La sabiduría popular advierte de que cuando un cántaro va muchas veces a la fuente acostumbra a romperse. Se trata, evidentemente, de una manera gráfica de describir los efectos que produce el desgaste continuado en cualquier actividad. Tanto los materiales como las personas acusan de manera inevitable el paso del tiempo y el daño se acelera considerablemente cuanto mayor número de situaciones de estrés acumulen a sus espaldas. Un diagnóstico que, por desgracia, dibuja un panorama nada esperanzador para el Deportivo Alavés.

Penúltimo clasificado y sin estrenar todavía su casillero de puntos, el conjunto vitoriano ha arrancado la temporada sumido en una crisis evidente de juego y resultados. Una situación complicada que enciende las alarmas por sí misma pero que alcanza todavía un mayor grado de gravedad si se contextualiza. Porque la dolorosa realidad es que no se trata ni mucho menos de algo puntual sino que se ha convertido en una peligrosa costumbre en los últimos tiempos para El Glorioso.

El cuadro albiazul ha hecho de la angustia su inseperable compañero de viaje, enlazando situaciones dramáticas de manera casi continuada. Una trayectoria que le ha llevado a un carrusel de entrenadores en el banquillo -sin que ninguno haya sido capaz de conducir a la nave gasteiztarra hasta aguas tranquilas- y a verse entre la espada y la pared prácticamente cada semana. Por fortuna, todo este sufrimiento continuado no se ha traducido hasta el momento en la pérdida de la categoría, aunque la ansiada permanencia ha llegado en los dos últimos ejercicios sobre la bocina.

Un desgaste mayúsculo que se va acumulando sin remedio en el disco duro de todos los integrantes de la entidad. Porque no afecta únicamente a los jugadores. Al igual que las lenguas de lava volcánica que estos días arrasan todo cuanto tocan en la isla de La Palma, la inquietud avanza también incontenible desde el césped al vestuario, las oficinas y las gradas generando un ambiente cada vez más irrespirable alrededor del equipo.

La capacidad de defensa ante las adversidades cada vez es menor y la resiliencia se pone a prueba constantemente. Y ese es precisamente el principal peligro que amenaza en estos momentos a la entidad del Paseo de Cervantes. De la misma manera que las sucesivas réplicas terminan por derribar muchos de los edificios que logran mantenerse en pie tras un primer terremoto, el plantel vitoriano se encuentra en grave riesgo de colapso tras convertirse en el improvisado yunque sobre el que golpea un incansable martillo pilón.

Mazazos que debilitan cada vez más a una estructura en la que proliferan las grietas estructurales. Porque más allá de que los resultados no pueden ser peores (el balance de cuatro derrotas en otras tantas comparecencias no admite la más mínima discusión), los síntomas más preocupantes proceden de las sensaciones que emanan de lo que sucede en el terreno de juego.

Una de las grandes preocupaciones de Javi Calleja durante las tres semanas de obligado parón competitivo fue, según sus propias palabras, trabajar el aspecto psicológico de sus discípulos. Reforzar su confianza para que, si se encontraban un obstáculo en el camino, no bajaran los brazos y se rindieran a las primeras de cambio como había sucedido en las tres primeras jornadas sino que creyeran en sus opciones de superarlo y continuaran luchando hasta el final. Desgraciadamente, toda esta labor parece no haber servido para nada. En cuanto David García hizo el primer gol para Osasuna, El Glorioso desapareció del derbi y las cabezas bajas y las miradas al suelo se convirtieron en la única reacción del combinado albiazul.

Una demostración inequívoca del frágil estado de ánimo que anida en el vestuario local de Mendizorroza. Una depresión cada vez más acusada que empuja hacia el fondo con fuerza a un grupo cansado de tener que librar batallas a vida o muerte de manera cotidiana. Tuvo la fuerza suficiente para, de la mano de Abelardo, obrar el milagro de sobreponerse al nefasto inicio del ejercicio 2017-18, también esquivó el descenso en un final de Liga de infarto hace dos ejercicios y la pasada temporada la llegada de Javi Calleja devolvió el pulso a un grupo que ya presentaba claros síntomas de encefalograma plano.

Guerras extenuantes todas ellas -sin duda demasiadas- que dejan una profunda huella. Más todavía en un grupo que apenas se ha regenerado en los últimos tiempos y en el que tiran del carro los mismos pesos pesados desde hace mucho, aunque su nivel futbolístico por desgracia no esté al nivel del que ofrecían en su momento. Tiene ante sí por lo tanto un reto mayúsculo El GloriosoCerrar filas por enésima vez, recuperar la confianza e iniciar cuanto antes la senda de la reacción a sabiendas de que será larga y repleta de obstáculos. Algo que, por desgracia, ya es costumbre en el Alavés. Una muy peligrosa.