El fútbol deja de ser solo un juego cuando los sentimientos y la dedicación a partir de estos entran a formar parte de él. Y no, no hablamos de los jugadores. Ellos, en su gran mayoría, cumplen una función de paso que, con mayor o menor repercusión, queda en un segundo escalafón de importancia respecto a la que tienen los verdaderos protagonistas, que no son otros que los aficionados. Exacto, esos que, sin importar las condiciones, han seguido al Deportivo Alavés durante sus 100 años de historia y se han dejado la voz en el Westfalenstadion, cuando el Glorioso tocó el cielo frente al Liverpool, pero también en el Ametsa ante el Abetxuko -época en la que la mera existencia del club se ponía en duda cada temporada-.

No obstante, esa pasión no se demuestra únicamente en las gradas, también es muy notoria -a veces incluso más- en otros puntos de Mendizorroza. Porque, aunque muy poca gente se acuerde de ellos y, por decisión propia, permanezcan siempre en un quinto o sexto plano, lo cierto es que el fútbol tampoco sería posible sin esas personas que han dedicado parte de su vida a trabajar para el Alavés. Sin duda, una amplia lista de gasteiztarras -y no tan gasteiztarras- que han puesto su máximo empeño en que todo marchara bien para que los demás, donde se debe incluir a los jugadores, pudiéramos disfrutar de este deporte y de nuestro equipo en las mejores condiciones.

Como reconocimiento a la labor de todos ellos, en DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA hemos querido reunir a tres alavesistas que formaron parte del club durante varias décadas y que vivieron de primera mano los mejores y los peores momentos de la entidad del Paseo de Cervantes. Aquí, junto al mural que recuerda el masivo desplazamiento a Madrid para la final de Copa -y con la bandera albiazul ondeando en el fondo-, tenemos ya a Ángel Benito, Luis Javier Borro y Fernando Iñigo.

Ángel, el más veterano de los tres, realizó durante más de 40 años labores de todo tipo dentro del Alavés. Su puesto oficial fue el de encargado de campo, pero siempre estuvo dispuesto a echar una mano con todo lo que fuese necesario. Tanto que, durante su longeva etapa en el club, hizo también -y muchas veces al mismo tiempo- labores de utillero, electricista, jardinero, responsable de Ibaia y de Betoño, etc. Eso sí, no fue el primero de la familia en pasar por el Glorioso. “Cuando mi padre vino desde Francia yo ya estaba aquí en Vitoria haciendo la mili. Él necesitaba un trabajo y Arregui le ofreció ser el conserje. Después, una vez terminé con el servicio militar, como no sobraban oportunidades, me ofrecí para probar durante unos meses mientras me salía otra cosa y esos meses se acabaron convirtiendo en muchísimos años”, explica.

Asimismo, Ángel y su aita vivieron una circunstancia muy particular respecto a los demás trabajadores. Mientras todos se marchaban a sus casas una vez terminada la jornada, ellos se quedaban en Mendizorroza. Ahí tenían su domicilio: “Era algo habitual de la época. Todos los equipos tenían un conserje y este vivía en el propio campo. Sin embargo, cuando mi padre se jubiló, yo dejé muy claro que no quería seguir viviendo en el mismo lugar donde trabajaba porque sentía que nunca acababa la jornada”.

Por otro lado, una vez retirado y después de tantísimo tiempo en un mismo lugar, lo normal sería echar de menos ciertas cosas, pero para él es algo complicado. “Vivir el fútbol como aficionado es muy diferente a vivirlo desde dentro. Obviamente tengo muy buenos recuerdos, pero la mayoría no eran así. Si me dijeran de volver, tengo muy claro que nunca aceptaría”, aclara. Una respuesta que, sin duda, denota el sacrificio constante que tuvo que realizar durante más de cuatro décadas y que, a su vez, cumplió en todo momento por su pasión alavesista: “Yo no tenía prácticamente descansos. Viajaba con el equipo, llegábamos a las cuatro de la mañana a Vitoria y a las ocho tenía que estar ya en pie para cumplir con las diferentes tareas. ¿Vacaciones? Casi no sabía ni lo que eran porque me llamaban por cualquier problema y yo volvía corriendo. Todo esto, evidentemente, no lo hubiera permitido en otra empresa, pero eso era el Alavés y lo hacías porque querías y sufrías por el Alavés. No lo hubiera hecho por nadie más”.

No obstante, la carga de trabajo no era el mayor problema. Para Ángel Benito, lo que más pesaba era la responsabilidad que recaía sobre él. “Hubo momentos en los que lo pasé realmente mal. En los entrenamientos siempre había pegas y cada partido era una prueba trascendental porque si algo fallaba -si se rompía una red, por ejemplo-, me iban a mirar a mí”, apunta. Además, también tenía que hacer frente a las manías de la plantilla, que llegaron a estar formadas por personajes de lo más variopintos: “Discutía mucho con los entrenadores. Como antiguamente había muchas cosas sobre el césped sin estipular, era muy habitual que te viniera uno diciendo que inundases el campo. Pero claro, ¿cuánto es inundar? Si me pasaba y perdíamos, me echaban la bronca. Si me quedaba corto y perdíamos, también me la echaban. Si todo iba bien, los futbolistas eran maravillosos y el míster lo había planteado mejor que nunca”.

Pese a todo lo comentado -y como ya se ha adelantado-, también hubo muchos buenos momentos que, en su gran mayoría, no se deben contar por compromiso con los implicados. Pero, si Ángel tuviera que destacar un éxito, ese sería el del ascenso (1994-95) a Segunda División contra el Real Jaén: “Fue el culmen de muchos años seguidos dándonos el sopapo. Lo celebramos por todo lo alto y terminamos todos en la piscina que había en frente de los vestuarios. Fue espectacular ese día”. Sin embargo, no fue lo único destacado de ese play off, semanas antes de aquella cita se produjo una anécdota graciosa en los vestuarios de la Gramanet. “Tengo marcado ese partido porque ganamos 0-1 y Juan Arregui apareció enfadado en el vestuario, donde aún estaba yo solo, lamentándose de haber perdido una gran oportunidad. Al parecer, se había confundido porque había perdido el equipo que vestía de azul y blanco, pero claro, en ese choque fue el rival quien llevó esos colores”.

Quien vivió todo lo que se ha contado muy de cerca fue Luis Javier Borro, más conocido como Luisja dentro del club. Tras estudiar en Lasarte, le ofrecieron trabajar en el Alavés y, al igual que Ángel, aceptó mientras buscaba alguna otra opción. De nuevo, esa intención de permanecer en la entidad albiazul de forma temporal se alargó, en este caso, durante 20 años. Dos décadas en las que fraguó una gran relación, tanto profesional como personal, con el primer protagonista -hasta el punto de convertirse en su mano derecha-. “Yo estuve de jardinero, pero también ayudaba a Ángel en todo lo que me pidiera. Aunque no lo parezca, había mucho trabajo”, explica.

En su caso, echa de menos ser parte de todo lo que acompañaba al club cuando la situación era positiva (el ambiente, las cenas, las relaciones, etc.), pero acabó horrorizado por la etapa de Dimitry Piterman en Vitoria: “Pasamos de estar en plena línea ascendente a caer en picado. Había nula organización, no cobrabas durante meses y te encontrabas con casos surrealistas. Bodipo, por ejemplo, es alguien que no te puedes quitar de la mente. No he visto nunca a nadie con tantas manías”. Aun así, Luisja prefiere quedarse con lo bueno: la amistad que llegó a tener con futbolistas como Berruet, Karmona o Pablo Gómez.

La anécdota que él no es capaz de olvidar está relacionada con la final de la UEFA frente al Liverpool. En concreto, con las camisetas que el Glorioso llegó a vestir, aunque casi no lo hace, en esa trascendental cita: “Llegaron en el último momento y menos mal. Recuerdo que estábamos facturando el equipaje en el aeropuerto y aún no estaban las camisetas. Tuvo que perseguir Ángel al repartidor por todo Vitoria para pararle en medio de la calle y casi quitárselas de la furgoneta. Luego, por si lo anterior no fuera suficiente, llegamos a Dortmund y no estaban los escudos de la UEFA puestos en las equipaciones de los porteros. En resumen, una odisea”.

Ángel y Luisja se encargaron durante mucho tiempo de poner Mendizorroza a punto para la práctica del fútbol, pero este deporte, como se ha mencionado al principio, no se entiende sin afición y esta, en su gran mayoría -antiguamente no había tantos socios-, debía pasar antes de acceder al estadio por las taquillas de Fernando Iñigo. Durante 30 años, este vitoriano y su equipo de taquilleros repartieron, primero con tacos y después con ordenadores, las entradas que permitían a los aficionados alavesistas acceder a su segunda casa. Bueno, que permitían a veces, porque no todos lo conseguían. “Una de las preguntas que más nos hacían era hasta qué edad se podía entrar con una entrada infantil. Lo curioso es que, una vez escuchada nuestra respuesta -14 años-, gente de treinta y cuarenta las compraban y, minutos después, volvían abochornados porque no les habían dejado pasar. Obviamente, nosotros teníamos orden de no devolver el dinero y tenían que volver a pagar. Pero esto no pasó una vez, era el pan de cada partido”, describe.

Por otro lado, su trabajo no siempre se limitó a Mendizorroza como tal, los bares de Vitoria también tuvieron un papel muy relevante en la venta de entradas y él también fue el encargado de repartir las entradas por estos y recoger el dinero después: “Yo no tenía carné de conducir en esa época y era mi hermano quien me llevaba de ruta. Llegamos a tener 21 bares y los que más vendían eran el Titos, el Eneritz y el Paso”. Esto, durante mucho tiempo al menos, evitó polémicas en las propias taquillas, donde llegó a haber muchos momentos de tensión. “En Vitoria tenemos la manía de llegar al estadio cuando faltan solo diez o quince minutos para empezar el partido. Esto generaba colas importantes que, por falta de taquilleros, no podíamos asumir y algunos, sabiendo que se perderían los primeros minutos de encuentro, preferían comportarse como auténticos locos y lanzar insultos o golpear los cristales”, recuerda.

Un partido que aún no ha olvidado Fernando es el del ascenso a Primera División contra el Rayo Vallecano, un día especial para todo Vitoria, pero muy estresante para él y sus compañeros: “Es una fecha bonita por lo que significó en lo deportivo, pero nos llevaron al límite. Tras abrir la venta a la mañana y quitarnos muchísimas entradas de encima, a la tarde se formó una cola que llegó hasta las instalaciones del Estadio. Tuvimos que hacer un sprint constante para evitar que muchos entraran al campo en el descanso”.

En la actualidad, ante la inmensa cantidad de abonados con los que cuenta el Alavés, la venta de entradas ha pasado a un segundo plano en la economía del club, pero en aquellos años de fútbol de barro -y los primeros en la élite- fue un aspecto fundamental. “Hicimos taquillas muy buenas, pero la mayor fue frente al Real Madrid en un día del club -jornadas en las que también pagaban los abonados-. Conseguimos recaudar 41 millones de pesetas en un solo encuentro”.

Fernando tuvo que afrontar muchos momentos complicados durante sus tres décadas como jefe de taquillas, pero hay uno que todavía recuerda como si fuese ayer. El 1 de noviembre de 1992, mientras el Deportivo Alavés y el Barakaldo jugaban en Mendizorroza un choque de Segunda B, él se encontraba en su despacho particular -ubicado en los bajos de la grada de Cervantes- realizando el recuento de las entradas vendidas aquel día. De manera repentina y sin tiempo para reaccionar, un hombre sin rostro se coló en su pequeño habitáculo y, a punta de pistola, le exigió la taquilla del partido, que en esa ocasión superaba los dos millones de pesetas.

Obviamente, el extaquillero cedió ante la amenaza y, una vez recogidos los billetes y haber renunciado a las monedas porque “pesaban demasiado”, el atracador le encerró en el baño, ató la puerta con una densa cadena y huyó del estadio sin dejar rastro alguno que pudiese identificarlo. “Me dijo que no pidiera auxilio hasta pasados cinco minutos. Una vez se fue y pasó el tiempo, estuve gritando y golpeando la puerta durante un buen rato hasta que vino mi hermano a sacarme de ahí”, relata. Del individuo encubierto nunca más se supo, pero Fernando tuvo que prestar una declaración muy detallada en comisaría sobre lo ocurrido.

Jardinero. El Glorioso le ofreció su primer trabajo y permaneció en el club durante 20 años. Ese largo periplo le sirvió para fraguar una fuerte amistad con Ángel Benito y convertirse en su mano derecha, lo que le llevó también a realizar otras labores además de la de jardinero.

Encargado de campo y más. Durante sus más de 40 años trabajando en el Alavés, Ángel Benito cumplió todo tipo de funciones. Su labor principal fue ser encargado de campo, pero también actuó como jardinero, electricista, responsable de Ibaia y de Betoño, etcétera.

Jefe de taquillas. Fernando Iñigo se encargó durante 30 años de dar acceso a Mendizorroza a todos los aficionados albiazules que no eran abonados. Recuerda con nostalgia el ambiente de las taquillas, pero también tuvo que afrontar muchos momentos de tensión.

“Lo que hice por el Alavés no lo hubiera hecho por nadie más. Trabajaba siete días a la semana y, aun así, llegué a echarlo de menos”

Extrabajador del Alavés

“El año de la UEFA fue maravilloso para la afición y para el club, pero horroroso en carga de trabajo”

Extrabajador del Alavés

“El ascenso contra el Rayo es inolvidable. La cola de las taquillas llegaba hasta las instalaciones del Estadio”

Extrabajador del Alavés