el sector agrícola. No hay que dejar el mercado libre, que solo conoce de precios y cantidad, porque la agricultura es mucho más complicada, con muchas más dimensiones y el poder político tiene que intervenir en el sector. Es todo el debate sobre la PAC, por ejemplo: con ese dinero público hay que ayudar a una agricultura de finalidad pública pero no privada. Es muy importante que cada euro público que se meta en el sector, se destine a una agricultura que respete la naturaleza, que preserve o cree puestos agroganaderos. No hay un euro público que puede ser neutro porque con él o se ayuda a una agricultura industrial o a la campesina. Y por eso es muy importante la intervención pública para ordenar los mercados para ayudar a las explotaciones y para fomentar la agricultura que respete la naturaleza. El otro elemento que hay que defender son los sistemas de producción. Para ello, el campesino tiene que elegir el modelo que quiere y también proteger el mismo integrándose en sindicatos, agrupaciones...

Precisamente, usted ha sido uno de los impulsores de la cámara agrícola de Euskal Herria, que agrupa a agentes agrarios, económicos y sociales, que consiguieron tras 20 años de demandas de los propios agricultores de Iparralde.

-Es una alternativa. Su creación vino de un proceso largo de 20 años, pero, que a su vez, vino de otro igual de largo, para elegir el modelo de agricultura que queríamos. Podemos decir que la nueva historia de la dirección de agricultura de Iparralde se remonta a hace 40 años.

Un proceso muy largo, ¿no?

-Sí, muy largo y progresivo. Nuestras explotaciones en Iparralde son más pequeñas, comparadas con las del Estado, y, además, de monte. Podíamos haber pensado que estamos desfavorecidos por no tener tierra dedicada para hacer cereales, y considerarnos de segunda clase, pero en vez de perder el tiempo en lo que no tenemos, hay que hacerlo en lo que sí que tenemos y construir la agricultura que deseamos a partir de lo que poseemos. Esto quiere decir que se necesita mucho trabajo y tiempo para construir este tipo de agricultura.

¿Y qué se logró con esta cámara agraria?

-El primer paso que hicimos fue la creación de una denominación de origen de leche de oveja, frente a a producción en cantidad... Hemos construido organizaciones colectivas para transformar y comercializar todo lo que producimos: pequeñas cooperativas para vender todo lo que tenemos, con 10-15 campesinos. Y hay una parte importante sobre la transmisión de explotación a los jóvenes, que es un resultado de muchos parámetros, para que no se dediquen a producciones deficitarias. Hacemos mucha formación, muchas jornadas de puertas abiertas y hemos conseguido que jóvenes se interesen por la agricultora, no siendo además hijos de campesinos, sino de gente de otros sectores, que han venido de la ciudad al campo.

Vistos vuestros logros, ¿recomienda crear en Álava un órgano así?

-Pienso que sí. Hemos hecho esta elección porque la agricultura no es una cuestión solo de campesinos. Lo que es importante es que un tipo de agricultura tiene consecuencias en toda la población: en el cambio climático, biodiversidad, calidad agua, preservación del paisaje local... Todos los sectores son representados en la cámara. Es importante también que los ciudadanos den su opinión sobre el tipo de agricultura. Es necesario que se impliquen. Es por eso que la agricultura campesina es ciudadana. Nuestra cámara funciona con consejos de agricultores, trabajadores, consumidores, medioambientales. Se hace en asamblea y todos discuten lo que tenemos que hacer porque las herramientas de producción del campesino son el bien común de todos.

¿Y qué se puede hacer en Álava para revertir la situación de que en menos de una década se hayan perdido 1.770 explotaciones?

-No tengo una varita mágica, pero pienso que todo no es tan negro. Están estas experiencias en Europa que dan perspectivas, como las explotaciones que en Álava han apostado por un tipo de agricultura más sostenible. Pero no hay esperanza, si todo se ve negativo. Hay que dar a conocer lo que es positivo y hay que construir. No es posible cambiarlo de un día para otro, pero es posible acelerarlo y una parte de la solución es psicológica: pensar que mi explotación tiene futuro.

Y en lo que toca a las instituciones, ¿qué más pueden hacer?

En Araba es muy importante que se interpele al sector político para decir que el sector agrícola puede ser una solución a urgencias actuales, como el cambio climático. Las diferentes administraciones tienen que cambiar su forma de pensar porque han funcionado hasta ahora sobre una definición de la agricultura muy simple, basada en la competitividad. Y el problema es que basarse en la agricultura intensiva conlleva consecuencias que paga toda la sociedad.