Uno de los grandes hitos de la historia del Deportivo Alavés tuvo lugar en la temporada 2016-17. Tras la inolvidable final de la UEFA ante el Liverpool en Dortmund, ha sido la ocasión en la que el club vitoriano ha estado más cerca de izar un título con otro subcampeonato, esta vez de Copa del Rey, que ni mucho menos pudo dejar un regusto amargo entre los fieles del combinado babazorro.

Con una de las plantillas más compensadas de los últimos tiempos donde un pulmón incansable como Marcos Llorente sobresalió por encima del resto y en el que Theo Hernández también fue un puñal por la banda izquierda, el Alavés firmó una de las temporadas más brillantes de su historia reciente alcanzando una final copera que no entraba en ningún pronóstico. Lástima que en el asalto definitivo por el título se topara con el rey de una competición y, sobre todo, una dupla Messi-Neymar que no estuvo dispuesto a dejar ni las migajas al conjunto liderado desde la banda por Mauricio Pellegrino.

Aquel 27 de mayo del 2017, en cualquier caso, fue una jornada para el recuerdo en Madrid, teñida por un día de azul y blanco. La friolera de 25.000 fieles alavesistas inundaron la capital en busca de la gloria de un título que finalmente se escurrió de las manos ante la excelsa calidad de los delanteros culés. No todos pudieron acceder al ya demolido Vicente Calderón, cuyas gradas adquirieron un colorido especial gracias a la invasión de una afición completamente entregada a unos colores.

El Barcelona fue un rival inalcanzable para un Alavés que dejó muy alto el pabellón tanto dentro como, sobre todo, fuera del terreno de juego. Puede decirse que el cuadro vitoriano se convirtió en el ganador moral de aquella Copa. Además, el ejemplo de civismo dado por su afición le hizo granjearse el cariño del mundo del fútbol.

David no pudo con Goliat en una final donde el espectacular gol de Theo, que igualó la obra maestra inicial firmada por Messi, no fue suficiente para discutir la supremacía blaugrana. Neymar y Alcácer sentenciaron antes del descanso y el 3-1 fue una losa insuperable para los hombres de Pellegrino, que poco pudieron hacer para agarrarse a un partido en el que el Alavés se vio sometido por el peso de la lógica.

Antes de esa jornada, el equipo y la afición vivieron un cuento de hadas durante un torneo donde los sucesivos sorteos siempre fueron de lo más amables. Para alcanzar la final, el Alavés tan solo tuvo que eliminar a dos Primeras que tampoco vivían por entonces una etapa boyante.

La primera víctima fue el Nàstic en una eliminatoria resuelta por un global de 6-0. Pellegrino aprovechó algunos partidos del torneo para dar la alternativa a los secundarios y estos siempre respondieron. Toquero (2) y el controvertido Christian Santos, una apuesta que salió rana, fueron los goleadores en la ida, mientras que en la vuelta los encargados de rematar la faena fueron Edgar, Sobrino y Krsticic.

El listón de la exigencia se elevó sobremanera en la ronda de octavos con el enfrentamiento ante un Deportivo que por entonces ya daba tumbos y se veía abocado a las catacumbas del fútbol estatal. Una eliminatoria que pudo haber quedado resuelta en la ida en Riazor gracias a los goles iniciales de Santos y Edgar se complicó en el epílogo con los goles gallegos rubricados por Bruno Gama y el ahora albiazul Joselu, que igualó la contienda en el minuto 93.

La vuelta en Mendizorroza discurrió por unos cauces de extrema igualdad. El Alavés volvió a adquirir ventaja con un gol de Edgar antes del descanso, pero llegó la expulsión de Theo al poco de iniciarse la segunda parte que hizo vivir al conjunto albiazul sobre el alambre. Arribas empató para el Dépor en el 62 y el ejercicio de supervivencia adquirió tintes casi heroicos en los últimos minutos con un forastero gallego volcado en busca del segundo gol. Por fortuna, la tropa de Pellegrino resistió como pudo y accedió a cuartos gracias al valor doble de los goles marcados fuera de casa.

La ilusión iba in crescendo poco a poco. La Copa se convirtió entonces en una prioridad a costa de perder puntos en el torneo de la regularidad, donde la salvación quedó rubricada matemáticamente a falta de siete jornadas. La posibilidad de hacer un gran papel comenzó a calar poco a poco entre el alavesismo, que estalló de júbilo cuando el azar extrajo de la urna la bola del Alcorcón, uno de los gallitos de Segunda pero un rival claramente al alcance de los albiazules. Pasaron de largo auténticos huesos y parecía claro que el torneo del KO ya era propicio para tratar de romper moldes.

El Alavés dejó sentenciado el pase a semifinales en la ida en Santo Domingo, aunque hubo que armarse de paciencia para hacer realidad el objetivo. Un partido condenado al 0-0 inicial se rompió en los compases finales a raíz de la expulsión del local Bellvís. Surgió entonces la providencial figura de Ibai Gómez, quien gracias a un doblete puso en franquía la eliminatoria. El cuadro vitoriano vivió de las rentas en la vuelta para colarse entre los cuatro mejores de la competición.

Nuevamente el sorteo salió a pedir de boca porque, por cuarta ocasión consecutiva, la vuelta también sería en Mendizorroza. Quedaban con vida, además del Alavés, el Barcelona, el Atlético y el Celta. Cualquier enfrentamiento ante culés o colchoneros podía haber sido mortal de necesidad, pero anidaba la sensación de que la Diosa fortuna estaba con el inquilino de Mendizorroza. El duelo con los gallegos abría de par en par la puerta de la gran final, aunque también era una evidencia que el conjunto adiestrado en aquel instante por Eduardo Berizzo ni mucho menos sería una perita en dulce.

El vigués era un equipo de gatillo fácil y buen trato de balón al que había que maniatar en labores de contención. El Alavés fue un rodillo en ambos partidos dejando la portería a cero e impidiendo que el Celta del siempre letal Aspas desplegara su tradicional juego alegre y vistoso.

Tras el 0-0 de la ida, la locura se desató en el minuto 82 en el templo albiazul. Cuando la prórroga estaba a la vuelta de la esquina, una peinada de Deyverson hacia atrás fue el preludio de la galopada de Edgar. Tras marcharse por velocidad de varios defensores visitantes, el canario encaró el portal de Sergio Álvarez y le batió con una sutil vaselina con la izquierda. Fue otro de los goles para la historia de la entidad afincada en el Paseo de Cervantes, que volvía así algo más de tres lustros después a otra final.

Lástima que un rival del tronío del Barcelona, verdugo en la otra semifinal del Atlético y que anteriormente había dejado en la cuneta al Athletic o la Real Sociedad, se interpusiera en el sueño de miles de alavesistas. El conjunto de Luis Enrique, para el que la Copa se convirtió aquella campaña en la tabla de salvación tras los fiascos en otras competiciones y con el orgullo herido tras la afrenta liguera alavesista unos meses antes en el Camp Nou (1-2), paseó una clara superioridad a lomos de Messi. Sin embargo, tanto el Alavés como su modélica afición se marcharon del Calderón con la cabeza bien alta.

25.000

Era la primera vez que el Alavés alcanzaba la final de Copa y se hizo notar. Miles de gasteiztarras invadieron las calles de Madrid desde primera hora de la mañana. Raro fue no ver alguna camiseta, bufanda o bandera albiazul en cualquier rincón de la capital.

Nàstic, Deportivo, Alcorcón y Celta fueron las víctimas del Alavés antes de la final, en la que el astro argentino y Neymar decidieron