De tanto jugar con fuego, el Deportivo Alavés finalmente se ha quemado en la hoguera. El precipicio ya está aquí para un equipo que durante las dos últimas temporadas ha vivido permanentemente sobre el alambre y emitía señales de socorro tras sellar sendas permanencias agónicas. Salvo una heroicidad que le permita sumar los nueve puntos en juego y los impensables regalos de sus rivales directos, una carambola imposible de que vea la luz, el Glorioso se despeñará en esta ocasión sin remisión hacia el vacío purgando sus numerosos errores tanto en los despachos como sobre el césped.

La humillante derrota acontecida en Balaídos ante un Celta que tan solo se jugaba la honrilla ha supuesto la condena definitiva para un equipo al que prácticamente ni siquiera sostienen las matemáticas. Nadie confía ya en otro milagro de dimensiones bíblicas, más si se tiene en cuenta que la poca, por no decir nula, fe que restaba se ha evaporado por completo.

Queda tan solo el último empujón para que un desastre sin vuelta atrás se consume. Es una simple cuestión de tiempo porque, al margen de los números, el lenguaje corporal y el estado anímico del Alavés son ya propios de un conjunto abandonado a su suerte y que muestra la bandera blanca de la rendición.

Los negros nubarrones que se cernían sobre el Glorioso se han hecho tristemente realidad. No ha habido antídotos de ninguna clase para contener un desplome imparable pese al baile de técnicos (Calleja, Mendilibar y Velázquez) o los cuatro refuerzos del mercado invernal, de los cuales solo ese guerrero llamado Escalante -cuya baja pesó como una losa en Vigo- ha dado un salto de calidad en el centro del campo.

A la hora de la verdad, nada ni nadie han alterado un paisaje desolador desde que se desataron las hostilidades allá por finales de agosto del 2021. Cuando las dinámicas son negativas y el equipo entra en un bucle peligroso, salir de él se antoja una quimera. Y eso ha sucedido finalmente con el Alavés, víctima de una planificación errónea desde la dirección deportiva y que tras seis campañas consecutivas codeándose con la flor y nata perderá en breve su espacio entre los mejores.

Sin embargo, este descenso es la crónica de una muerte anunciada, algo que vistos los preocupantes acontecimientos venía gestándose poco a poco. El desastre que implica la pérdida de la categoría no ha pillado desprevenido a casi nadie y tiene su raíz en un progresivo debilitamiento de la plantilla, insuficiente para competir a estos niveles y a la que tres técnicos distintos no han podido rescatar del pozo de la clasificación. El principal problema no estaba, desde luego, en el banquillo.

Con una espina dorsal idéntica año tras año que venía pidiendo a gritos auxilio desde hace tiempo y una ineficacia sorprendente a la hora de incorporar futbolistas de cierto nivel que elevaran los argumentos futbolísticos, la suerte estaba prácticamente echada desde hace meses. El Alavés se dispone a rumiar en breve el descenso con todo lo que eso implica a nivel económico y en cuanto a incertidumbre respecto al proyecto del ejercicio 2022-23.

La única incógnita es si el fatal desenlace llegará entre semana tras el partido ante el Espanyol o este domingo en la visita a Orriols ante el Levante, otro conjunto también sumergido en arenas movedizas pero que, al menos, quiere morir con las botas puestas y demostrando las toneladas de orgullo que se echaron de menos en Balaídos.

En el caso del Alavés, las victorias ante el Rayo Vallecano y el Villarreal alimentaron de forma ficticia un sueño que quedó desbaratado de mala manera el pasado sábado en la visita a Balaídos. Fue el enésimo desplazamiento donde el equipo vitoriano fue un constante quiero y no puedo, se vio atropellado por el juego de tiralíneas del Celta y dejó un día más patentes sus carencias.

El escuálido bagaje albiazul cosechado este curso lejos de Mendizorroza se resume en seis tristes puntos, aquella victoria en Cádiz y los tres empates del Camp Nou, Sánchez Pizjuán y Coliseum de Getafe.

El partido en Vigo ilustró a la perfección lo que ha sido una campaña repleta de sinsabores. Un Alavés dominado de principio a fin que no metió el miedo en el cuerpo al anfitrión en ningún momento y que atrás concedió lo que no está en los escritos. Nada nuevo en el universo albiazul con un equipo sin las uñas afiladas en los últimos metros, más con la sequía goleadora de Joselu, ni tampoco la más mínima solidez a la hora de poner el candado a su portería.

Los jugadores de Velázquez persiguieron sombras a lo largo de los 90 fatídicos minutos y el marcador pudo haber sido incluso más contundente. En definitiva, un final de temporada que puede hacerse muy largo mientras la afición ya muestra síntomas inequívocos de malestar.

El Alavés ha sido víctima de una mala planificación en los despachos y su suerte ya está echada a falta de tres jornadas para la conclusión

La fragilidad defensiva y la escasa capacidad goleadora son unas tristes constantes desde el comienzo de una temporada aciaga