Uno de los grandes himnos del alavesismo deja claro a quien quiera escucharlo que El Glorioso nunca, nunca, NUNCA, se rinde. Es la esencia de un club centenario acostumbrado a sufrir muchas más penurias y desgracias que a disfrutar del oropel del éxito pero que no concibe bajar los brazos mientras el balón se mantenga vivo sobre el césped. Una manera de ser irrenunciable que se había echado de menos en las primeras jornadas del campeonato pero que ha reaparecido con la máxima intensidad.

Porque cuando más arreciaba la tormenta sobre el equipo, tras cinco derrotas consecutivas, con un único gol a favor en 450 minutos de juego y ante el vigente campeón de Liga, el Alavés se ha reencontrado consigo mismo. En una exhibición de esa resiliencia a la que, por desgracia, tanto hemos debido de acostumbrarnos todos en los últimos tiempos, El Glorioso ha sacado a relucir dosis extras de corazón, esfuerzo, sacrificio, fe y también fútbol para sumar su primera victoria del curso -más que merecida-. Un triunfo que corta la intensa hemorragia que amenazaba peligrosamente con desangrar al plantel gasteiztarra y que debe convertirse en la piedra angular sobre la que seguir creciendo. Ahora sí, con algo más de tranquilidad.

El éxito se ha fraguado sobre la enésima revolución de Javi Calleja en el once inicial, que ha obrado poco menos que un milagro en las filas albiazules. Con una novedosa retaguardia de tres centrales, Martín y Duarte en los carriles largos, Toni Moya y Loum en el doble pivote, Miguel de la Fuente y Rioja en las bandas y Sylla como ariete más adelantado, el equipo dejó en el vestuario de Mendizorroza todos los fantasmas que le han acompañado en este arranque de curso.

De esta manera el Alavés ha saltado al césped olvidándose de la clasificación y con la intensidad y la alegría propias de quien únicamente desea disfrutar, sin permitir que las muchas angustias que arrastra le roben ese sueño. Eso se ha traducido en que el conjunto vitoriano se hiciera con la iniciativa del duelo y empujara sin miedo a su rival obligándolo a retroceder. Y gracias a esa fe se ha encontrado con el pilar sobre el que sostener su proyecto. A base de fe y corazón ha forzado un saque de esquina en uno de sus primeros acercamientos al área rojiblanca. Rubén Duarte lo ha ejecutado a pierna cambiada desde la derecha del ataque gasteiztarra y el capitán Víctor Laguardia ha aparecido en el punto de penalti para conectar un cabezazo con el alma de los miles de alavesistas dirigiendo la pelota, ante la que nada ha podido hacer Oblak. Era el minuto tres de la contienda y ese gol balsámico se ha convertido en el enorme balón de oxígeno que necesitaba la escuadra de Javi Calleja para poder continuar respirando.

A partir de ahí, claro está, el escenario ha cambiado. Con un valioso tesoro en sus manos, el Alavés ha cedido la iniciativa y se ha protegido a la espera de encontrar el momento para volver a herir al cuadro rojiblanco. Ha asumido entonces el Atlético el mando, pero sin gozar ni mucho menos de la más mínima comodidad. Porque la intensa presión y el enorme trabajo colectivo albiazul conseguían cortocircuitar prácticamente todas las combinaciones de los de Simeone. De hecho, Pacheco ha sido un mero espectador hasta el descanso y únicamente un disparo lejano del exalavesista Marcos Llorente ha inquietado levemente a los locales. Estos, por su parte, han dado un par de sustos a la zaga madrileña, pero faltó el acierto en el último momento.

En el inicio del segundo periodo el Cholo ha agitado el árbol y ha lanzado a sus pupilos a por el empate. Así, una falta lateral en el 52 provocó un uy en la parroqia albiazul pero el Alavés en absoluto se dejó intimidar por este arranque. Lejos de venirse abajo ha aceptado el pulso y ha entrado de lleno en un intercambio de golpes cruento. Así ha llegado una clarísima ocasión para Loum en un saque de banda. Con todo a favor, ha disparado muy alto desde el interior del área.

Ha comenzado entonces una fase decisiva en la que el cansancio ha hecho mella en las filas albiazules y la entrada de hombres de refresco en el Atlético ha provocado minutos de agobio para el Alavés. Pero, una vez más, se ha negado a rendirse y se ha aferrado al marcador y al empuje de la grada como sus mejores aliadas. De hecho, ha podido reducir la angustia si Toni Moya en el 76 o Tomás Pina hubieran acertado en alguna de las dos clarísimas ocasiones de que dispusieron para hacer el gol de la tranquilidad. Pero eso tampoco hubiese sido propio del Glorioso. Tocaba sufrir y no rendirse hasta poder hacer estallar por fin la fiesta en el Paseo de Cervantes con la conquista de tres puntos de oro.