Normalmente, y siempre que me lo preguntan, me gusta explicar que todas las historias que se relatan en la sección de Historias de antaño y de hogaño son sucesos reales de los que he tenido conocimiento. Sin embargo en esta ocasión espero que se trate tan solo de leyendas y cuentos, pues, como descubrirán los lectores, si realmente ocurrieron, son tan truculentos, que hasta el corazón más estoico se sentirá consternado. Se trata de dos historias relatadas durante la ponencia del insigne aita Barandiaran durante unas jornadas de criminología celebradas en 1981.

Relataba José Miguel de Barandiaran y Ayerbe que en un pequeño caserío de las estribaciones del Gorbea vivía un aldeano con su mujer y su hijo de corta edad. A pesar de la dureza del día a día en aquel lugar, la tierra les ofrecía cuanto necesitaban para subsistir, lo cual era más que suficiente para ellos, pese a no disfrutar de demasiadas comodidades y lujos.

Sin embargo, la enfermedad se adueñó del casero, llegando a ser tan acuciante que no le quedó más remedio que acudir a una curandera en busca de sanación.

No tardó mucho la mujer en diagnosticar una tuberculosis, para lo cual solo había una solución si no quería morir: untarse el cuerpo con manteca humana. Ella misma se ofreció a entregársela, pero a un precio desorbitado que aquel hombre no podía permitirse. Desolado regresó a su hogar mientras fraguaba en su cabeza la forma de obtener aquel remedio.

Tan solo se le ocurrió un modo de conseguir la grasa que podría salvarle la vida y, al llegar a casa, insinuó a su esposa que el modo más sencillo pasaba por matar a su hijo. Sorprendentemente, la respuesta de ésta fue que estaba dispuesta a cualquier cosa para que sanara.

El niño debió de escuchar aquella conversación porque salió corriendo y huyó a la casa de su abuelo buscando refugio. Cuando relató al anciano los planes de sus padres, éste no quiso creerle, pues era inconcebible que alguien fuera capaz de hacer así. Tras intentar tranquilizarlo le obligó a regresar al caserío, asegurándole que se trataba de una broma que le habían querido gastar, o que había escuchado mal aquella conversación de sus progenitores.

Por desgracia no era así, y nada más entrar, la madre ordenó a su marido que le estrangulara, pero aquel hombre no fue capaz de hacerlo. Fue la mujer la que, sin ningún reparo, apretó con sus manos el pequeño cuello hasta que éste dejó de respirar. Ya solo les quedaba extraer la manteca, y el modo elegido fue introduciéndolo en el interior del horno de leña y dejando que esta supurara por el calor.

Poco después, el abuelo se había quedado preocupado por su nieto, apareció por sorpresa descubriendo el terrible crimen que se acababa de perpetrar. Sin dudarlo les denunció ante las autoridades que, tras juzgarles, les condenó a muerte por decapitación.

Historia de caníbales Pero si esta historia puede parecer siniestra, lo es más la que nos habla de un padre y su hija que acababan de vender una vaca en el mercado de ganado de Agurain. Como había empezado a anochecer, el hombre estaba preocupado por si les asaltaban. Se le ocurrió entregar a su hija la bolsa con el dinero, dando por sentado que si les intentaban robar, los ladrones buscarían el botín entre sus pertenencias. Y así ocurrió. Mientras los salteadores de caminos le empezaron a registrar, la pequeña aprovechó para huir corriendo, buscando refugio en la primera casa que encontró.

Una mujer abrió la puerta, y tras escuchar el relato de la muchacha la sentó a la mesa y le ofreció algo de comer antes de subirla a la segunda planta, donde le recomendó que descansara hasta la mañana siguiente, asegurándole que al amanecer le ayudaría a encontrar a su progenitor. Sin embargo aquella niña estaba tan preocupada por su padre que fue incapaz de conciliar el sueño.

Pasado un tiempo alguien llamó a la puerta de aquella casa, y la muchacha, confiando en que pudiera tratarse de su padre se dispuso a mirar entre las rendijas de los tablones que conformaban el suelo de aquella habitación.

Pero no era su padre, sino los mismos ladrones que les habían atacado horas antes, y que eran hijos de la dueña de la casa. Uno de aquellos malhechores dejó sobre la mesa una bolsa ensangrentada mientras decía: "Traemos carne para unos días, pero no el dinero que esperábamos", a lo que la mujer contestó: "No os preocupéis, pues el dinero se halla asegurado aquí arriba", y mientras decía esto, abrió el saco para comprobar el contenido, dejando a la vista el cuerpo descuartizado del ganadero.

La niña, horrorizada, hizo unas tiras con la tela de su falda y tras trenzar una cuerda se deslizó por la ventana escondiéndose tras unas rocas el resto de la noche.

Cuando amaneció, regresó semidesnuda a Agurain donde informó a los alguaciles de cuanto había acaecido. Hacía tiempo que corrían rumores de que en aquella casa se refugiaban un grupo de bandoleros, e incluso se decía que allí se alimentaban con carne humana, pero nunca se les había detenido por la falta de evidencias.

Cuando irrumpieron en el interior, uno de los asesinos había huido al darse cuenta de la fuga de la muchacha, pero la mujer y su otro hijo seguían allí, siendo sorprendidos mientras fileteaban al pobre hombre al que habían atacado la noche anterior. Y aunque no hay constancia de la pena que se dictó tras ser juzgados, todo apunta a que fueron ejecutados al garrote en la misma plaza del pueblo.