La debacle protagonizada por el Alavés en Balaídos le deja, esta vez sí, a punto de certificar un descenso a Segunda División que los más pesimistas del lugar vienen barruntando desde hace tiempo. El equipo vitoriano, que protagonizó en tierras gallegas uno de los partidos más tristes de la temporada, queda herido de muerte tras una derrota estrepitosa que le asoma definitivamente al abismo.

La agonía albiazul está a punto de llegar a su fin en una campaña donde los estropicios, especialmente lejos de Mendizorroza, siguen sucediéndose. Esta vez fue el Celta quien abusó de un Alavés sin juego, actitud ni orgullo que necesitaba, al menos, puntuar en Vigo para alimentar su confianza y seguir estirando sus cada vez más escasas opciones de permanencia.

Tras el hiriente 4-0 y las victorias del Granada y Cádiz ante el Mallorca y Elche, respectivamente, al Alavés le separan seis puntos de la permanencia -en realidad son siete por tener perdido el gol average con los nazaríes- cuando tan solo quedan nueve por jugarse. Las cuentan ya no salen, por no hablar del estado anímico y del lenguaje corporal de un grupo al que únicamente las matemáticas sostienen con un ligero halo de vida. El gasteiztarra es ya un conjunto resignado, huérfano de fe y entregado a su suerte que no levanta cabeza.

Lo peor es que la condena definitiva puede producirse ya este mismo miércoles, en Mendizorroza y ante una afición que es la única que ha estado a la altura en esta campaña para olvidar. Si el Alavés pierde ante el Espanyol, que no se juega nada, o si empatando ve cómo el Cádiz y el Granada también suman un punto ante la Real en Anoeta y el Athletic en Los Cármenes, respectivamente, el descenso será matemático y las dos últimas jornadas -salida a Levante y llegada de los gaditanos a Mendizorroza, serán intrascendentes. Antes o después, el traumático desenlace está cantado.