Ipurua debía tener la llave definitiva para la salvación del Alavés tras una temporada ciertamente angustiosa, pero lo único que la expedición albiazul se trajo en la maleta de vuelta hacia casa no fueron más que unos miedos renovados. La primera y estrepitosa derrota de la, hasta ayer, fructífera era Calleja era Callejapodía acontecer en cualquier momento, no así esa sensación de equipo tan superado, pusilánime e incapaz de sostenerse en pie.

El colista de la categoría, un Eibar desahuciado que acumulaba cuatro meses sin ganar y sigue siendo carne de Segunda pese al ramalazo de orgullo protagonizado ayer, enrojeció los mofletes de un Alavés plano, timorato y sin ambición. No solo fue una jornada de perros a nivel meteorológico con la lluvia que descargó sobre Ipurua, sino también en el plano futbolístico con un grupo vitoriano inoperante a todos los niveles y empeñado en regalar su particular día de gloria a Kike García, autor de un hat trick que devolvió a todo el mundo a la cruda realidad.

Fue una triste humillación para el Alavés, cuya desangelada imagen rememoró, sin duda, los peores pasajes de la aciaga etapa vivida con Abelardo. El Eibar ganó todos los balones divididos con varios puntos más en cuanto a intensidad y despliegue físico, le hizo recular constantemente hacia atrás con una presión alta de la que se mostró impotente para salir, botó infinidad de saques de esquina fruto de dicho asedio y, en definitiva, compitió siempre con el cuchillo entre la boca ante un visitante de lo más inofensivo.

El Alavés se mostró errático para defender con rigor o superar las líneas de presión de los hombres de Mendilibar, de ahí que viviera siempre en el alambre. Dmitrovic vivió una tarde muy plácida ante el escaso colmillo afilado de un forastero que ni siquiera hizo cosquillas a una de las defensas más endebles de la categoría. La mejor noticia en el intermedio era el 1-0 que campeaba en el electrónico. Sin embargo, tampoco existió la más mínima terapia de choque en el periodo para la reflexión que alterara el guión del encuentro.

El contraste entre la actitud de unos y otros fue evidente. Mientras al Eibar le fue la vida en cada balón dividida, apenas dio señales de vida un Alavés siempre encogido y al que los cambios no le suministraron algo de aliento para variar el decorado. Calleja agitó el árbol retirando de la cancha a jugadores que habían deambulado como alma en pena como Pina, Jota, Lucas o Edgar, aunque los réditos fueron inexistentes. Con la segunda unidad sobre el césped armero, la imagen albiazul fue igual de descorazonadora.

La pasividad del Alavés en los dos primeros goles locales clamó al cielo. En el primero de ellos, Kike García recibió el balón entre un puñado de defensores visitantes que no hicieron nada por evitar que el delantero conquense parara primero el balón y se lo acomodara más tarde con el hombro antes de fusilar a Pacheco. Más de lo mismo tras el descanso cuando el afilado nueve del Eibar se adelantó a Lejeune para volver a hacer sangre y dejar el choque visto para sentencia. El tercer y último tanto, por último, vino precedido de una ingenua pérdida de Jota que permitió al killer armero vivir su jornada más gloriosa como profesional.

En definitiva, un jarro de agua fría que mantiene al Alavés en aguas turbulentas en la clasificación. Cuando el equipo divisaba nuevamente la luz al final del oscuro túnel, regresan los fantasmas tras una actuación aciaga. Nada mejor que un serio toque de atención frente al colista para que todo el mundo sea consciente de que el trabajo todavía no está hecho.